HISTORIAS DE LA DIÁSPORA: Venezolanos cuentan sus duras experiencias en tierras extranjeras

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Desde que inició la debacle venezolana con la llegada del chavismo al poder, millones de venezolanos huyeron del país en busca de una mejor calidad de vida.

Por Ana Guaita Barreto / LaPatilla.com

Desde el año 2002 (año en el que comenzó a agudizarse la crisis) el número de migrantes venezolanos en el mundo ha ido en un descontrolado aumento sin precedentes.

Las olas migratorias
Luego de que el régimen de Chávez despidiera en el año 2003 a aproximadamente 20 mil trabajadores de Pdvsa a raíz del paro petrolero, muchas de esas familias decidieron emigrar para evitar las represalias que el entonces presidente, amenazaba con cumplir.

En esa misma tónica, entre los años 2005 y 2008 numerosos empresarios buscaron nuevos horizontes en otras tierras debido a la persecución política y la expropiación de empresas industriales y agropecuarias que llevó a cabo el principal responsable de la desgracia venezolana.

Pasaban los años y el caos continuaba: en el año 2015, la clase media se vio más afectada, a causa de la crisis económica, social, política, hospitalaria y humanitaria que enfrentaba –y que enfrenta- el país. Esto los obligó, en gran medida, a abandonar lo que había sido hasta ahora una “relación tóxica” llamada Venezuela.

Testimonios de la diáspora
Este 20 de junio, Día Mundial del Refugiado, decretado así en el año 2001por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), LaPatilla conversó con varios migrantes venezolanos que se encuentran entregando sus vidas en suelos extranjeros buscando una forma honrada de salir adelante.

Seis venezolanos radicados en Panamá, Costa Rica, Argentina, Chile, España y Uruguay contaron las duras experiencias que les tocó vivir desde su llegada un país que les abrió las puertas, luego de que su natal Venezuela hasta las ventanas les cerró.

Estos jóvenes contaron, entre lágrimas, cómo han sido los años lejos de sus seres queridos, sabiendo que cada familiar dentro de Venezuela sufre por las distintas crisis ocasionadas por la ambición del régimen de Maduro para perpetuarse en el poder.

El derecho a la salud y a la vida, consagrado en la Constitución venezolana, en su artículo 43 se ha visto seriamente vulnerado por los representantes de la dictadura chavista; a diario mueren los ciudadanos por falta de medicinas, atención hospitalaria y el alto costo de la salud. Este fue el tema más abordado por nuestros entrevistados.

Dolor familiar
“Estando en Venezuela nunca había lidiado con la muerte de una persona cercana. Al año de vivir en España, 3 de mis abuelos murieron. Lo primero que sentí fue culpa, no podía estar con mis padres y abrazarlos porque sus padres habían muerto”, confesó Karla Peraza, una periodista venezolana, quien se encuentra actualmente trabajando como operadora en un call center de España, luego de ser profesora de periodismo y fotografía a nivel universitario en Venezuela.

Y es que quien emigra sabe perfectamente que al llegar a otro país hay que “estar preparado para saber que trabajar ‘de lo que sea’ forma parte de tu camino y que no es, tu destino final”, señala Daniela De Pascuali, otra periodista desplazada por el régimen de Chávez y Maduro.

Gabriella Mejías, desde Panamá destaca que “dada la situación de la pandemia todo es un poco más difícil, así que, dependiendo de lo que se consigue puedo ser: mesera, señora de servicio, manicurista, oficinista, secretaria, ayudante general, me dedico principalmente a sobrevivir de la manera más honrada posible”.

Otra circunstancia que es conocida y temida por cada migrante es que el tiempo para un reencuentro familiar es desconocido. Pueden pasar meses, pueden pasar décadas para que el abrazo más deseado ocurra de nuevo o simplemente puede nunca ocurrir.

Gabriella Mejías dando un abrazo a su madre en el aeropuerto de Maiquetía

En este sentido, Yokasta Sanoja, una publicista criolla radicada en Uruguay comentó que “ha habido varios muertos en su familia”, explicó con voz temblorosa que la muerte que más le dolió “fue un tío que nunca nos dijo que estaba enfermo, nos enteramos cuando estaba grave”. Yokasta detalló que cuando estaba en planes de emigrar, su tío insistía mucho en despedirse de ella en el aeropuerto: “Después lo entendí… Él quiso ir porque sabía que no me vería más”, lamentó.

