¿Tienes una tarjeta de crédito?, ¿cuál es el bien más costoso que puedes comprar con ella? ¿Un billete de avión?, ¿un sofá?, ¿un televisor?, ¿una compra de supermercado?, ¿una entrada para el cine?
Por El Tiempo
En Venezuela, la mayor parte de las personas que tienen tarjeta de crédito no pueden comprar ni siquiera un botellín de agua.
“No sirven para absolutamente nada”, dice Henkel García, analista financiero y director de la consultora Albusdata, a BBC Mundo.
Y es que la mayoría de las tarjetas en ese país sudamericano tienen un límite de apenas 1 bolívar (unos US$0,03).
Se trata de un monto muy reducido, incluso en un lugar donde el salario mínimo de 130 bolívares ya equivale a menos de US$5 mensuales, debido a la drástica pérdida de valor de la moneda venezolana, que en lo que va de año pasó de 17,55 por dólar a 33,11 por dólar.
Pero la pérdida de utilidad de las tarjetas de crédito tiene otras causas -que van más allá de la devaluación del bolívar- y sus consecuencias tienen un impacto importante en la vida de las familias.
Los efectos de la hiperinflación
Ángel Álvarado, investigador principal en el departamento de Economía de la Universidad de Pensilvania, explica que la principal causa detrás de este fenómeno es la elevadísima tasa de inflación que ha sufrido el país sudamericano durante los últimos años.
“En Venezuela no hay crédito porque con una inflación de 400%, no hay crédito”, dice Álvarado a BBC Mundo.
“La hiperinflación destruye la intermediación financiera. No hay gente ahorrando. ¿Quién va a ahorrar en bolívares? Si no hay gente ahorrando en bolívares, no hay crédito. Y si no hay crédito, no hay tarjeta de crédito”, señala.
En 2017, Venezuela entró en un ciclo de hiperinflación que se extendió durante cuatro años. Según datos del Banco Central de Venezuela, la inflación llegó a escalar hasta un máximo anual de 65.374% en 2018.
El periodo hiperinflacionario se dio por concluido a finales de 2021, pero eso no ha significado el fin de la escalada de precios. De hecho, de acuerdo con estimaciones del Observatorio Venezolano de Finanzas, para el cierre de agosto, la inflación acumulada en el país en 2023 es de 144,6%, mientras que la tasa anualizada (de agosto a agosto) suma 422%.
Según explica Henkel García, una de los factores que ha llevado a la inutilización de las tarjetas de crédito en Venezuela ha sido, precisamente, la lucha por controlar la inflación.
“A partir de 2018, cuando estaba lidiando con la hiperinflación, el gobierno tomó la política de contener el avance de los precios y del tipo de cambio, haciendo desaparecer literalmente los bolívares creados a través del otorgamiento de créditos. Eso prácticamente significó la desaparición del crédito en Venezuela y, sobre todo, de los créditos al consumo”, indica el experto.
Para secar la liquidez que había en la economía venezolana, el gobierno elevó a niveles históricos el llamado “encaje legal”, que es el porcentaje de recursos que las instituciones financieras tienen que mantener depositados en reserva en las cuentas que mantienen en el Banco Central de Venezuela.
“Al estar ese dinero allí congelado y no poderlo utilizar, eso limita en buena medida la cantidad de créditos que puedes entregar”, explica García.
Aunque tras el cierre del ciclo de hiperinflación, las autoridades venezolanas han reducido un poco el encaje legal, este se mantiene en niveles que superan con creces los existentes en otros países de América Latina.
Según una comparación publicada por el medio venezolano CrónicaUno, el encaje legal en Venezuela se ubica en la actualidad en 73%, un nivel muy superior al registrado en Brasil (25%), Uruguay (22%), Colombia (11%), Chile (9%) o Perú (3%).
La desaparición del crédito al consumo
Pero, más allá de las restricciones impuestas a través del encaje legal, los recursos de los que disponen los bancos para prestar se han visto reducidos también por la disminución de los ahorros de los venezolanos.
