Otra pandemia se avecina justo detrás del coronavirus: una pandemia de hambre, analfabetismo y pobreza.
Nicholas Kristof / THE NEW YORK TIMES
“No solo estamos frente a una pandemia global de salud, sino también a una catástrofe humanitaria mundial”, le advirtió al Consejo de Seguridad de la ONU David Beasley, ex gobernador de Carolina del Sur y actual director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. “Podríamos estar estudiando la hambruna en unas tres docenas de países”.
También afirmó que el mundo enfrenta su crisis humanitaria más grave desde la Segunda Guerra Mundial.
Los países en desarrollo tienen enormes vulnerabilidades, tales como barrios pobres abarrotados y sistemas de salud en los que los médicos son escasos y los respiradores son casi inexistentes. Diez países en África no tienen un solo respirador.
Les indicamos a las personas que se protejan del coronavirus al lavarse las manos con agua y jabón, pero son más las personas que tienen un teléfono celular a nivel mundial (5000 millones) que las que tienen la capacidad de lavarse las manos en casa (4800 millones). De acuerdo con cálculos de la ONU, casi 4 de cada 10 personas en la población mundial, un total de 3000 millones de personas, no tienen opciones para lavarse las manos en el hogar.
Para los médicos y enfermeros en los países pobres, el reto no es la falta de cubrebocas: más de una tercera parte de los centros de salud en países empobrecidos no tienen instalaciones para el lavado de manos, según informes de la ONU.
Las imágenes terroríficas de los cuerpos abandonados a descomponerse en las calles de Guayaquil, Ecuador, destacan los riesgos que enfrenta el mundo en desarrollo.
Sin embargo, también hay factores compensatorios. Es más probable que el virus provoque la muerte de gente mayor, sobre todo de aquellos que padecen enfermedades preexistentes, y es ahí donde los países en vías de desarrollo tienen una enorme ventaja. Solo el dos por ciento de las personas en Angola, Burkina Faso o Kenia es mayor de 65 años. En Haití, la cifra es del cinco por ciento; en India, del seis por ciento. En contraste, el 23 por ciento de la población en Italia y el 16 por ciento en Estados Unidos tienen más de 65 años, de acuerdo con el Banco Mundial.
Asimismo, el 70 por ciento de los estadounidenses tiene sobrepeso u obesidad, un factor de riesgo importante para el coronavirus. Esa es una porción poblacional mucho mayor que en los países en desarrollo.
Si tomamos todo lo anterior en cuenta, ¿cuál será el impacto real de la COVID-19 en los países más pobres?
“Simplemente no lo sabemos”, me dijo Esther Duflo, economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts que ganó el Premio Nobel de Economía el año pasado.
David Nabarro, experto veterano en salud global en la ONU, lo planteó de la siguiente manera: “Solo podemos tener hipótesis, y las hipótesis son vagamente esperanzadoras”.
Yo comparto esa perspectiva: en el aspecto meramente médico, no soy tan pesimista como otros analistas con respecto al impacto que tendrá en el mundo en desarrollo. Sin embargo, temo profundamente que el impacto indirecto sea devastador.
Las campañas para erradicar la polio se están suspendiendo. Lo mismo sucede con la distribución de vitamina A, que salva vidas de niños y previene la ceguera. Los programas escolares de provisión de alimentos se han cerrado junto con las escuelas.
En Bangladés, donde la economía se ha visto muy afectada por el coronavirus, una encuesta realizada por el destacado grupo de ayuda, Brac, reveló que los ingresos familiares han disminuido un 75 por ciento en promedio. Los trabajadores de fábricas vieron sus ingresos caer un 79 por ciento, los conductores de vehículos un 80 por ciento, los obreros de la ciudad un 82 por ciento, las trabajadoras domésticas un 68 por ciento y los operadores de calesas un 78 por ciento. Cuatro de cada 10 encuestados tenían comida en casa para tres días o menos.
Las escuelas están cerradas en muchos países y es probable que algunos estudiantes, sobre todo las niñas, no retomen sus estudios. Cuando las familias se enfrentan a una escasez desesperada de dinero y alimentos, es menos probable que paguen gastos escolares, en particular para las niñas. También recurren a casar a sus hijas, incluso las más jóvenes, a fin de que otra familia tenga la responsabilidad de alimentarlas.
Amartya Sen, economista del desarrollo, ha señalado que la presencia de una enfermedad provoca tantas muertes como la ausencia de sustento. La gente en países pobres ha visto sus medios para subsistir extinguirse debido a los cierres de emergencia, el colapso del turismo y el cese de las remesas que les enviaban sus parientes del extranjero.
“La COVID-19 tiene un potencial catastrófico para millones de personas que ya pendían de un hilo”, dijo Arif Husain, economista jefe del Programa Mundial de Alimentos. “Es un martillazo para más millones de personas que solo pueden comer si perciben un salario”.
El Programa Mundial de Alimentos advierte que la pandemia podría casi duplicar el número de personas que están en situaciones de hambruna extrema. Sabemos que cuando los bebés y los niños pequeños están malnutridos, sus cerebros no se desarrollan apropiadamente, por lo que podrían padecer deficiencias cognitivas toda su vida. Dentro de unas décadas, ellos y sus países quedarán rezagados si no logramos atender la crisis de hambre de 2020.
(Sé que los lectores se estarán preguntando: ¿Cómo puedo ayudar? Les ofreceré algunas respuestas en mi próxima columna).
En un momento de dolor profundo y presión económica en los países ricos, esto será difícil. Sin embargo, la ayuda es esencial, tanto en cuestión de alivio de la deuda como en asistencia directa.
“Ya hay escasez de alimentos”, me dijo Kennedy Odede, director ejecutivo de Shofco, un grupo keniano de iniciativa nacional contra la pobreza. “Muchas personas han perdido sus empleos, y nuestras comunidades viven al día. No hay ninguna red de seguridad, ningún sistema. Ayer, un amigo de la infancia me dijo: ‘Preferiría morir de COVID que de hambre’