EL PAÍS ENTERO ENCARCELADO: Confinados sin gasolina en Venezuela

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A las siete de la mañana del miércoles, con solo tres horas en la fila, Freddy Herrera todavía hace planes para el día. Es técnico radiólogo en una clínica privada y por segunda vez intentaba llenar el depósito de 85 litros de un Grand Cherokee del 99, su único coche. La camioneta tiene un número escrito con tiza en el parabrisas: 262. Su esposa dormía adentro. Como trabajador de un sector esencial —además del alimentario, los servicios públicos, los medios de comunicación y el militar—, tiene derecho a repostar en algunas gasolineras de Caracas, que desde que empezó la pandemia vive, junto con todo el país, una aguda escasez de gasolina mientras atraviesa tres meses de cuarentena para frenar la expansión de la covid-19.

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Herrera es diabético e hipertenso. Tiene 60 años y viste en la gasolinera su mono verde de sanitario y un tapabocas. Después de un reposo, piensa regresar al trabajo para ajustar los equipos que hacen las radiografías que confirman las neumonías que produce el virus. Está en el grupo de riesgo, pero su preocupación hoy es otra. “Si puedo cargar todo el tanque, podré buscar a mis hijos, que están varados hace más de un mes en casa de los abuelos en Guatire [a 50 kilómetros de la ciudad]. Si solo me dan 20 litros, como están diciendo, tendré que esperar una semana más y volver a cargar”. Apenas comienza el día.

Organizaciones de médicos alertan sobre la escasa disponibilidad de respiradores en todo el país: ni siquiera hay 200 unidades

Ha llegado poco antes de las cuatro de la madrugada y por el número que le tocó en la fila que rodea la estación de servicio pensó que iba tarde. Detrás de su camioneta, a las pocas horas, se sumaron más de 100 vehículos. La fila se pierde ya entre varias cuadras a la redonda de los surtidores. Así es desde que arrancó el racionamiento de gasolina. Hoy solo ha alcanzado para 200 coches.

Los venezolanos, después de 20 años de revolución bolivariana, bien saben de colas, racionamientos, listas de espera, personas numeradas por un militar y mercados negros. Pero la Venezuela en cuarentena también ha dejado escenas como el hallazgo de una gasolinera clandestina en una lujosa zona de Caracas, peleas entre conductores hastiados de la espera o la furia de una bandada de motoristas bloqueando autopistas en su sed de gasolina. El país con las mayores reservas de petróleo se ha quedado varado sin combustible.

Venezuela afronta el coronavirus con una gran opacidad epidemiológica de la que resalta una reducida capacidad para verificar los contagios, que el 20 de abril alcanzaban 256 confirmados y 9 fallecimientos. El Gobierno de Nicolás Maduro asegura realizar el mayor número de pruebas en la región: 25,000 diarias. Pero casi la totalidad son rápidas, no recomendadas para el diagnóstico. Solo hay un laboratorio que puede procesar 93 pruebas de PCR al día en Caracas. También se asegura que hay 23,000 camas entre hospitales, centros privados, ambulatorios y hoteles —1,200 en cuidados intensivos—, pero organizaciones de médicos señalan que la disponibilidad de respiradores en el país no llega a los 200. Desde el 17 de marzo se aplica una cuarentena que se ha hecho más severa por la grave escasez de combustible que ahora se vende racionado, una situación que junto a la falta de insumos médicos y de protección para el personal sanitario y fallas en servicios básicos como el agua ha encendido protestas en todo el país. La compañía estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) no logra producir los 135,000 barriles de gasolina que se consumen al día. En la última década, una feroz corrupción que también ha alimentado el contrabando y los malos manejos de la empresa han llevado la capacidad de refinación a 55,000 barriles en las dos plantas que están operativas de las seis instaladas. El país que vendía la gasolina más barata del mundo debe importarla y ahora pagarla cara.

Bajo esa tempestad, en la misma fila de gasolina con Herrera, espera José Martínez, dueño de una compañía de atención médica domiciliaria contratista de PDVSA, que le debe facturas desde hace año y medio. Más cerca de la meta, adormilada, está Josefina Morón, enfermera de un hospital. Salida de una guardia a la que le iba a seguir otra al anochecer, se quedó varada y tuvo que pagar un par de litros de gasolina a dos dólares cada uno para llegar a la fila. Delante de ella, María Dagher hace la cola por su hijo, médico de guardia en uno de los centros de referencia para la atención de los enfermos de la covid-19. “Que Dios nos agarre confesados”, dice cuando se le pregunta por lo que ha visto su hijo estos días. Con el número 198, aguardaba Mercedes Pichardo, de 72 años, bioanalista en un hospital sin agua.

Maduro ha maniobrado los últimos años para administrar la debacle y Caracas no había sufrido todavía del mal de la gasolina que padecen hace años las provincias del país sudamericano. En la capital es lejano el recuerdo del paro que promovió el sector empresarial y la oposición, después de intentar un golpe de Estado, en protesta contra el proyecto de Hugo Chávez y los que eran los primeros signos de lo que sería una deriva autoritaria: un extenso fajo de leyes habilitantes que le permitirían gobernar por decreto y el control centralizado de la petrolera.

La falta de gasolina en todo el país ha hecho aún mucho más severo, si cabe, el distanciamiento social al que obliga el nuevo virus que ha enfermado a 197 venezolanos, de los cuales 9 han fallecido, según los datos oficiales. La escasez de combustible también ha puesto más lejos la comida para el 80% del país que no tiene ingresos para pagarla, para quienes viven de lo que venden al día y no pueden contratar un servicio de entrega a domicilio y mucho más lejos las medicinas, que los enfermos de cáncer o VIH solo consiguen luego de horas de viaje en carretera hasta la frontera con Colombia, ahora llenas de controles que no se cruzan sin salvoconductos.