“Hemos hecho un trabajo inusual en la política, que es haber gobernado en lo desconocido. En marzo (con la irrupción de la pandemia) cambiaron todos nuestros objetivos, en el sentido de que tuvimos que priorizar otras cosas. Si no hubiéramos hecho todo lo que hicimos en este año (…), la pobreza no sería del 44 por ciento, sino que sería de 10 puntos más”, aseveró el presidente argentino Alberto Fernández al hacer un balance de su primer año de gobierno, que se cumplió esta semana. Y el mandatario aseguró que cree que ha hecho “un trabajo muy grande”.
Sin embargo, a pesar del optimismo de Fernández, es claro que lo que hizo la emergencia del covid-19 fue agudizar los problemas económicos y políticos que ya cargaba encima Argentina y que acabarlos fue, precisamente, su gran promesa de campaña.
“Alberto le ofreció a la sociedad argentina una recuperación económica contundente y la superación de la grieta política que divide al país entre peronistas-kirchneristas y sus detractores. Lo que vemos ahora es que ni siquiera es claro su plan económico, independientemente de la pandemia, y que en vez de distanciarse de Cristina (Fernández de Kirchner), amplios sectores de la sociedad ya empiezan a sospechar que la que está gobernando es ella”, le dijo a EL TIEMPO el analista argentino y académico de la Universidad del Rosario Matias Franchini.
Los planes de Fernández de sacar a Argentina de más de dos años de recesión, de una inflación récord y de acabar con el default de la deuda externa generada por su predecesor, Mauricio Macri, no solo se vieron volcados por la pandemia, sino que su hoja de ruta se denota difusa de cara “no solo a sus aspiraciones para la reelección en 2023, sino ante los comicios legislativos del próximo año”, recalcó Franchini.
Precisamente, el Gobierno argentino negocia un programa con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para obtener liquidez en medio de la crisis con un nuevo plan de crédito, luego de que este año la economía del país se encamine a una contracción del PIB de 11,8 por ciento, según el FMI, sumado a una inflación del 37,2 por ciento anual, una pobreza que alcanza el 44,2 por ciento (la peor cifra en 15 años) y unas escasas reservas de divisas.
“El primer objetivo de Fernández fue negociar la deuda con los acreedores privados, cosa que logró. Y ahora está en un proceso de acuerdo con el FMI. Pero, al marco de estas negociaciones, que parecen exitosas, no hay mucha claridad respecto de cuál va a ser su plan económico”, explica Franchini al señalar que “al margen de la pesada herencia que le dejaron los anteriores gobiernos de Cristina y Macri, no es claro cuál es la salida que Fernández está buscando, por lo que en buena medida tiene que navegar ese camino entre lo que quiere hacer, lo que su equipo económico le dice y los límites que le pone su grupo de coalición”.
Y es que si en lo económico le llueve, en términos políticos Fernández no encuentra escampadero. La grieta que quiso recomponer parece abrirse cada vez más debido al alto nivel de polarización que encuentra cabida con proyectos de ley como la legalización del aborto o el impuesto a la riqueza, los cuales no solo dividen a la sociedad sino a su propio gobierno de coalición.
“Hemos hecho un trabajo inusual en la política, que es haber gobernado en lo desconocido. En marzo (con la irrupción de la pandemia) cambiaron todos nuestros objetivos, en el sentido de que tuvimos que priorizar otras cosas. Si no hubiéramos hecho todo lo que hicimos en este año (…), la pobreza no sería del 44 por ciento, sino que sería de 10 puntos más”, aseveró el presidente argentino Alberto Fernández al hacer un balance de su primer año de gobierno, que se cumplió esta semana. Y el mandatario aseguró que cree que ha hecho “un trabajo muy grande”.
“Alberto le ofreció a la sociedad argentina una recuperación económica contundente y la superación de la grieta política que divide al país entre peronistas-kirchneristas y sus detractores. Lo que vemos ahora es que ni siquiera es claro su plan económico, independientemente de la pandemia, y que en vez de distanciarse de Cristina (Fernández de Kirchner), amplios sectores de la sociedad ya empiezan a sospechar que la que está gobernando es ella”, le dijo a EL TIEMPO el analista argentino y académico de la Universidad del Rosario Matias Franchini.
Los planes de Fernández de sacar a Argentina de más de dos años de recesión, de una inflación récord y de acabar con el default de la deuda externa generada por su predecesor, Mauricio Macri, no solo se vieron volcados por la pandemia, sino que su hoja de ruta se denota difusa de cara “no solo a sus aspiraciones para la reelección en 2023, sino ante los comicios legislativos del próximo año”, recalcó Franchini.
Precisamente, el Gobierno argentino negocia un programa con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para obtener liquidez en medio de la crisis con un nuevo plan de crédito, luego de que este año la economía del país se encamine a una contracción del PIB de 11,8 por ciento, según el FMI, sumado a una inflación del 37,2 por ciento anual, una pobreza que alcanza el 44,2 por ciento (la peor cifra en 15 años) y unas escasas reservas de divisas.
“El primer objetivo de Fernández fue negociar la deuda con los acreedores privados, cosa que logró. Y ahora está en un proceso de acuerdo con el FMI. Pero, al marco de estas negociaciones, que parecen exitosas, no hay mucha claridad respecto de cuál va a ser su plan económico”, explica Franchini al señalar que “al margen de la pesada herencia que le dejaron los anteriores gobiernos de Cristina y Macri, no es claro cuál es la salida que Fernández está buscando, por lo que en buena medida tiene que navegar ese camino entre lo que quiere hacer, lo que su equipo económico le dice y los límites que le pone su grupo de coalición”.
Y es que si en lo económico le llueve, en términos políticos Fernández no encuentra escampadero. La grieta que quiso recomponer parece abrirse cada vez más debido al alto nivel de polarización que encuentra cabida con proyectos de ley como la legalización del aborto o el impuesto a la riqueza, los cuales no solo dividen a la sociedad sino a su propio gobierno de coalición.
“El dilema más importante que se le presenta a Alberto Fernández en estos momentos es el sostenimiento de la unidad de su gobierno. Si esa unidad se rompe, su presidencia va a fracasar y lo pondrá en un panorama difícil, incluso, en sus esfuerzos para lograr terminar su mandato”, le dijo a EL TIEMPO José Manuel Grima, sociólogo y catedrático de la Universidad de Buenos Aires.
Para Grima, más que un distanciamiento entre Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina K, lo que hay es una discusión constante de las decisiones por ser un gobierno de coalición. Por eso, temas como la reforma de las jubilaciones y el intento de expropiar la compañía Vicentin, una de las mayores empresas agroexportadoras del país, son puntos álgidos difíciles de concertar.
Ante este panorama, lo más preocupante para el Gobierno argentino parece ser el limitado margen de maniobra que tiene en estos momentos. “No puede endeudarse mucho más de lo que ya está, no puede cobrar muchos más impuestos porque la carga impositiva actual es muy alta y, con el impuesto extraordinario a la riqueza no cambia de fondo la lógica del sistema y sí fragmenta más a sus propios aliados”, destacó por su parte Franchini.
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