Solo en agosto, hubo cientos de protestas particulares y combinadas. Candelitas encendidas en cada rincón que ni el gobierno logra apagar y mucho menos solucionar su causa, mientras la oposición no capitaliza semejante fuerza. Adrenalina desperdiciada sin que ningún partido político la sume a sus haberes, mientras Nicolas Maduro y los suyos siguen en Miraflores sacando cuentas sobre cuántos diputados obtendrán en las elecciones parlamentarias.
Por Elizabeth Fuentes / El Cooperante
Pacientes renales protestaron frente al Centro de Diálisis y Hemodiálisis Jesús de Nazareno, en Puerto Ordaz, para exigir el reemplazo del sistema de ósmosis y de los dinamizadores dañados. Temen el cierre de la unidad de la cual dependen 61 personas En Monagas, la Guardia Nacional disparó en contra de manifestantes que exigían gasolina. Hubo 70 arrestados, mujeres golpeadas, una protesta en la carretera nacional que une a Monagas y Anzoátegui, donde los usuarios cerraron la vía al darse cuenta que no les despacharían combustible. Los ciudadanos tenían siete días en una cola y le exigían a la gobernadora Yelitze Santaella que cumpliera su promesa de cargar combustible a 400 vehículos.
En Tucupita, el único centro de salud que recibe a pacientes con COVID-19, no tiene insumos: no hay oxígeno, ni medicinas para tratar a los afectados con COVID-19, ni con ninguna otra patología. Solo hay un médico y un especialista por cada área. Y por si fuera poco, en los municipios Pedernales, Antonio Díaz y Casacoima no hay médicos, ni medicinas, por lo que las personas enfermas tienen que trasladarse a la ciudad capital para su tratamiento, pero no pueden hacerlo por la escasez de gasolina.
En Falcón, los derrames petroleros destruyen no solo el ecosistema sino que pone en peligro la pesca en la zona, de la cual dependen cientos de pescadores para subsistir. La Fundación Azul Ambientalistas denunció la aparición de una mancha de aproximadamente 260 kilómetros de hidrocarburos vertidos por la Refinería El Palito, la mayor del país, que afectó a las playas de Carabobo y el Parque Nacional Morrocoy en Falcón, uno de los balnearios más populares del país. Pocos días después, PDVSA reconoció que hubo otro derrame, esta vez en el gasoducto sublacustre cerca del área del Golfete de Coro, una imagen patética que envió un pescador local pidiendo auxilio porque esa desgracia a nadie parecía importar.
En Maracaibo regresaron los apagones hasta por doce horas y hubo protestas nocturnas, lo habitual en el convulso paisaje del país. Ya van 48 mil apagones desde enero a julio,en todo el país.
Las colas kilométricas para surtir de combustible dibujan una trágica red de en todo el país, con acento en la Gran Caracas, Villa de Cura y Charallave. Los venezolanos ya se habitúan a dormir en los autos y amanecer en las estaciones de servicio para que les surtan 20 litros. Pero los que protesten, temen correr el mismo destino del odontólogo William Arrieta, salvajemente golpeado por reclamar cierta justicia en aquel desmadre que se armó en una estación de gasolina del estado Aragua
Según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, durante el mes de agosto hubo 53 protestas por electricidad, 315 por gasolina, 93 por falta de agua, otras 156 por falta de gas doméstico y 114 por derecho a la salud. También hubo lo que denominan «protestas combinadas». Es decir, hay quienes protestan por falta de agua y luz. O gas e insumos médicos en los hospitales. O gasolina y luz y asi…lo que totaliza 330 «protestas combinadas» en todo el país.
Pero nadie capitaliza semejante caos. Ni el gobierno logra (ni puede) poner orden ni los opositores cuentan con la fuerza – o las ganas o la dirigencia- necesaria para ensamblar esas cientos de protestas en una gran y única rebeldía nacional. Las «candelitas» encendidas en ciudades, pueblos, y caseríos a lo largo de todo el país, nadie las oxigena ni las lidera. Explosiones de indignación que se apagan cuando finalmente llega la luz, el agua o la medicina, una pastillita de tranquilidad hasta la próxima dosis. Adrenalina desperdiciada sin que ningún partido político la sume a sus haberes, mientras Nicolas Maduro y los suyos siguen en Miraflores sacando cuentas sobre cuántos diputados obtendrán en las elecciones parlamentarias y la radio transmite unas propagandas horribles del gobierno donde un viejito llora porque el gobierno lo atendió en un hospital y le dio las tres comidas, como si se tratara de una hazaña.
¿A quienes le gritan esos venezolanos en las protestas? ¿Quiénes se encargan de dirigir su rabia hacia un objetivo superior? Y aquí nace un gran silencio, el mismo de la gente durmiendo en su carro haciendo una cola para seguir adelante, quién sabe dónde.