Hace casi una década, Bolivia ardió con el “gasolinazo”. El fin de los subsidios a algunos combustibles, anunciado por el Gobierno de Evo Morales, sacó al país a las calles. Lo mismo ocurrió en Ecuador cuando Lenín Moreno decidió jugar esa misma carta. El miércoles (27.05.2020) Nicolás Maduro verbalizó planes similares para Venezuela. Hasta en Irán, que ha llevado gasolina en tanqueros al país suramericano, el clima social explotó por el aumento de los precios. El presidente venezolano juega con fuego y la gasolina arde rápido.
por Deutsche Welle
“La gasolina que hemos traído del exterior, de Irán y otros países, la hemos pagado con dólares, y mucha gente me propone, y estoy de acuerdo, que la gasolina hay que cobrarla“, dijo Maduro en un encuentro con sus ministros, transmitido por la televisión estatal, sin informar sobre las nuevas tarifas o su fecha de entrada en vigencia. Irán envió cinco tanqueros con gasolina a ese país, que atraviesa una grave situación de escasez.
En Venezuela, la gasolina es prácticamente gratuita. Al menos oficialmente. La otra realidad es que, en un país donde uno puede pasarse una semana sin encontrar combustible, florece la economía paralela. En el mercado negro, el precio oscila entre dos y cuatro dólares por litro, explica a DW Dimitris Pantoulas, analista político independiente radicado en Caracas.
Entre quienes siguen de cerca el ocaso del oro negro venezolano, el anuncio de Maduro es de todo menos una sorpresa. “Desde 2018 Maduro está insinuando este encarecimiento de la gasolina”, apunta Pantoulas.
Paola Rodríguez, especialista de la consultora Rystad Energy, coincide con él: “Era lo que se esperaba. La situación de la COVID-19 le viene al Gobierno de Maduro como anillo al dedo. Le da una oportunidad al Gobierno de tener una excusa para hacer cosas que ya tenían planeadas desde hace tiempo”. En entrevista con DW, esta analista venezolana cita a ese respecto también la privatización de ciertos activos que el régimen chavista estaría intentando vender “porque no están en funcionamiento”.
El último aumento de combustible fue decretado en 2016, el único desde la llegada al poder del fallecido expresidente Hugo Chávez (1999-2013). Aunque el precio se elevó entonces 1.328,5 por ciento en el caso de la gasolina regular y 6.085 por ciento en el de la súper, las tarifas continuaron siendo bajas.
Son muchas las incógnitas que se plantean en torno al explosivo anuncio. ¿Cuánto piensa Maduro cobrarle a un pueblo venezolano que a menudo no tiene para pagar alimentos, medicamentos u otros bienes básicos? Rodríguez cree que el precio se llevará a los parámetros regionales de Latinoamérica, “a precios internacionales”. Pantoulas, por su parte, sugiere que estará “entre el medio dólar y el dólar por litro, más cerca del medio dólar”.
Pero, cuando llegue la hora de sacar la billetera, ¿quién podrá afrontar este gasto? “Una parte reducida de la población”, responde la analista especializada Rodríguez. “El resto va a seguir sin tener acceso a la movilidad. Ambos expertos creen, no obstante, que el Gobierno mantendrá subsidios para sectores clave, como el transporte público o la agricultora.
“La crisis se va a intensificar”, cree Svenja Schöneich, investigadora de la Universidad de Hamburgo, en Alemania. A su juicio, el problema de países como Venezuela, pero también de todos los que están expuestos tan abiertamente a las oscilaciones del precio del petróleo, es la dependencia. “Muchos países deberían haber aprendido que la dependencia del petróleo no es una buena estrategia a largo plazo”, añade la alemana. El precio va más allá del económico y puede adquirir la forma de un conflicto social.
El país arrastra una desbocada inflación, la más alta de mundo, proyectada por el FMI en 15.000 por ciento para 2020, y una constante depreciación de la moneda. La Cepal prevé que la economía venezolana se contraiga en un 18% este año debido a la pandemia de la COVID-19. “Es un misterio cómo van a sobrevivir millones de venezolanos en los próximos meses”, subraya Pantoulas. “Maduro no tiene margen de maniobra. Sus aliados no pueden apoyarle lo suficiente en lo económico. La sociedad está a punto de colapsar.
Pero ese no es el único nubarrón en el horizonte. “Más que la cuestión económica, es la cuestión social”, apunta la analista Rodríguez. “La gasolina es para Venezuela lo que son el vino y el queso para los franceses: un sentimiento nacional”. Como venezolana, cuenta, conoce bien cómo la idea de gasolina barata está arraigada en la identidad nacional. “Históricamente para los venezolanos el precio de la gasolina es una cuestión de orgullo nacional: debe ser gratuita”.
Y, pese a ello, los expertos consultados por DW creen que la situación actual juega a favor del régimen. “Sin tener liderazgo político en la oposición para canalizar el descontento, es más fácil para Maduro introducir un cambio como este”, apunta Pantoulas. Rodríguez añade que las restricciones de contacto y movimiento relacionadas con el nuevo coronavirus “pone a su disposición muchísimos más controles sociales de los que tendría en una situación normal, y sin ser sometido al mismo control internacional, porque todos los países tienen o han tenido confinamiento de algún tipo”.
Con la gente encerrada en sus casas, es más probable que la protesta social pase más desapercibida. Ello no quita que la gasolina y su precio sigan siendo inflamables, en Venezuela quizás más que en ningún sitio. Maduro más que nadie sabe que el piso de su Gobierno resbala. “A pesar de todo esto”, concluye la analista Rodríguez, “sigue existiendo un riesgo enorme de que la población, sobre todo las clases populares, salga a la calle y se acentúen los focos de violencia”.