¡CRIMEN Y CASTIGO! La desnutrición de Estefany: no más “leche” CLAP

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Sobre los hombros de Álex Saab no solo pesan las acusaciones de presunto lavado. También miles de tragedias personales. Venezolanos que ante la cruda realidad de la crisis se vieron obligados a consumir los alimentos que importaba para los CLAP. Esta es una de ellas, la historia de una familia en Petare que tuvo que enfrentar la desnutrición de una recién nacida

La tarde del 20 de febrero de 2018, el recorrido en metro desde la estación Pérez Bonalde hasta Palo Verde se hizo más largo de lo habitual. Así lo sintió Tamarys, desesperada por llegar a su casa y buscar auxilio. Los médicos del Hospital Pediátrico Dr. Elías Toro, en Catia, le dijeron que su hija Estefany, de tres meses, estaba en riesgo de desnutrición.

Al terminar el control pediátrico, la doctora le sugirió leche materna o de fórmula. Pero Tamarys no podía darle a Estefany ninguna de las dos. En su casa apenas podían comer y no estaba en capacidad de amamantar: la cantidad de leche que producía era insuficiente para las necesidades nutricionales de un bebé.

Impotente ante esa realidad, Tamarys tomó a su hija y se regresó a José Félix Ribas, el barrio de Petare donde ha vivido toda su vida. En el callejón que conduce a su casa se encontró a su mamá Gladys. Con un nudo en la garganta, le contó lo que pasaba. Juntas empezaron a rogarle al doctor José Gregorio Hernández por la salud de la niña. Le ofrecieron un ramo de flores.

A Ender y Eyber, sus otros dos hijos, Tamarys nunca los amamantó. Para entonces tenía un sueldo suficiente como para que no le faltara nada, a pesar de ser solamente bachiller. Por eso, frente a los tiempos más duros de la crisis, no estaba acostumbrada y por más que intentaba darle leche a la niña, de su seno no salía ni una sola gota. Los médicos y enfermeras decían que debía concentrarse. Que a algunas mujeres se les dificultaba amamantar, pero con terapia y concentración lo lograban. Y Tamarys lo intentaba mucho. Seguía al pie de la letra todas las indicaciones. Cerraba los ojos y respiraba profundo, pero no podía. Se sentía impotente. Ya la situación económica del país los estaba asfixiando y debía resolver por sus hijos pequeños.

Tuvieron que aprender a hacer arepas con maíz pilado, a ingeniárselas con la yuca, con las lentejas y con los mangos de la temporada. Tamarys recuerda con nostalgia cuando estaba embarazada y tuvo antojo de comer carne mechada. En su despensa no había mucho, solo plátanos. Así que desmechó las conchas y las guisó con lo poco que tenía. Con eso logró matar las ganas. El consejo se lo dio una amiga que tenía un comedor popular.

A lo largo de 2018, la tasa de desnutrición de niños y adultos aumentó considerablemente. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), de ese año, cerca de 800.000 niños en el país estaban desnutridos o en riesgo de desnutrición. El total de venezolanos sin distinción de edad, en ese mismo indicador, entre 2018 y 2020, alcanzó los 7,8 millones, según el Informe 2020 del Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo, de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, siglas en inglés) y otras instituciones.

En José Félix Ribas esos números eran tangibles. Tamarys y su mamá conocieron varios casos de niños fallecidos por desnutrición. Eran personas cercanas, vecinos que, ante la escasez de productos, se vieron obligados a consumir los alimentos de dudosa calidad que venían en las cajas de comida que entrega el gobierno, a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), en las zonas de estratos medios y bajos.

Por la marcada devaluación del bolívar y la reconversión monetaria de 2021, Tamarys no recuerda el precio que tenía la caja hace tres años, pero asegura que era de muy bajo costo. Aparte de la sospechosa calidad de los alimentos, las cajas llegaban incompletas y tarde.

Los consejos comunales son los encargados de distribuirlas en las zonas. Una faena que todavía se ejecuta a cualquier hora del día o de la noche. En el momento en el que los camiones llegan al barrio, todos los vecinos deben estar en las calles para recibirlas.

Los productos no le duraban ni una semana. Cuando venía a tope, la caja podía contener dos kilos de harina de maíz, tres kilos de arroz, cuatro paquetes de pasta de 250 gramos cada uno, cinco latas de atún, un litro de aceite, dos kilos de lentejas, un kilo de azúcar, salsa de tomate, mayonesa y un kilo de leche.

La leche, por supuesto, se reservaba para la niña. Se la rendían con pasta y azúcar. Una mezcla que a futuro no les trajo buenos resultados. Pero en ese momento se creía que era, en efecto, leche.

