La universidad venezolana agoniza en estos tiempos de revolución. La comunidad universitaria resiste su muerte definitiva, en medio de una tragedia que nos sacude en toda la nación.
Cesar Perez Vivas/ El Nacional
El Consejo de la Democracia Cristiana presentó la semana pasada un documento llamando la atención sobre dicha agonía. Sectores académicos, laborales, estudiantiles y políticos vienen denunciando de forma recurrente el proceso degradante en el que se encuentran nuestras casas de estudios superiores. En la Asamblea Nacional, el diputado por el estado Aragua Dr. Luis Alberto Barragán ha puesto su inteligencia y su coraje para mostrar todos los elementos constitutivos de la mórbida patología que consume a “la casa que vence las sombras”.
Nada más amenazante para una dictadura que la inteligencia, el conocimiento y la libre información. En todos los tiempos, la barbarie ha visto cómo su enemigo al conocimiento. Él es capaz de hacer comprender a las personas, y por lo tanto a las sociedades, la naturaleza perversa de un sistema político opresor.
Lo aprendimos con la historia de España, donde dos caras de la vida se encontraron aquel famoso 12 de Octubre de 1936, en plena guerra civil, durante el acto de apertura del curso académico en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Allí el general Millán Astray lanzó su grito: “Muera la inteligencia”, y don Miguel de Unamuno, entonces rector de esa casa de estudios, expresó: “Este es el templo (refiriéndose a la Universidad) de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.
Por contar con “sobrada fuerza bruta” el chavismo ha decretado la muerte de la universidad, asumiendo la consigna: “Muera la inteligencia.” Claramente, no podrán convencer porque –como dijo el filósofo– les falta “razón y derecho.”
El centro por excelencia del conocimiento, de su transmisión y de su crecimiento es la universidad. La universidad termina, por esas razones, siendo peligrosa y subversiva para toda dictadura que se precie de tal.
El socialismo del siglo XXI, como expresión del nuevo militarismo de inspiración marxista, ha considerado a nuestras universidades como enemigo activo y peligroso, que buscó someter desde sus primeros pasos en el poder. Hugo Chávez lo entendió así. Jamás quiso a la universidad. Me refiero a la universidad libre y democrática.
Quería una universidad como si fuese un cuartel. Una entidad obediente a su voluntad. Cómo militar autoritario no le agradaba una comunidad de hombres y mujeres libres, con capacidad para entender y practicar el pluralismo, con conocimiento para descubrir sus graves carencias intelectuales, con decisión de evidenciar la sarta de mentiras y manipulaciones que su delirante discurso populista producía.
Por eso Hugo Chávez decidió liquidar la universidad autónoma, plural y democrática. Con el auxilio de personajes, que durante años medraron en nuestras universidades, resolvió imponerle un cerco institucional, financiero, político y funcional.
Fue un proceso progresivo de cambios, en diversas instancias, destinados a reducir sus capacidades. Justificados, dichos cambios, con argumentos populistas de “garantizar el derecho a la educación a los sectores menos favorecidos”, hasta llegar en la hora presente, a negarlo de forma real y concreta a 98% de nuestros jóvenes.
En estos 20 años de revolución, Venezuela no ha podido tener una sola nueva universidad autónoma, moderna y eficiente. Las nuevas creaciones (como la Universidad Bolivariana) estaban más destinadas a la ideologización castro marxista, dirigida desde Cuba, que a la apertura de nuevas oportunidades de estudio para nuestra juventud.
A la par que se recurría a este formato de centros de ideologización marxista, con el pomposo nombre de universidades, el régimen militarista aumentaba el cerco contra la universidad autónoma, impidiéndole el ejercicio democrático de su gobierno. Usando sus subordinados tribunales para boicotear la elección de sus autoridades e interfiriendo de forma ilegal y abusiva su autogobierno.
Su recurso más eficiente ha sido el cerco económico. Chávez, y luego sus herederos políticos, decidieron ahogar financieramente a nuestras casas de estudiosos superiores. El acoso, cada año, fue más intenso. Progresivamente se fueron eliminando los recursos para la investigación, hasta su desaparición; se eliminó todo programa de ampliación, mejoramiento y mantenimiento de la planta física, hasta convertir en verdaderos ranchos la mayoría de las instalaciones de nuestras universidades. Se le suprimieron los recursos para acceder a las modernas tecnologías, en cada una de las disciplinas. Los laboratorios se hicieron obsoletos. Se le niegan los recursos para acceder a las publicaciones contentivas de nuevos conocimientos, así como para el intercambio académico.
Se redujeron, hasta casi su total desaparición, todos los programas de apoyo a los estudiantes. Becas, transporte, seguros, alimentos, deporte y otros beneficios son hoy simples recuerdos. Se llevó a la miseria a los profesores. Hoy sobreviven, sin seguridad social y sin ingresos, para atender las más elementales necesidades. No hablemos de los programas de estímulo al crecimiento intelectual y material de los docentes e investigadores, desaparecidos hace ya bastantes años.
Ese nivel de sometimiento y humillación no es casual. Es deliberado. Es una decisión de la cúpula hegemónica. Su decisión es liquidar la universidad.
Nuestras universidades hoy están en el umbral de un campo santo. Desoladas, abandonadas. Estudiantes y profesores han desertado. Queda un núcleo valiente y comprometido que trata de evitar su muerte.
Por eso los venezolanos, y fundamentalmente los universitarios, estamos en el deber de alzar nuestra voz para hacer evidente este brutal crimen contra la nación.
Las dictaduras tradicionales habían sometido a la universidad, la dominaban por la fuerza, pero buscaban dejarla como albacea del conocimiento. La del socialismo del siglo XXI decidió destruirla de forma integral. No solo con la represión, sino arruinando a toda la comunidad universitaria. El camino de la barbarie roja ha sido más trágico y de un daño mayor.
La democracia tendrá la tarea de restablecerla de nuevo. Será una tarea titánica, que tomará tiempo y significará costos relevantes, que no estarán disponibles de forma suficiente e inmediata. Estoy seguro de que así como la nación saldrá de la penumbra, la universidad retornará a la vida.