Rusia juega con el holocausto nuclear

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Estamos ante una coyuntura fluida y riesgosa, que puede escaparse de las manos y quedar sin control, lo que motiva la universal preocupación existente.

Por El Cooperante / Carlos Canache Mata

Escribo este artículo el jueves 24 de febrero, cuando se ha consumado, en la madrugada del día, la invasión de tropas rusas a Ucrania y se realizan bombardeos aéreos contra sus ciudades. Tan grave suceso –que ocurre cuando poco antes Rusia había atentado contra la integridad territorial ucraniana al haber apoyado a las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk- necesariamente será objeto de notas posteriores, en las que se analizarán varios aspectos de la situación creada y, desde luego, la posición adoptada ante ella por el régimen dictatorial imperante en nuestro país.

Ahora, me referiré al hecho de que la invasión, y su deriva de confrontación entre las principales potencias occidentales y Rusia, ocurren en el contexto de que vivimos en la era nuclear.

Esta vez, la conocida frase jugando con fuego, se remonta, por tanto, a esa apocalíptica dimensión nuclear. El gran escritor Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, en reciente artículo, apunta:

“…Muchas enseñanzas para este mundo que podría volar en pedazos si Rusia, como parece, invade Ucrania y se arma de pronto y sin quererlo la Tercera Guerra Mundial. Así comenzaron la Segunda y la Primera, sin que nadie las planeara, y sobre todo sin que sus consecuencias – los millones de muertos- fueran previstas”.

El advenimiento de la era nuclear –la posibilidad de obtener energía manipulando el núcleo del átomo- se inició cuando el 16 de julio de 1945, en una zona desértica del suroeste de Estados Unidos, se hizo detonar como prueba o ensayo, por el gobierno de ese país, la primera bomba atómica.

Ya, durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania había sido derrotada en Europa, pero Japón se negaba a rendirse incondicionalmente, por lo que el presidente Truman, que asistía en Berlín a la Conferencia de Potsdam (julio-agosto de 1945), decidió atacarlo con la nueva arma, y así fueron lanzadas sendas bombas atómicas, el 6 de agosto en Hiroshima –murieron alrededor de 100.000 personas- y el 9 de agosto en Nagasaki –hubo poco menos de 100.000 muertos, debido al terreno de la ciudad, a pesar de que la bomba era de mayor potencia-.

Al día siguiente, el gobierno de Tokio acepta la rendición, con la única condición de que Hirohito conservara el trono, rendición que se formaliza el 2 de septiembre ante Douglas McArthur, a bordo del acorazado Missouri, anclado en la rada de Tokio, teniendo al frente una impresionante escuadra. Ese día terminó la Segunda Guerra Mundial, que había comenzado el 1° de septiembre de 1939. Duró exactamente seis años y un día, con un saldo de alrededor de poco más de 40 millones de muertos.

Es a esa guerra nuclear, que eventualmente no sería limitada, sino existencial para la civilización humana, y que fue tema de la literatura de ficción durante la Guerra Fría (1945-1989), a la que le teme el Premio Nobel peruano, al igual que todos los habitantes del planeta tierra.

El Secretario de Estado de EEUU, Antony Bliden declaró –nos informa el cable internacional- que no descarta que Vladimir Putin “pueda tratar de ir más allá” en su propósito de influir en naciones vecinas y, especialmente, en algunas, ya incorporadas en la OTAN, de las que formaron parte de la extinta Unión Soviética.

Hasta este momento, afortunadamente, sólo ha habido sanciones económicas e individuales contra Rusia. Pero no hay que olvidar que el artículo 4 del Tratado de Washington, documento constitutivo de la OTAN, señala que los Miembros de la Alianza se consultarán cuando, a juicio de cualquiera de ellos, la integridad territorial, la independencia política o la seguridad de alguno de ellos se viera amenazada.

En virtud de ese artículo, la OTAN convocó una cumbre virtual de líderes para este viernes 25 de febrero –se celebra mientras los lectores pasean sus ojos sobre estas líneas- para considerar la invasión de Ucrania, que ha manifestado su deseo de incorporarse a la Otan, a lo que se opone decididamente Rusia.

Estamos ante una coyuntura fluida y riesgosa, que puede escaparse de las manos y quedar sin control, lo que motiva la universal preocupación existente.