El lado oculto de la migración
En las redes sociales abundan las fotos de migrantes en los destinos turísticos que les ofrecen los países de acogida. Hermosas playas, paisajes envidiables, buenos restaurantes y felicidad palpable son solo algunos de los panoramas que se aprecian en las publicaciones de los refugiados venezolanos en otras tierras.

Sin embargo, no todo es color de rosa: detrás de cada una de esas fotos / videos existe una historia no contada cargada de dolor, penurias y tristezas que se encuentran reprimidas en el interior de cada venezolano.

Gabriella Mejías estando en Panamá desde el año 2016, relató que ha perdido familiares y mascotas y no pudo despedirse de ellos, señaló que “duele no poder expresarle el último adiós a tus seres amados, he perdido a muchos conocidos y familiares, realmente es horrible, es de las noticias que si estando presente no quieres escuchar, imagínate a miles de kilómetros”.

Gabriella aclara que el proceso de sobrellevarlo para ella siempre ha sido “trabajar más y más y más”. Y es que no es fácil recibir este tipo de noticias cuando el sentimiento de impotencia invade el cuerpo entero.

Del mismo modo, Karla relata que “todo depende de cómo fue tu actitud al salir de Venezuela. En mi caso fue una tortura subirme a ese avión dejando a los míos en tierra. Luego cuando vas avanzando, cuando poco a poco logras tu permiso para trabajar, luego un trabajo, tu primer sueldo y la alegría de ayudar a los tuyos, y también de cumplirte un capricho, ahí te das cuenta que la felicidad no sería felicidad si la tristeza no existiese”.

En la entrevista sostenida con los venezolanos en otros países, cada uno detalló que al inicio todo fue muy complicado. Roymar Celis, una licenciada en Comercio Exterior que reside actualmente en Chile, comentó el arduo camino que tuvo que atravesar para vivir dignamente en una buena zona de la ciudad capital.

“Emigrar para mí representó un cambio tremendo. En Venezuela fui supervisora en un call center de una reconocida empresa de telefonía por muchos años y en Chile mi primer trabajo fue de parquímetro”. Roymar explicó que debía salir de su casa a las 6:40 de la mañana y “pasar todo el día de pie, caminando bajo el sol, bajo la lluvia, bajo el frío, pedir prestado el baño en restaurantes, locales y tiendas”.

Otra de las experiencias negativas que atravesó esta venezolana en ese empleo y que contó con mucho pesar a LaPatilla fue la de “comer frío en la calle y a veces ni poder comer porque el trabajo no tenía las mejores condiciones para eso. Había días donde salía de casa a las 6:40 de la mañana y no iba al baño sino hasta las 9 de la noche que llegaba a casa”.

Antonio Romero, por su parte contó que al llegar a Costa Rica todo fue bastante fuerte: “Particularmente me ha tocado duro. Me han robado, estafado, he dormido en la calle, he sido vendedor ambulante en los semáforos y en los autobuses de San José”, pero no todo ha sido malo, Romero recordó que también ha tenido aventuras “maravillosas e increíbles” que ha sabido disfrutar.

La gota que derramó el vaso
Una historia siempre tiene un inicio, un desenlace y un final. Para estos jóvenes Venezuela se convirtió en un cuento que acabó en la triste despedida en el icónico arte de Carlos Cruz Diez en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía.

Yokasta, en Uruguay comentó que “aunque mi mamá trata de ocultarme las cosas, sé que a veces el mercado no le alcanza, el agua no llega, el internet es una porquería, el transporte público no existe”. Esas fueron las principales razones que la llevaron a convertirse en una más que buscó vida y sustento en otro país distinto al suyo.

“Daría todo por poder sentirme seguro en mi país y volver a él. Desearía saber que siempre habrá servicios básicos (luz, agua, gas) también tener la certeza de que si me enfermo conseguiré medicinas o simplemente atención médica, tener la seguridad de poder ir al supermercado y comprar lo que me apetezca, pero sobre todas las cosas me encantaría poder tener la seguridad de que si salgo a plena luz del día no me van a robar o matar”, destacó Antonio Romero desde Costa Rica cuando fue consultado acerca de las razones por las que abandonó Venezuela.

