DEPORTACIONES Y $12 MIL: la travesía de un larense rumbo a EE.UU

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Sueño de muchos, realidad de pocos. Los embates de una crisis económica sin precedentes, agravada por la emergencia sanitaria que ha desencadenado la pandemia de coronavirus, ha llevado a miles de venezolanos a evaluar la posibilidad de buscar suerte en otras latitudes.

Luis Felipe Colmenárez | LA PRENSA DE LARA

En lo que va de 2021, se ha desatado un fenómeno nunca antes visto. La comunidad venezolana ha aumentado en masas el número de ciudadanos que buscan alcanzar el casi inaccesible sueño americano, intentando cruzar de manera ilegal la frontera entre México y Estados Unidos.

La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) reveló que en enero de 2021, un total de 295 venezolanos entraron a la nación americana por la frontera sur, 913 lo hicieron en febrero, 2.566 en marzo, 6.048 en abril y 7.484 en mayo.

Para ese momento, el total acumulado era de 17.837 para el año fiscal en curso del gobierno de Estados Unidos, que se inició en octubre de 2020, según cifras de la CBP, actualizadas el miércoles 9 de junio.

Migrantes venezolanos enfrentan una ola de violencia

Una de tantas historias es la de Juan Carrillo, un barquisimetano que durante toda su vida repitió casi como un mantra la icónica frase «yo me quedo en Venezuela». El amor por su país lo mantuvo enganchado a su natal estado Lara casi hasta el final.

En la tierra de los crepúsculos estuvo a cargo de su padre, mientras observaba como el alzhéimer borraba uno a uno los recuerdos y vivencias que yacían en su memoria. La embestida de la enfermedad logró su cometido, con el pasar de los años, el padre de Juan falleció, dejándolo solo y sin un ser querido a quien recurrir en caso de necesitar a alguien.

Juan tiene dos hijos de 12 y 24 años, respectivamente. Sus hermanas habían emigrado hace algunos años a Estados Unidos, aun así, con las esperanzas puestas en que sus ojos pronto verían a Venezuela resurgir como el ave Fénix, lo mantenían atado a suelo patrio.

No obstante, la llegada de una pandemia lo hizo cambiar la manera de percibir la vida. El verse en un país donde los centros hospitalarios no cuentan con insumos para hacer frente al coronavirus, lo llevó a considerar irse hasta donde están sus hermanas y aceptar esa invitación que por mucho tiempo estuvo abierta, pero que él mismo rechazó.

En noviembre del año 2020 comenzó una eterna travesía que lo dejó sin un bolívar en el bolsillo.

Juan renunció a su trabajo en el departamento de ventas de una empresa de embutidos donde laboró por más de cinco años y vendió todas sus pertenencias. En el interior de su vivienda solo quedó el característico frío de lo vacío.

Solo había un inconveniente, Juan no tenía los papeles en regla para posar sus pies en suelo estadounidense. Sin embargo, sus hermanas tenían presente que el número de venezolanos que ingresaban como ilegales al país era cada vez mayor, por lo que contactaron una «coyote» que se encargaría de «pasarlo al otro lado».

Pero no todo fue tan sencillo como lo pintaron, los nervios, miedos y decepciones estaban por apoderarse de este barquisimetano de 48 años.

Encomendado a Dios y a la Divina Pastora, Juan compró sus boletos. La ruta que debía seguir era Caracas-Cancún-Ciudad de México-Hermosillo, donde estaría siendo esperado por la coyote.

Todo marchaba bien, el sueño americano estaba cada vez más cerca. Su corazón latía tan fuerte que el sonido se mezclaba con la oración que repetía en su momento.

No obstante, todo se vino abajo cuando aterrizó en Hermosillo. A pesar de contar con una reservación de hotel, la agente de migración que lo recibió no vio creíble que un venezolano considerara esa ciudad como destino turístico, habiendo tenido la posibilidad de tener unos días de disfrute en Cancún. Pocos minutos pasaron para que de los labios de la dama saliera la tan temida frase, su ingreso al país había sido denegado y por tal motivo debía ser deportado a Venezuela.

