Será muy difícil para los británicos y para el mundo entero no extrañar el afable rostro que con simpatía compartió el té con el oso Paddington en el Palacio de Buckingham como parte de la celebración de los 70 años de reinado. Pero no solamente será recordada por ese detalle. Su popularidad solo se iguala con el fervor con el que sirvió a su gente para contribuir con su país en la construcción de la estabilidad y la paz de la que han gozado con ella como soberana.
La reina Elizabeth II murió en el Palacio de Balmoral, Escocia, ayer en la tarde a los 96 años de edad. Allí se reunió toda la familia real para despedirse de ella como madre y como abuela, pero también como la cabeza de una monarquía que ha sabido adaptarse a los tiempos modernos con su liderazgo. Es la soberana que más años ha servido a la corona y a su pueblo, y como dijo la primera ministra, Liz Truss, a ella se le deben tantos años de estabilidad, fuertes relaciones con los países de la Commonwealth (más de 50) y la cohesión de una ciudadanía diversa integrada por Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte.
Asumió el trono en junio de 1953 y desde entonces fue testigo de las grandes transformaciones mundiales, desde el surgimiento del comunismo y la Unión Soviética, la Guerra Fría, el asesinato de John F. Kennedy, presenció la caída del Muro de Berlín, recibió a Barack Obama en palacio y hasta ignoró el atrevimiento de Hugo Chávez cuando quiso abrazarla.
También a nivel personal tuvo la fortaleza de enfrentar muchas tormentas y temporales. Recibió malas y buenas noticias por igual con una entereza que muchos percibirían como frialdad, pero la verdad es que fue una mujer extraordinaria. Fue capaz de mantener y cumplir aquella promesa que hizo al enterarse en Kenia de la muerte de su padre y su ascensión al trono: “Trabajaré siempre, como lo hizo mi padre a lo largo de su reinado, para promover la felicidad y la prosperidad de mis pueblos, extendidos por todo el mundo”. Y fue constante en este propósito, por lo que se ganó el amor de todos los británicos y el respeto de los 15 primeros ministros que vio pasar por Downing Street, incluso Truss, que apenas asumió a principios de semana ante la reina, su último compromiso como soberana.
“La muerte de mi amada madre, su majestad la reina, es un momento de gran tristeza para mí y todos los miembros de mi familia. Lamentamos profundamente la despedida de la soberana y muy amada madre. Sé que su pérdida será profundamente sentida en el país, el reino y la Commonwealth y por mucha gente en todo el mundo”. Estas fueron las primera palabras de su hijo mayor y ahora rey Carlos III. Le tocará a él ponerse a la altura de Elizabeth II para conservar el legado de lo que se conoce ya como la segunda era de oro isabelina.