Y es que la cantidad de delitos cometidos en plena luz del día en Venezuela se ha convertido en un empuje “obligado” para los venezolanos.

“En los zapatos” del emprendimiento
Las crisis ayudan a los ciudadanos a dar lo mejor de sí para superarse cada día. Hay una frase bastante acertada que han tenido presente los venezolanos en el exterior: “O lloramos o vendemos pañuelos para las lágrimas” y es lo que están haciendo muchos fuera del país.

Y Daniela De Pascuali puede dar fe de eso. Ella es una periodista engrosa la lista de venezolanos en Argentina y también le brindó su testimonio a LaPatilla.

Luego de trabajar de lunes a lunes con una jornada de 12 horas diarias y sin días libres durante un año y medio, De Pascuali comentó que su “cuerpo no me daba más”.

“Yo trabajaba en una tienda de ropa interior donde no podía ni sentarme, ni recostarme de nada, siempre tenía que estar erguida, a lo militar. Yo solo veía el reloj y cuando salía, me decía, ‘bien, pudiste, lo lograste’”, explicó Daniela.

La rutina de Daniela se basaba prácticamente en dedicarse al empleo que tenía en ese momento y a cumplir su sueño: tener su propia marca de zapatos en Buenos Aires.

“Detrás de esas fotos hay un libro de historias”, Daniela De Pascuali, venezolana radicada en Argentina

“En las mañanas trabajaba con Diocady (su marca de zapatos); en las tardes, hasta la noche era vendedora de un local comercial, los sábados en la mañana iba a clases y salía corriendo al trabajo hasta la noche de nuevo y los domingos iba a vender los zapatos que hice durante la semana en una feria turística artesanal en Buenos Aires”, relató entre lágrimas nuestra entrevistada en Argentina, quien además explicó que esta situación “hizo que terminara en el médico” y tuvo que tomar una decisión: contra todo pronóstico renunció al empleo y “enfrenté mi emprendimiento. Ya ha pasado un año y medio de esa decisión y aquí seguimos”, comentó con un tono de orgullo.

Orgullo estampado
En la misma situación se vio Roymar, en Chile: por la pandemia del Covid-19 se vio ahogada económicamente porque la despidieron de su empleo y decidió emprender su propio negocio… Ahora diseña, cose, estampa y vende sus propias creaciones, las cuales varían desde franelas, hasta forros porta-vasos.

Pionera en esta área, esta emprendedora venezolana realiza sublimaciones de camisas, tazas, llaveros, mousepads, rompecabezas, entre otros artículos.

“Aún no olvido los días en los que pasaba 10 horas caminando todo el día, comiendo en la calle, (muchas veces frío) y sin poder ir al baño. Fue una experiencia horrible”, relata Roymar. “Actualmente doy gracias a papá Dios que todo eso se terminó para mí”.

Soluciones para Venezuela
En esta entrevista se les consultó a los seis venezolanos acerca de las posibles soluciones para el caos que vive el país que los vio nacer y las seis respuestas coinciden en enjuiciar y encarcelar a los representantes del régimen de Chávez y Maduro, dentro y fuera de Venezuela; refundar las instituciones públicas y por último eliminar los beneficios que reciben estas personas por “trabajar” para el Estado venezolano.

Por el momento Gabriella, en Panamá explica que no hay solución para Venezuela y detalla que no quisiera volver al país. “Lamentablemente no quisiera regresar, más bien mi familia me dice que no regrese, que tristemente me costaría mucho adaptarme al día a día de Venezuela”.

Personas familiares y creyentes
Durante la entrevista con cada uno de estos jóvenes se pudo constatar que en las declaraciones que brindaron, su familia y su creencia en Dios era lo que los mantenía en pie de lucha frente a las adversidades.

Demostraron un compromiso con sus seres queridos que aún residen en Venezuela y explicaron que “gracias a Dios” han podido ayudar a quienes lo necesitan, mientras ellos se encuentran en esas tierras lejanas.

Dios acompañará a cada una de estas personas en sus arduos caminos porque él solo le entrega fuertes batallas a sus más capaces guerreros.