Un duende burlón transita en este momento los recovecos de la opinión pública venezolana, las redes de Instagram y Tik Tok, los análisis políticos y las entrevistas de opinión: “Venezuela se arregló”. Se trata de una especie de coletilla que es continuamente rebatida por los especialistas, que se clava como una saeta en la sensibilidad de muchas personas, que enfurece especialmente a la diáspora, y que emerge como un agrio contrapunto a contradecir la narrativa de la tragedia histórica que vive el país desde hace, al menos, ocho años.
Por El País
Consumado ya el derrumbe de la estructura productiva del país, este trastorno interpretativo se alimenta de algunos datos que ofrece la cotidianidad: la reactivación del consumo y el tibio regreso de la actividad nocturna; el clarísimo descenso de los índices delictivos; las mejoras en el abastecimiento de combustible; la apertura de nuevos locales comerciales; la disponibilidad de productos importados y la organización de algunos recitales musicales internacionales, los primeros en más de siete años.
A pesar de que la frase anda de moda, nadie es capaz de afirmar con todas sus letras que “Venezuela se arregló”. Ni siquiera Nicolás Maduro: “Venezuela no se arregló, pero está mejorando. Venezuela va a crecer, pero falta mucho por hacer”, afirmó hace poco en un encuentro oficial con empresarios. La matriz, sin embargo, vuelve a reaparecer, burlona, a mofarse de las calamidades de los venezolanos, a la espera de un nuevo desmentido.
El fracaso de la oposición venezolana para forzar una transición a la democracia se ha topado con una audaz iniciativa de flexibilización del Gobierno chavista en lo social y lo económico, que ha producido un alivio en los sectores productivos y un cambio de tono con algunos sectores de la sociedad civil de oposición, parte de los cuales no ve factible un cambio político y ha optado por tratar de obtener pequeñas victorias y concesiones del poder.
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