De regreso solo pensaba lo cerca que estuvo de lograr su cometido. El sueño de mejorar su estilo de vida y la de sus hijos estuvo a pocos kilómetros y lo perdió. Además de ello, intentaba asimilar que en Barquisimeto ya no tenía nada, sus pertenencias y ahorros habían sido depositados en ese viaje.

Ya en suelo natal, una nueva oportunidad llamó a su puerta. Un amigo de la familia le comentó que tenía un boleto aéreo con destino a México que podría utilizar. Juan sin pensarlo dos veces y confiando en esta persona, aceptó el trato.

Cuando el reloj marcara las 7 de la mañana del 27 de diciembre, Juan debía estar en el aeropuerto internacional Arturo Michelena de Valencia. La esperanza poco a poco volvía a aparecer, hacía un mes los planes no habían salido tal y como lo esperaba, sin embargo, no veía por qué no lograrlo en esta oportunidad.

Por segunda vez emprendió su rumbo, con la frente en alto y con la maleta repleta de sueños e ilusiones, Juan llegó a tomar el vuelo que trasladaría su vida a Estados Unidos. Pero para sorpresa de él, la cosa no fue así.

Ya en el aeropuerto, el personal le informó que el boleto que le había vendido su amigo, no era válido. Juan quedó atónito en ese momento, no asimilaba como alguien en quien confió lo estafara de tal manera.

Resignado, regresó a Lara. De sus ahorros ya no quedaba nada. Sus hermanas intentaban convencerlo de seguirlo intentando, sin embargo, el cansancio comenzaba a ganar terreno en él.

Fue así como el amigo de la familia que le vendió el boleto le informó que tenía un ticket disponible para el 30 de diciembre, pero debía ser cancelado. Sus hermanas le enviaron el dinero y fue así como nuevamente comenzó la travesía.

La escala era la misma, Caracas-Cancún-Ciudad de México-Hermosillo. Ya para este momento, Juan no llevaba ninguna ilusión. «Que sea lo que Dios quiera», fue la frase que dijo antes de abordar el avión que al final si logró despegar.

Ya en Hermosillo y con el sueño nuevamente a unos cuantos pasos de verse realizado, avanzó a migración. En su mente solo recordaba esa escena que vivió hacía poco más de un mes, cuando lo regresaron a su país.

Al dar unos pocos pasos y tomar asiento, se llevó una amarga sorpresa. La agente que lo recibió fue la misma que lo hizo la primera vez y tras hacerle varias preguntas, lo reconoció. La mujer se levantó de su puesto e ingresó a una oficina.

Afuera Juan no podía creer lo que le estaba ocurriendo. Parecía que cualquier plan que ideara, fracasaría. Al cabo de unos minutos la agente volvió a su escritorio y le informó que por segunda vez debía devolverse a Venezuela.

Un Juan abatido, decepcionada y con las ilusiones rotas volvió a Barquisimeto. Ya no había manera ni recursos para otro intento.

Desde Estados Unidos sus hermanas intentaban convencerlo de mantener viva la perseverancia, por lo que nuevamente le enviaron el dinero en calidad de préstamo.

Pero esta vez, algo cambiaría. Juan ya no viajaría desde Venezuela, lo haría desde Colombia. En febrero de 2021, contrató una agencia de viajes que lo llevó desde Maracaibo a Cúcuta y posteriormente hasta Bogotá, punto de donde despegó el tercer avión que lo hizo volar a suelo mexicano.

La ruta no cambió, solo que esta vez tomó un taxi hasta Hermosillo que le cobró 250 dólares.

Ya en la ciudad, se puso en contacto con la coyote, quien lo mantuvo en tres casas distintas para no levantar sospechas y le cobró 1.000 dólares para ayudarlo a llegar a Estados Unidos.

«Nos pidieron escuchar y seguir instrucciones» comenta Juan, quien relata que le recomendaron dejar sus maletas y celular en México para evitar cualquier inconveniente.

El 20 de febrero, el momento había llegado, una camioneta blanca lo recogió junto a otra venezolana que tenía las mismas intenciones de él. Por una hora estuvieron estacionados, dos hombres iban en los asientos de adelante, por su actitud y forma de hablar en códigos, Juan intuye que se trataban de funcionarios policiales que trabajan con la coyote.