Hasta que el portal Armando.info publicó un reportaje con el que en 2020 ganaron el Premio Roche de Periodismo en Salud. Los periodistas Roberto Deniz, Patricia Marcano y Claudia Solera demostraron en “La mala leche de los CLAP”, que el producto que en las cajas se presenta como leche, en realidad es un “un amasijo pobre en calcio y proteínas pero repleto de carbohidratos y sodio”, que incumple con la Comisión Venezolana de Normas Industriales (Covenin) y lo establecido por el Instituto Nacional de Nutrición.

El sujeto detrás de ese negocio era Álex Saab, a quien los periodistas le pusieron la lupa mucho antes de que lo hiciera la opinión pública. Con sus trabajos dejaron en evidencia los manejos entre el gobierno venezolano y el empresario colombiano. Saab recibió millones de dólares para importar alimentos para las llamadas cajas CLAP. A mediados de 2019, el Departamento de Justicia de Estados Unidos lo acusó de haber lavado hasta 350 millones de dólares. Y también acumula cargos en Colombia.

Fue entonces cuando comenzó su búsqueda.

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Antes de que terminara febrero de 2018, Gladys y Tamarys asistieron a la Iglesia Nuestra Señora de La Candelaria, lugar en el que reposan los restos del doctor José Gregorio Hernández. Arrodilladas frente a la reja que separa a la feligresía del sepulcro, pidieron por la salud de la niña. Pero no dejaron todo en manos de la fe.

Por su cuenta, averiguaron cómo tratar la desnutrición. Conversaron con algunos médicos en la zona y todos les indicaron que era necesario cambiar los alimentos ingeridos habitualmente por la niña. La combinación de pasta y “leche” del CLAP no era buena: no aporta nada de calcio ni proteínas, solo carbohidratos.

Así que no más “leche” del CLAP.

Ellas, con apoyo del personal médico del Hospital Pediátrico Dr. Elías Toro, empezaron a alimentar a la bebé con otros víveres. Hicieron un esfuerzo y consiguieron darle leche de fórmula. Haciendo mil maromas, consiguieron donaciones que permitieron sobrellevar la situación. Las puertas se abrían cada vez más. El camino que antes parecía oscuro, se había iluminado.

“Eso fue gracias al doctor José Gregorio Hernández”, dice la abuela. Tamarys, por otra parte, luce más tranquila, pero sobreprotege a la bebé. Con sus otros dos hijos nunca vivió algo así. Fue Estefany la que puso a prueba sus preocupaciones.

Cuando estaba recién nacida, la niña fue hospitalizada en ese mismo hospital por tos ferina, una infección en las vías respiratorias que también se conoce con el nombre coqueluche. Al principio no querían atenderla. Las enfermeras argumentaban no tener espacio ni insumos. Unos cuantos gritos de Tamarys bastaron para recibir la atención médica. Una semana estuvo en observación. En ese hospital, a pesar de los cuidados que recibía, Tamarys vivió muchas cosas. Cuenta que una vez se fue la luz y los médicos tuvieron que improvisar. Y otro día ella misma se las ingenió para que su hija no se contagiara de meningitis.

Fue después del alta, en una de las citas de control pediátrico, cuando la doctora le dijo que Estefany estaba en riesgo de desnutrición.

Ella conocía de cerca esa realidad: aparte de los casos en el barrio, en las redes sociales observaba fotografías de bebés desnutridos. Temía ver a su hija en ese estado. Aunque entendía que el problema provenía del consumo de la leche de los CLAP, desconocía quién era Álex Saab. En su cabeza no había espacio para asuntos políticos. No le interesaba. Quería ver a su hija sana y punto.

El 18 de junio de 2020, cuando Álex Saab cumplía una semana de haber sido detenido por las autoridades de Cabo Verde, el papa Francisco aprobó el milagro atribuido al doctor José Gregorio Hernández sobre la curación de Yaxury Solórzano Ortega, una niña que recibió un disparo en la cabeza.

Gladys y Tamarys veían la noticia en televisión y sentían escalofríos. Sabían del poder de curación del beato sobre quienes les eran devotos. Estefany era su ejemplo: entonces estaba a punto de cumplir tres años y se encontraba completamente recuperada.

Su contextura ya es de una niña sana. El gran deseo de su mamá se hizo realidad: a diario, asiste sonriente a primer nivel en un preescolar en Petare, donde le enseñaron a cantar “Los pollitos dicen”.

Álex Saab, por el contrario, fue extraditado a Estados Unidos y espera enfrentar un juicio por los negocios turbios en los que estuvo involucrado.

Sobre él pesan miles de historias como estas y no todas con finales felices.

Fuente: El Estímulo