Caminé por la embajada… Gustavo Tovar-Arroyo

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¿Murió?
Caminé por una desértica embajada de Venezuela en Estados Unidos en la que, pese haber sido rescatada de las fauces chavistas, aún es notable el saqueo de la cual fue objeto por parte de los rateros que representaban aquí al más grande ladrón de todos los tiempos en nuestro país, el sátrapa Hugo Chávez. Caminé por la embajada y sentí la desolación de nuestro arruinado país. Caminé como quien camina sobre una tumba.
Sentí en ella cómo el ritmo del corazón de la patria se va deteniendo, sentí, sin que podamos evitarlo, como nuestra Venezuela se desvanece y muere.
¿Murió?

¿Virtud y honor?
Ondeaba la bandera que domina el altar neoclásico de la fachada de la mansión ubicada en la imperial calle Massachusetts mientras gélidas ráfagas de viento me hacían añorar las costas de Camurí y reflexioné –otra vez– sobre el irreparable daño que nos ha causado el chavismo. Un daño que sin duda considero incurable, un daño que –por ser moral– estimo está entrañado en nuestro espíritu. Un daño que no cesa: velo –venezolana, venezolano– frente a tu espejo.
No hay nada ni nadie que nos libere de esta maldad que hoy tatúa con sangre, hambre y enfermedad nuestra memoria. Nada. Aquí estamos, somos despojos de lo que una vez fuimos.
¿Virtud y honor?

¿Regionales?
Hugo Chávez encarna la peor Venezuela que hemos sido y que jamás seremos. Todo a su alrededor fue y es perfidia, su nombre es un asco que ha enlodado y estigmatizado todo orgullo. Somos una vergüenza cuya moneda es una basura, cuya salud es una peor enfermedad, cuya seguridad es una pistola amenazando estallar su bala en nuestra cabeza. Somos una vergüenza. Tú y yo, todos.
Sobre el cadáver de Venezuela, el mastodonte de Nicolás Maduro baila su danza ridícula. Nosotros asistimos al circo. Lo peor es que hay quienes aún aplauden.
¿Regionales?

¿Libertadores?
La embajada es una memoria deshilachada del maravilloso país que algún día fuimos. No conocí ese país y lo que conozco de él –de su grandeza– son reliquias en un patético museo que nadie visita. Nada queda de Venezuela: ni el virtuosismo, ni el honor, ni la bravura, ni la riqueza. ¿Gloria? No hagamos chistes crueles.
La embajada, aunque liberada del chavismo, es un fantasma en el cual Bolívar, Páez o Betancourt andan como almas en pena.
¿Será cierto que los venezolanos liberamos a Las Américas?

¿Escombros?
La biblioteca –aún intacta– de la embajada es su mayor maravilla, la colección de libros es a un tiempo prodigiosa y trágica, desde la Memorias del general O’Leary hasta la inolvidable colección de la biblioteca Ayacucho. Ilustres e inolvidables títulos: Lanzas coloradas, Boves el Urogallo, Doña Bárbara, etc. ¿Para qué? ¿Será cierto lo que ellos narran? ¿Fuimos aquello?
¿Dónde habrá quedado aquel país de gloria y bravura narrado tan impecablemente por las mejores luces de nuestra cultura?
La biblioteca es el escombro de nuestro esplendor (empolvado).

¿Elecciones?
La embajada es una metáfora parcial de la reinvención que se avecina una vez que derroquemos y aplastemos al chavismo. Por un lado, se limpia, ordena e inventaría el arrase que el chavismo produjo, sin más recursos que nuestras propias manos, pero por otro, Venezuela, a diferencia de la embajada, cuando intentemos reconstruirla, de los baños, pasillos y habitaciones saldrán matones, terroristas y narcotraficantes para impedirlo. ¿Elecciones limpias?
No sólo estamos arrasados y en ruinas como la embajada, además estamos habitados y secuestrados por los criminales más crueles de la historia de Las Américas.
Caminé por la embajada y entendí la reliquia –sin memoria– que es Venezuela, entendí lo que viene…