Al paso de unos minutos, otra camioneta se estacionó a su lado. Los hicieron cambiar de vehículo y al montarse se percataron de que otras siete personas estaban en su interior, pocos segundos bastaron para escucharlas hablar y darse cuenta de que eran de nacionalidad cubana.

«Todo era oscuro, estuvimos rodando por varias horas hasta que de un momento a otro llegamos al muro que conecta con Arizona y California», comenta Juan.

Asimismo, detalla que el conductor del vehículo los hizo bajar y de un momento a otro se abrió una puerta en el muro.

«No sé si las autoridades de Estados Unidos tienen conocimiento de que hay una puerta en el muro, pero yo vi cómo se abrió una y en cuestión de segundo entramos a territorio norteamericano» comentó.

Ya en Estados Unidos, la realidad fue otra. Atrás no solo quedó la coyote que lo ayudó, también dejaba su vida en Venezuela, recuerdos y las maletas que se vio obligado a desechar. En sus bolsillos solo iba un billete de 20 dólares para continuar su viaje.

«Caminamos como 20 minutos por el desierto en completa oscuridad. Cactus de hasta tres metros de altura eran lo único que observaba», detalla.

A lo lejos una luz se acercó. Unos segundo más tarde la patrulla migratoria los había precisado. Les quitaron los zapatos y la correa para evaluar si llevaban droga.

Los nueve individuos fueron montados en la patrulla y llevados hasta un centro de reclusión donde les practicaron una prueba de covid y les hicieron varias preguntas referentes al lugar de donde son procedentes. En el caso de Juan, la mayoría de las interrogantes fueron sobre Barquisimeto.

«En ese lugar habían personas trabajadoras de todas las nacionalidad, todos lloraban y pedían que les permitieran el ingreso para poder reunirse con sus familiares», comenta.

Detalla que hubo gente de Nicaragua, Guatemala y México que fue montabd en unos buses para ser regresada a sus países de origen.

«Nos mantuvieron en un cuarto sin ventanas y con la luz encendida. Perdí la noción del tiempo, hasta llegué a pensar que había pasado cinco días encerrado en esa celda fría», manifestó. Reconoció que no recibió maltrato de parte de los oficiales.

De repente, los oficiales les pidieron que salieran y se montaran en un bus. Fue allí cuando se dio cuenta que no habían pasado cinco días como creía, en realidad fueron solo dos.

Los llevaron hasta otro centro de detención donde los hicieron bajarse uno a uno. La incertidumbre los invadía, Juan solo pensaba en que nuevamente sería retornado a Venezuela. Pero no fue así, cuando llegó su turno se dio cuenta que finalmente podría estar en Estados Unidos.

Los oficiales les pidieron sus pasaportes para cambiarlo por un documento conocido como estatus de protección temporal (temporary protected status, TPS), el cual les permite estar de forma legal en ese país.

Los nueve individuos fueron llevados hasta un albergue religioso donde les brindaron ropa y comida. Allí tuvo acceso a un teléfono con el cual contactó a sus seres queridos, quienes vivieron largas horas de preocupación por no tener noticias de él.

Nuevamente le enviaron dinero y tomó un vuelo hasta la ciudad de Tampa, en la costa oeste de la Florida, donde los abrazos fueron la recompensa para tanda calamidad que le tocó vivir.

En total, fueron 12 mil dólares que gastó para cumplir su sueño. Tras su llegada comenzó a realizar trabajos informales que le han permitido reunir $8 mil para pagar todo el dinero que le prestaron.

«Acá las posibilidades son muchas, he logrado reunir casi todo lo que gasté en tan solo tres meses. Gracias a Dios he recuperado el 95% de mi calidad de vida» reveló a LA PRENSA.

Ahora su principal objetivo es trabajar duro e iniciar con los trámites legales con gestores migratorios para poder llevarse a sus hijos con él, por la vía legal.

«El que quiera asumir este reto como yo lo hice debe venir con mucha fuerza física y mental, porque hay que vivirlo para saber lo que en realidad implica» dice.