El jurado declara culpable al policía que mató a George Floyd

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Estados Unidos ha cerrado este martes un capítulo trascendental en su historia racial, el pecado original de este país. El jurado ha declarado al expolicía Derek Chauvin culpable de los tres cargos de homicidio por la muerte del afroamericano George Floyd en una detención brutal el pasado 25 de mayo en Minneapolis. La tragedia, ocurrida plena luz del día y grabada en vídeo por los transeúntes, dio la vuelta al planeta y provocó una movilización global contra el racismo, lo que ha hecho de esto algo más que un juicio a un hombre y algo más que un veredicto. En un país con escasas sentencias a las fuerzas de seguridad, para muchos activistas, este podía convertirse en un punto de inflexión en la larga trayectoria de brutalidad policial contra los negros.

Nada más leerse la sentencia, los gritos de euforia comenzaron junto al tribunal y en el cruce de calles hoy conocido como “Plaza George Floyd”, el lugar donde Chauvin lo mató. La tensión y las protestas han marcado este proceso que ha tenido a Estados Unidos en vilo.

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Las deliberaciones han durado menos de lo que se podía esperar. El jurado, formado por siete mujeres y cinco hombres de diferentes razas, solo requirió 10 horas entre el lunes y el martes para tomar una decisión unánime. La dureza de las imágenes, los nueve minutos de agonía de Floyd bajo la rodilla de un agente impasible, han desempeñado un papel capital en este proceso y en el estupor global generado. En la historia quedará escrito el nombre de Darnella Frazier, la joven de entonces 17 años que grabó todo el episodio y, con seguridad, cambió el desenlace que parece preescrito en estos casos.

El 25 de mayo una patrulla acudió a una tienda del sur de la ciudad por el aviso de que un cliente había pagado su tabaco con un billete falso de 20 dólares. Era Floyd, de 46 años, que seguía en un coche aparcado frente a la tienda. Para vencer su resistencia inicial, Chauvin, de 45, lo inmovilizó en el suelo junto a otros dos agentes y entonces tuvo lugar ese trance mortal. La rodilla de Chauvin apretaba el cuello de un hombre negro que ya no se movía, que clamaba que no podía respirar y luego parecía muerto sin que Chauvin retirase la presión ni atendiese a las quejas de los viandantes impotentes y desconcertados.

El policía estaba acusado de los cargos de homicidio en segundo grado (implica intención en el instante, pero no premeditación), homicidio en tercer grado (definido en Minnesota como el cometido por alguien que, aunque no busca el objetivo de matar, causa la muerte actuando de forma peligrosa, con una “mentalidad depravada” y sin cuidado por la vida humana) y homicidio imprudente en segundo grado. Ha sido hallado culpable de los tres delitos y puede cumplir hasta 40 años de prisión en el caso del homicidio en segundo grado, si bien para alguien sin antecedentes penales, como es su caso, las penas más habituales rondan los 12 años y medio. La sentencia de Chauvin, ahora en manos del juez Peter Cahill, puede tardar semanas o meses en conocerse.

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Durante tres semanas de juicio, por el tribunal del condado de Hennepin, donde se encuentra la ciudad de Minneapolis, han desfilado algunos de los 45 testigos que hubo. “Usen el sentido común, crean lo que vieron sus ojos, ustedes han visto lo que han visto”, dijo el fiscal Steve Schleicher. Este proceso, recalcó, “no es contra la policía, es un proceso a favor de la policía”. Sus dos compañeros también aguardan juicio, aunque por delitos menores. Todos fueros despedidos del cuerpo tras el incidente.

El ‘caso Floyd’ despertó la mayor ola de protestas contra el racismo en Estados Unidos desde el asesinato de Martin Luther King y provocó una verdadera catarsis nacional. Empresas e instituciones, hasta el propio Pentágono, hicieron un nuevo examen de conciencia sobre la carga racial de sus símbolos y la glorificación de los emblemas de la América confederada y esclavista.

No fue esta vez un prohombre de la comunidad el muerto, tampoco un notable líder de los derechos civileso. George Floyd fue un hombre de vida complicada, con un pasado de cárcel que trató de superar con la religión y un presente con problemas de drogas, pero precisamente eso planteó una conversación más profunda, porque su caso ilustra la situación de vulnerabilidad diaria que afrontan los detenidos negros, frente a los sospechosos blancos, y recordó las probabilidades que un afroamericano tiene sobre un blanco de acabar en los márgenes de la sociedad y morir en un arresto.

Es infrecuente que un tribunal condene a un policía en acto de servicio. Una decisión del Tribunal Supremo de 1967 estableció que las violaciones de derecho por parte de las fuerzas del orden, cuando se llevan a cabo “de buena fe”, en una operación, gozan de “inmunidad cualificada”. En 2015, el mismo tribunal precisó que esta dispensa excluye la violación de derechos “reglamentarios y constitucionales claramente establecidos”, pero el redactado sirvió de coladero para casos que hoy se recuerdan con indignación. Se ha evocado estos días a Rodney King, uno de los primeros abusos que el mundo pudo contemplar con sus propios ojos. Una noche de 1991, la policía detuvo a King, que estaba borracho, y le propinó una paliza brutal e incomprensible. La posterior absolución de los agentes desató otra ola de protestas.

El juicio por la muerte de Floyd ha tenido lugar en un país diferente de aquel, pese a las asignaturas aún pendientes. Ha sido este un proceso de gran carga emocional, donde se ha visto testigos llorar de impotencia y de culpa por no haber hecho o no haber podido hacer más por evitar el desastre. Los estadounidenses han visto un dependiente, Christopher Martin, acongojado por haber llamado a la policía alertando del billete falso y al jefe de la policía local, Medaria Arredondo testificando contra uno de sus hombres.

El presidente, Joe Biden, aseguró que Estados Unidos vive ante “un momento de cambio significativo”. “George nos dejó unas palabras que no debemos olvidar: ‘No puedo respirar”, dijo, y recordó: “Durante el funeral de su padre su hija me dijo que ‘papá cambiaría el mundo’. Hoy le digo que su padre ha cambiado el mundo”.