Migración a Estados Unidos: ¿huyendo hacia un futuro mejor?

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Tres pistas de baile, una barra, áreas sin ventanas… lo que hasta hace unos dos años era una discoteca en la ciudad fronteriza de Brownsville entre Estados Unidos y México, hoy es un albergue para refugiados.

DW

Pocas cosas recuerdan a la función que tenía antes este lugar: una barra larga, y techos altos y pintados de negro, pero ahora en vez de botellas de ron y tequila en los estantes detrás de la barra, se encuentran shampoo, pañales, jabones y ropa. La gran mayoría son artículos donados por ciudadanos estadounidenses que quieren ayudar a los recién llegados y lo hacen travéz de los organizadores, Catholic Charities. Los refugiados hacen cola en lo que era el bar y esperan ser atendidos. Detrás de la barra son los voluntarios los que entregan los artículos de higiene a las familias.

La organización católica de caridad compró esta discoteca hace unos dos años. Hasta hace poco, funcionaba principalmente como refugio para personas sin hogar. Algunos de ellos aún se encuentran afuera, durmiendo ahora en un banco frente a lo que era la entrada principal de la discoteca: «Ya no podemos dormir allí», se queja uno. «Solo puedes entrar si eres uno de ellos, un migrante».

Alrededor de 50 personas viven actualmente en el refugio. Todos han recorrido un largo camino: vienen de México, Guatemala u Honduras y buscan una vida en paz y libres de la criminalidad que conocen de casa, países donde rige la pobreza, la delincuencia y la impunidad. Cosas que muchos de ellos piensan que no encontrarán en Estados Unidos.

Encerrados en el camión

«Le pagué 6.500 dólares», dice Michelle refieriendose al coyote. «Coyote», así llaman a los contrabandistas que esperan a los refugiados del lado mexicano para ayudarles a cruzar a lo que para muchos parece ser la tierra prometida: EE. UU.

«Trabajé duro en dos trabajos al mismo tiempo y ahorré. Mi familia puso todas sus esperanzas en mí. Ellos me motivaron a venir a los Estados Unidos con mi bebé de solo cuatro meses».

Michelle está acostada en un delgado colchón con su bebé de cuatro meses en el suelo de lo que era la última pista de baile. Recorrió 2.500 kilómetros cargando a su bebé, la mayor parte a pie. El peor momento para ella fue cuando, junto con otros 40 refugiados, los hicieron subir a la parte de carga de un camión. Ella fue una de las primeras en subir, después todos iban siguiendo. «Cada vez estaba más oscuro el lugar y seguían empujando», nos dice. Para proteger a su bebé, Michelle colocó su cabecita entre su pecho y el hombro y se apoyó contra la pared de metal del camión, de espaldas a lo que se sentía como una masa de personas empujando. En uno de los últimos trechos que recorrieron a pie Michelle tuvo que dejar atrás su único equipaje, una pequeña mochila. No tenía fuerzas para cargar nada más que su bebé.

Michelle tiene otro nombre, pero le gusta que la llamen así: «Como Michelle Obama», dice y sonríe. Entre sus brazos abraza a una tortuga de peluche que le regalaron para su hijo cuando finalmente llegaron al refugio. Mientras habla con nostros, su bebé duerme a su lado en la colchoneta: «Mi destino final es Dallas», dice y su rostro se ilumina, «mi esposo vive allí desde hace un año. Ni siquiera conoce a su hijo. Trabaja en la construcción y nos está esperando».

Refugios sobrecargados y grilletes electrónicos

Por el momento a Michelle le han permitido permanecer en Estados Unidos. Ha recibido un permiso temporal hasta que un tribunal decida si se le concederá el asilo permanente en el país. El proceso puede tardar hasta un año e incluye varias audiencias frente al tribunal del estado en el que se registró. Sin embargo, debido a la sobregarga de los tribunales muchas veces los migrantes esperan de dos a cuatro años hasta tener una respuesta sobre su solicitud de asilo.

Desde que el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, asumió el cargo, el número de migrantes que llegan de Centroamérica se ha disparado. Solo en marzo, las autoridades estadounidenses arrestaron a más de 172.000 personas sin documentos, el mayor número de arrestos de este tipo en más de 15 años.

Para no perder de control a los migrantes que esperan las audiencias en el país a veces les ponen un grillete electrónico en el tobillo. Lo mismo hicieron con Michelle, entre 15 migrantes que entraron, ella fue elegida al azar por la policía fronteriza. El dispositivo está firmemente sujeto a su tobillo y ni siquiera puede quitárselo para ducharse. Cuando la batería está baja, el brazalete del tobillo vibra y emite un pitido fuerte. Entonces debe ser cargado rápidamente, lo que significa que Michelle tiene que permanecer entonces cerca de un enchufe. Al menos hasta su primera audiencia Michelle tendrá que llevar la grilleta puesta, entonces se tomará una nueva decisión.

Asilo… ¿y luego qué?

Sus esperanzas son alimentadas por las palabras de Biden, quien ha enfatizado varias veces que no rechazarán a menores no acompañados en la frontera, pero de facto muchas familias con niños pequeños también son admitidas en la frontera entre México y EE. UU. Todos ellos pueden solicitar asilo y quedarse en el país hasta que se aclare su situación, algo que ha provocado un fuerte aumento del número de migrantes.

Pero la historia continúa una vez el periplo culmina con la entrada a EE. UU., sobre todo para las familias. Una exvoluntaria del refugio (que no quiere ser identificada) dice, que después de ser admitidos, los migrantes son puestos en la calle: «les hacen un test de COVID-19, reciben un permiso de residencia temporal y luego se encuentran en suelo estadounidense. El trabajo del gobierno aparentemente termina ahí», dice indignada. Como miembro de una ONG, ella y otras organizaciones se dedican a recibir a los migrantes, guiarlos y ayudarles.

Ahora ella pone sus esperanzas en Kamala Harris, quien, en su papel como vicepresidenta, abordará la raíz del problema. Harris debería encontrar una manera de trabajar con los gobiernos en los países de origen y crear perspectivas para las personas, para que no tengan que huir en primer lugar. Joe Biden ya intentó esto antes cuando fue vicepresidente de Barack Obama y no tuvo éxito. «¡Pero esta vez es una mujer!», dice la antigua voluntaria convencida, «¡ella podrá hacerlo!»

Michelle y su bebé pueden continuar su viaje al día siguiente. Ha logrado reunir el dinero necesario para llegar a Dallas en autobús, donde su esposo la espera.

¿Valió la pena? ¿Todo el esfuerzo y el peligroso viaje? «Es que simplemente no podría haber sido de otra manera», dice Michelle, «nosotros en Honduras no vivimos, sobrevivimos».