La larga crisis que ha golpeado a Venezuela aniquiló el poder adquisitivo y muchos quedaron sin condiciones para alimentar a sus mascotas
Nicole Kolster – TalCual
Un cachorro fue amarrado en el portón, otros dos perros fueron lanzados por encima de las rejas, una estaba en trabajo de parto. Alba Hernández se indigna, pero los acoge en su refugio, que según dice tiene los días contados ante la falta de donaciones o ayuda veterinaria que tanto necesita.
Los ladridos se escuchan desde la entrada principal, al mismo tiempo se observa a una treintena de perros correr detrás de su rescatista. Otros más perezosos se mantienen echados en un sofá, que está sin cojines y rasgado por todos lados.
“No hay humanidad”, lamenta esta mujer con su voz aflijida mientras acaricia en su regazo a un perrito que recién llegó al Refugio Mi Moisés, que tiene 24 años funcionando.
“El año pasado fue horrible la cantidad de peluditos que me dejaron amarrados aquí. Este año hemos continuado con lo mismo”, dice Hernández, desesperada porque el cierre del refugio es inminente.
Alba Hernández entre sus perritos del Refugio Mi Moisés en Caracas. Foto Nicole Kolster, VOA.
“Esto va a cerrar, ya no puedo más”, continúa.
No tiene apoyo, ni dinero para comprar comida y medicinas para los casi 100 perros que mantiene.
Y por eso se vio en la “obligación” de compartir la ubicación del refugio en las redes sociales con la esperanza de recibir ayuda. Pero no, no dejaron alimentos: “lo que hacían era que me amarraban los perros en el portón”, sostiene.
No existen cifras acerca de cuántas mascotas son abandonadas en Venezuela. Las más recientes se remontan a por lo menos hace seis años, antes de que comenzara la migración masiva de venezolanos por la crisis. De acuerdo a la Fundación Adopta un Perro o Gato sin Techo, alrededor de 200.000 animales son abandonados cada año.
La Voz de América pidió cifras actualizadas a diversas organizaciones sin recibir respuesta aún.
Con la profunda y larga crisis que ha golpeado a Venezuela, con recesión y una hiperinflación que aniquiló el poder adquisitivo, muchos quedaron sin condiciones para comer, menos para alimentar a sus mascotas.
Y con una dolarización de facto, que sirvió como válvula de escape a la crisis, vino la “internacionalización” de los precios, incluida la comida y las consultas veterinarias. Tener una mascota en Venezuela se volvió muy costoso.
Y “la gente está dejando ya de adoptar”, lamenta Hernández, que en lo que va de año solo contabiliza una adopción.
La ONG Red de Apoyo Canino en 2020 reportó solo cuatro adopciones, dos menos que en 2019. En 2014 contabilizaron 327.
“Los perros y gatos en las calles se cuentan por centenares, superando por mucho el millón de animales”, según la Red de Apoyo Canino en su portal web.
“Estos animales no pueden comer ni siquiera de la basura, en un país en que tres millones de venezolanos se alimentan de la basura para los animales no queda nada”, agrega.
Alba Hernández cuida a sus perritos en el Refugio Mi Moisés en Caracas. Foto Nicole Kolster, VOA.
Hernández explica que “antes era muy fácil: agarraba, recuperaba, esterilizaba, y lo daba en adopción, pero por el aumento de la comida, de las vacunas, de veterinarios, la gente no está adoptando”.
Erika Marcoccia, de 33 años, lo ve en su tienda de mascotas en Maracay, a unos 100 kilómetros de Caracas.
“La gente se queja de los precios de los medicamentos, porque son incomparables, por ejemplo, un matagusano puede valer 12 dólares, un antibiótico de 50 a 10 dólares”, dice está mujer con seis años en el negocio.
Y “cada consulta médica veterinaria son 25 dólares”, sigue Hernández, que tiene varios perritos enfermos.
Unas moscas revolotean la oreja de uno. Se llama Blanquito y está herido. Capitán y Abuelo Oso, necesitan tratamiento para el cáncer. No hay dinero.
“Duré un mes y pico pidiendo ayuda médica veterinaria. Solamente necesitaba que vinieran a colocarle la inyección a Capitán y a Abuelo Oso, lo supliqué, ni uno solo vino”, clama desesperada.
“Todos los refugios estamos iguales, todos nos estamos enfermando física y mentalmente. Esto es desesperante, esto es agotador. A mí nunca me ha gustado pedir y me siento ya mendiga y eso cansa», concluye Hernández.