El gobernador del estado Amazonas, Miguel Leonardo Rodríguez, tuvo que cruzar el inmenso territorio bajo su administración para atender en el municipio Río Negro 89 casos de paludismo. El alto funcionario dijo: «Los equipos a mi cargo están dando respuesta oportuna a nuestro querido pueblo rionegrense, sin distinciones políticas y con la seriedad que nos caracteriza». Hay aclaratorias que confunden.
Río Negro, en los límites con Colombia, ocupa casi 40.000 kilómetros cuadrados con apenas 3.200 habitantes, mayormente de las etnias arawaco, mandahuaca y yanomami. Más de 10 casos de infección por cada 1.000 personas advierte de un descontrol epidemiológico. La cantidad detectada en Río Negro representa el triple de esa medición conocida como el Índice Parasitario Anual (IPA).
Desde 2010, la cifra del IPA en Venezuela nunca ha sido inferior a 10,16. El exministro de Sanidad Félix Oletta apuntó en un documentado reportaje elaborado por el Correo del Caroní ─diario de Ciudad Guayana─ que las cifras de paludismo han venido bajando en los últimos años, “pero no se tiene el control de la epidemia». 97,1% de la infección se concentra en Bolívar, Sucre, Amazonas, Delta Amacuro, Zulia y Anzoátegui.
El Informe Mundial de Malaria 2022 de la Organización Mundial de la Salud indica con relación a las Américas que 3 naciones concentran 79% de los casos: Brasil, Colombia y Venezuela. La tendencia regional «se ha visto muy afectada por la epidemia de malaria en Venezuela, donde los casos aumentaron de 35.500 en 2000 a más de 482.000 en 2017”.
Las restricciones por la pandemia del covid 19 y la escasez de gasolina que afectó la actividad minera (un asunto clave) produjeron desde 2019 un notorio descenso del paludismo, de manera que Venezuela también encabeza la mayor caída (-263.000 casos) desde ese registro inimaginable de 2017.
Para entender por qué es inimaginable hay que hacer un breve repaso histórico.
En la Venezuela de los años cuarenta del siglo pasado una de cada tres personas que fallecía era por la malaria o paludismo. Fue entonces cuando apareció el doctor Arnoldo Gabaldón, quien junto con los equipos que lideraba produjo uno de los éxitos más relevantes de las políticas públicas en la historia del país.
En aquella nación que salía de la dictadura gomecista se desconocía cuántos casos había de paludismo, por lo que Gabaldón creó el boletín epidemiológico que recogía cada semana el desarrollo de la infección para llevarle el pulso a la epidemia y poder combatirla de manera eficiente, y permanente, como es obligante en un país tropical. Ese boletín se hizo público hasta 2016, cuando, en contra del sentido común, dejó de divulgarse semanalmente.
Para 1962 los casos de malaria en todo el país fueron 210 (4 por semana). Ahora, 60 años después, mientras la población se cuadruplicó, los casos se multiplicaron por 1.000.
Además del abandono de esa exitosa política pública, la drástica propagación del paludismo está relacionada con los procesos de deforestación, como han constatado científicos de la Universidad Wisconsin- Madison de Estados Unidos al estudiar el uso de la tierra en el área del Amazonas en más de 50 distritos sanitarios de Brasil, según un reporte de BBC Mundo.
La tala de los bosques tropicales crea condiciones que favorecen la reproducción del principal portador de malaria en el Amazonas, el mosquito anopheles, que transmite el parásito al picar a una persona.
No es por tanto ninguna casualidad que las zonas más infectadas en Venezuela sean aquellas donde la búsqueda indiscriminada e ilegal de oro y otros minerales de alto valor están arrasando con extensas áreas de la selva amazónica. Al gobernador Rodríguez le queda mucho trabajo por hacer.