Pimpinela, 40 años de desamor

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Cuarenta años después ahí siguen de giras, dados la vuelta. 40 años desde actuarán en el Wizink Center de Madrid en septiembre. «Olvídame y pega la vuelta» fue su primer gran éxito,  una arrolladora canción de desamor interpretada con tanta verdad que muchos, desde entonces, pensaron que Pimpinela eran pareja y no hermanos. 40 años más tarde, Lucía y Joaquín celebran una carrera de éxitos volviendo a subirse a los escenarios.

«Si fuéramos pareja, no habríamos durado ni cuatro meses»

Lucía y Joaquín Galán, Pimpinela, inventaron un género musical y llevan 40 años en los escenarios cantando e interpretando sus canciones. El próximo 15 de septiembre celebrarán ese aniversario con un concierto en el Wizink Center de Madrid: «Nos halaga ver gente joven, familias completas. Es algo fantástico». Los hermanos están felices «porque tenemos el privilegio de vivir de lo que nos gusta. Nos une el amor, la pasión y una fuerte unión familiar que está por encima de lo profesional. Si fuéramos pareja no habríamos durado ni cuatro meses».

Lucía se considera «una mujer que día a día intenta superarse. He ido modificando mi forma de ser para crecer. He aprendido a estar atenta para ayudar a los demás». Una de las cosas que más le llenan es su labor filantrópica en el Hogar Pimpinela para la Infancia, a la que dedica gran parte de su tiempo: «Tenemos que ser conscientes de que debemos colaborar en este mundo con los que lo necesitan». Por eso está tan orgullosa de su hija, Rocío, que apoyó este proyecto con tanta pasión: «Tiene 26 años, vive en Madrid con su pareja y estudia Psicología. Uno puede educar a sus hijos pero luego ellos hacen lo que quieren. Pero ella me ha demostrado que es, ante todo, una buena persona».

Por su parte, Joaquín se considera «alguien que se apasiona, soy perseverante, perfeccionista. Y agradecido, sobre todo con nuestros padres, que tantos esfuerzos hicieron». Casado con la artista Viviana Berco, también habla orgulloso de su hijo: «Pancho tiene 34 años y nació en Madrid, en plena gira. Desde pequeño viajó con nosotros. Ahora vive en Argentina, tiene una empresa de terapia ‘online’ para emigrantes latinos».

A Lucía le gusta salir, ir al cine y viajar «para pasear como una turista más». Joaquín se entrega a todo lo relacionado con la música, «me apasiona componer por el placer de hacerlo, aunque sea para nadie». Lucía reconoce que tiene un pequeño toc, «tengo que comprobar que el gas está cerrado antes de acostarme. Se ve que en otra vida debí morir asfixiada». Joaquín comparte la misma manía, «además chequeo que todas las puertas están cerradas», pero tiene otra explicación: «Son cosas de mamá. Las hacía ella». La que no ha heredado es la de llevar calzoncillos rojos: «Esa es mía. Ahora toda mi familia me regala. Incluso el público me lanza calzoncillos rojos en los conciertos».

Es curioso ver cómo a los hermanos les da paz lo mismo: el bienestar de los suyos. Y a ambos les repele la violencia, la mentira, la hipocresía. Lucía confiesa que en estos tiempos de falsedad, «estoy menos sociable porque necesito un orden mental» Y Joaquín reconoce que «me desestabiliza la gente deshonesta». Están en la misma onda.

La foto: una infancia con ecos españoles

Es el patio de la casa de Villa Urquiza, en Buenos Aires, que tantos recuerdos les trae. Los pequeños posan juntos a sus padres, dos emigrantes españoles que empezaron una nueva vida en la Argentina, Joaquín y María Engracia. «Había una escalera y yo tenía un coche de pedales con el que siempre quería subir y bajar», rememora Lucía. «Yo era una niña inquieta, sociable, que se metía en todos lados», explica: «Me subía a las mesas a cantar, a interpretar, que si una jota, que si un pasodoble. Tuve una infancia muy artística porque en casa siempre había música. Recuerdo a mamá cantando las copas de Concha Piquer en la cocina».

«Y papá siempre estaba con la gaita animando la casa», apunta Joaquín: «Tuvimos una infancia familiar, con muchas fiestas. Recuerdo las cenas de fin de año, con mi hermana de protagonista. Yo era más tímido. Yo era un niño feliz y tranquilo hasta que llegó ella», bromea: «Recuerdo la noche que llegó del sanatorio. Llovía mucho y pillé una neumonía. Yo esperaba un hermano para jugar a los soldados y al fútbol, así que le enseñé a cabecear. Era la mejor.» Sus padres quisieron que no olvidaran sus raíces: «Cuando veníamos a Asturias, íbamos al monte, al campo, con las vacas. Luego nos tocaba León, que era más ciudad y podíamos darnos paseos».

Pimpinela junto a sus padres en su casa de Villa Urquiza, en Buenos Aires
Pimpinela junto a sus padres en su casa de Villa Urquiza, en Buenos Aires ABC

De esos viajes, cada uno conserva un recuerdo. Lucía se queda «con las verbenas, la alegría de los bailes». A Joaquín no se le olvida «la humedad de aquellas camas altas en unas casas que no tenían baño». Eran ‘los americanos’, que venían cargados de regalos y se quedaban sentados en el regalo de la abuela Leónidas a escuchar sus cuentos al calor del brasero. «Toda esa nostalgia del emigrante nos ha enseñado mucho, nos ha ayudado a emprender, a no tener miedo, a superar cualquier problema para seguir juntos estos 40 años», nos explican.