Esto se debe tanto al empobrecimiento general del país -entre 2013 y 2021, el PIB se contrajo en 75%- que hace que haya menos personas con capacidad para ahorrar, como al hecho de que con una inflación alta y un ritmo de devaluación acelerado los ciudadanos no tienen incentivos para depositar bolívares en los bancos, pues saben que cada día van a valer menos.
Por otra parte, dar créditos por vía de las tarjetas no es un buen negocio para los bancos debido a que las tasas de interés que pueden cobrar están controladas.
“¿Qué banco te va a prestar a una tasa del 30% si hay una inflación de 400%? Si te presta, va a perder dinero”, apunta Alvarado.
A todo esto se añade el hecho de que para los bancos las tarjetas de crédito implican un riesgo importante por tratarse de préstamos sin garantías y que, en general, son de difícil cobro.
Como consecuencia de estas circunstancias, las tarjetas de crédito en la actualidad solamente representan 1,8% de todo el dinero prestado por las instituciones financieras en Venezuela, según cifras de la Superintendencia de Bancos (Sudeban), correspondientes a marzo de este año (último dato disponible). En 2012, representaban 12% de todos los créditos.
En marzo de este año, la totalidad de los créditos otorgados en Venezuela por esta vía sumaban unos 391.106.966 bolívares, lo que entonces equivalía a unos US$16 millones.
Según asegura Henkel García, el grueso de la actividad crediticia está concentrada en préstamos de corto plazo (3 meses, 6 meses o 1 año) para el sector agrícola y comercial (cuyos créditos están indexados al dólar).
El experto indica que peor que a las tarjetas de crédito le ha ido a los préstamos para la compra de vehículos que en marzo sumaban 9.030.043 bolívares, lo que al cambio representaba unos US$368.272.
Vivir sin crédito
La desaparición en la práctica de las tarjetas de crédito ha tenido impacto en los hábitos de muchos venezolanos que, ante la crisis económica que ha vivido el país, en lugar de usarlas para costear viajes o actividades de entretenimiento, muchas veces las usaban para pagar alimentos o medicinas.
De acuerdo con datos de la Sudeban, en 2014 -antes del recrudecimiento de la crisis económica- 13% del gasto realizado por los venezolanos por medio de tarjetas de crédito fue en supermercados y 5% se destinó a centros médicos y farmacias. Otro 11% se destinó a tiendas de ropa y zapaterías.
En la actualidad, aunque unos pocos usuarios tienen límites de crédito más altos que la mayoría -equivalentes a entre US$30 y US$100-, se trata de montos exiguos en un país donde la canasta alimentaria familiar -requerida para una familia de cinco integrantes- se ubica por encima de los US$500 al mes, según cifras del Cendas, un centro de estudio sobre temas económicos y sociales.
Pero, si no pueden usar las tarjetas de crédito, ¿cómo están haciendo frente los venezolanos a sus gastos?
“Pagan con sus ahorros, si los tienen”, dice Ángel Alvarado. “Ahora no hay un sistema financiero. El sistema financiero son la familia y los amigos, en los casos de aquellos que tengan familiares o amigos que les puedan ayudar”, agrega.
Henkel García señala que, más allá del uso de los ahorros, están surgiendo algunos instrumentos que permiten comprar productos y pagarlos de forma fraccionada.
“No es un crédito formal como lo puede emitir la banca, pero sí permite a la persona que compre algo y dividir su pago en cuotas”, señala.
Uno de estos instrumentos es un app que se llama Cashea y que, según explica en su página web, permite adquirir un producto por medio del pago de una inicial y, luego, tres cuotas quincenales iguales y sin intereses. Eso sí, el precio del producto y de las cuotas está indexado al valor del dólar en Venezuela.
Aunque las iniciativas de este tipo no pueden sustituir los servicios que prestaba la banca a través de sus créditos al consumo, pueden ser una ayuda para quienes necesiten financiar algunas compras.
Por su parte, las instituciones financieras venezolanas han optado por mantener vigentes, en lugar de eliminar, las tarjetas de crédito existentes -aunque sea con un límite tan bajo que las hace inútiles- a la espera de tiempos mejores.
Una esperanza que parecen compartir muchos venezolanos que conservan esos plásticos en sus carteras, guardados en algún cajón de casa o que mientras tanto les han dado una función más práctica, usándolos -por ejemplo- como marcalibros.