La hecatombe humanitaria que hoy vivimos se debe al robo descarado que el régimen sigue haciendo en nombre de los pobres

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La expansión del contagio del coronavirus, la destrucción del sistema sanitario, la huida de médicos y técnicos de la salud, la hambruna extendida en todo el país y en buena parte de la población, está llegando a la categoría de hecatombe.

Cesar Pérez Vivas/ El Nacional 

En mi vida de luchador social y político jamás me había visto tam avasallado por una tragedia tan dura y global como la que estamos viviendo. Son muchos los amigos, compañeros y relacionados que diariamente solicitan apoyo para alimentarse, atender la enfermedad o enterrar a sus familiares, caídos en esta guerra desatada por el populismo militarista-marxista contra nuestro pueblo. Solo hay que leer las redes sociales o los servicios públicos de los pocos medios de comunicación social disponibles para enterarse de la magnitud del mal que nos consume.

Figuras importantes del mundo académico, cultural, político, religioso y social del país han tenido que recurrir a la caridad pública ante la contaminación con el virus o ante una patología de otra naturaleza. Cuando uno observa esta situación en personas exitosas en su vida, conocidas en el seno de la la comunidades por sus logros, tiene necesariamente que aceptar la magnitud de la demolición efectuada, hasta el punto de que esas personas no disponen de liquidez para atender una enfermedad.

Los hospitales públicos son una total calamidad. Carecen de suficientes recursos humanos, de equipos para el diagnóstico y la terapia, de medicamentos e insumos para atender a los enfermos.

No hay un hospital en condiciones de ofrecer una atención digna a los ciudadanos.

En medio de ese caos aparece la señora Delcy Rodríguez, vicepresidente de la gestión comunista, en el marco del Día Mundial de la Salud, autoalabándose por contar el país con un sistema de salud gratuito, accesible a todos los ciudadanos. Afirmó que ella “reivindicaba el modelo de salud de la revolución bolivariana por ser de calidad e inclusivo”.

Uno no puede sino indignarse con tanto cinismo, con tanta mentira, dicha con la fuerza de un actor que se cree esa historia.

Los venezolanos conocen la realidad. La viven cada día. La padecen con la pandemia. Son miles las familias que han tenido que hacer milagros para encontrar las medicinas, que el régimen socialista les niega. Son miles los que han visto morir a los suyos como consecuencia de la piratería con la que han manejado la pandemia.

De modo que el discurso mentiroso de la señora Rodríguez está hecho para la propaganda, dirigida a los fanáticos activistas de la anacrónica ultra izquierda latinoamericana y europea.

Lo cierto, lo que ya no requiere para las personas objetivas, mayor comprobación es la hecatombe generada por la revolución. El resultado de su presencia en el poder ha sido una sociedad profundamente injusta y desigual. Cómo todos los socialismos reales, el experimento venezolano ha terminado en una de las más eficientes fábricas de pobres en este siglo. Hoy tenemos un país radicalmente más pobre y desigual. Una mayoría, superior al 90%, sobrevive sin alimentos, medicinas, educación y servicios, mientras una minoría obscenamente opulenta hace ostentación de su riqueza, en parte fruto del saqueo perpetrado al Estado, o de negocios oscuros e ilícitos adelantados al amparo del poder.

Lo cierto es que la retórica socialista ha quedado desnuda, no solo por la inviabilidad del Estado totalitario, dueño de los medios de producción y supremo controlador de la economía, sino por la impunidad con que la cúpula política y militar del chavismo saqueó la riqueza petrolera y se apoderó de sus finanzas.

Lo más doloroso de este cuadro es que ese robo abierto y descarado se hizo y se sigue adelantando en nombre de los pobres.

Se instaló una superestructura paralela a la establecida por el Estado democrático para justificar la trama de negociados a través de los cuales asaltar los dineros de la nación.

Las fantasías de líder universal que movieron a Hugo Chávez sirvieron para que vividores y estafadores del mundo llegasen a Caracas para tomar su tajada en el festín de Baltazar.

Se inventaron organizaciones como el Fonden, Banco del Sur, La OTAN Suramericana, Petrocaribe, PetroSur y muchos más. Estructuras estas con las cuales Venezuela perdió más de 300.000 millones de dólares sin recibir beneficio alguno, y ofreciendo la oportunidad para que una red de aprovechadores se enriqueciesen a consta de la ruina de nuestra nación.

Las Misiones y Grandes Misiones, el control de cambio y Cadivi fueron a lo interno, el gran entramado a través del cual se esfumaron otros 300 mil millones de dólares, los cuales fueron a parar en cuentas multimillonarias de conocidos personajes del “socialismo bolivariano”. La lista es ya muy larga, desde el primer ministro de Finanzas de Chávez, Tobías Nóbrega, el escolta teniente Alejandro Andrade, la enfermera Claudia Díaz, las hijas del difunto, hasta llegar a los actuales hijos de la cúpula roja, pasando por los bolichicos, nuevos ricos bolivarianos hasta el actual entorno de la camarilla.

Toda esa extensa red se ha extendido hasta los niveles básicos de la estructura del estado, donde no hay servicio o función que no tenga su mecanismo de extorsión o su licencia para obtener ilícitamente dinero.

Entre tanto esta red, pequeña respecto del tamaño de la población, pero suficiente para sostener el aparato burocrático que controla el poder, se dedica a continuar expoliando los bienes públicos y privados en una nación que muere de mengua, afectada por la hambruna creciente.

Asistimos al momento de mayor desigualdad en más de un siglo de nuestra historia. Tenemos hoy la sociedad más injusta e inequitativa de América Latina. El demagógico discurso de Hugo Chávez y su camarilla ha pasado a la historia como el más populista e irresponsable de la madernidad venezolana. Su verbo incendiario solo sembró odios, divisiones, destrucción, robo, saqueo y ruina de nuestra patria.

Ha quedado demostrada, en confesiones de varios personajes de la revolución, la deliberada intención de mantener en la pobreza a la población para garantizar el control del poder.

Por eso hoy no se inmutan ante el clamor de la vacuna contra el COVID existente en todo el país. Una materia tan delicada cómo está es manejada con el sectarismo, la corrupción y la discriminación con la que han manejado la administración del Estado.

La oligarquía roja ya se vacunó. Para nada se sonrojaron por vacunarse ellos primero, dejando a sectores prioritarios al margen. Llegando al extremo de promover y exigir la vacunación con instrumentos discriminatorios como el carnet de la patria, o su aplicación a través de la estructura del PSUV.

Mientras el mundo democrático y civilizado avanza con la vacuna, la aplica gratuitamente, con un programa científico; aquí Maduro hace politiquería con ella, y la usa como arma política para seguir golpeando y discriminando a quienes no compartimos su política miserable.

El manejo sesgado y opaco de la pandemia del COVID y la vacunación necesaria va a incrementar la tragedia y será un elemento acelerador de la injusticia y la inequidad.

Desalojar del poder a Maduro y su camarilla es una tarea vital para poder recuperar la sindéresis, la racionalidad democrática, el bienestar, la justicia y la equidad para nuestra patria.

La proximidad de la fecha para activar el referéndum revocatorio, nos abre una ventana que no podemos dejar pasar. Preparémonos para dar esa lucha. La hecatombe en la que estamos hace obligante ese desafío.