¡DESGARRADOR! La rutina de una pensionada: Ramona Velandria se refugia en su fe para sobrevivir

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Con 76 años la vida se vuelve más difícil, sobre todo en un país como Venezuela. La alimentación deficiente, la falta de recursos suficientes, el desánimo y, ahora, el confinamiento son los problemas que Ramona Velandria le ofrece a Dios, a quien confía todas sus penas. Es su fe la que la sostiene

El Pitazo

Por esta tarjeta me pasas 2.500 y por esta, 1.400 –dice Ramona Velandria, de 76 años. En realidad, se trata de millones de bolívares y no de miles, pero la población venezolana tiende a quitarles ceros a los montos.

–Listos 2.500 por acá, mi señora –le responde el encargado del mercado ambulante que se instala, semanalmente, cerca de su casa.

La señora Ramona, como la llaman todas las personas que la conocen, vive en Ruperto Lugo, un sector popular de la parroquia Sucre. Comparte su hogar únicamente con su con su hija Raiza, desde que su esposo Silverio murió, en 2014.

Para Ramona, ese fue el punto de partida de su crisis. Y dice suya porque, aunque la economía venezolana comenzó a fracturarse sobre todo un par de años después, luego de la muerte de Silverio las precariedades tocaron la puerta: «Cuando él estaba vivo, nunca nos faltó nada».

La pensión del Instituto Venezolano de Seguros Sociales (Ivss) que Ramona recibe mensualmente es de 400.000 bolívares. Lo que es menos de un dólar, considerando la tasa oficial del Banco Central de Venezuela de Bs. 535.719,25 por dólar para la fecha de la entrevista, martes 10 de noviembre de 2020. El Banco Mundial establece que una persona vive en pobreza extrema cuando debe sobrevivir con esa cantidad al día. De acuerdo con Nicolás Maduro, hay 4.000.000 de venezolanos y venezolanas que reciben esa cantidad.

Sin embargo, ella se siente afortunada, porque, de alguna u otra forma, siempre tiene para comer. «A nadie le falta Dios», afirma y la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que está frente a su cama confirma su fe. «En ti confío», se lee en el afiche.

Cada día se levanta temprano. Algunas veces a las cinco, otras, a las seis de la mañana, cuenta. Se toma un café oscuro, siempre oscuro y ahí encuentra el ánimo para hacer sus actividades.

«A mí me gusta el café oscuro, oscurísimo. Para tomarme un café claro me tomo un vaso de agua», lo dice mientras muestra los envases de los medicamentos que debe tomar: Mirapex, para el Parkinson, colágeno, glucosamina y magnesio para la musculatura y las articulaciones, y, desde hace unos meses, un relajante por una afección en la columna que debe operarse, sin embargo, los médicos le han dicho que, por su edad, lo mejor es tratarlo con medicamentos. Todo se lo manda su sobrino Antonio desde Estados Unidos.

Todo se debilita a diario

Es martes en la mañana. Ramona decide comprar algo para el día. Quizás pueda preparar una sopa, piensa. Sale con su bastón, su fiel compañero. Cabello peinado, ropa planchada, labios pintados y cuando camina, deja una estela muy sutil de un perfume floral.

«La pensión no sirve, eso no alcanza para nada». En algunos vegetales y un par de verduras gasta 3.900.000 bolívares, que eran menos de 10 dólares. El dinero para la comida es la suma entre lo que devenga Raiza en la Fundación Musical Simón Bolívar y lo que le envía, a veces, Antonio.

Silverio, Javier y Mariangela, también hijos de Ramona, no ganan más de salario mínimo, aun así, ayudan a su mamá siempre que pueden. Pero, insiste, los mayores gastos se los paga su sobrino.

Ramona tiene tres discos de la columna desgastados, lo que le ocasiona dolores en la zona. Si camina largas distancias o está sentada durante mucho tiempo, el malestar la obliga a acostarse un par de horas. El tratamiento para eso es la aplicación de células madres. Cada consulta le costará 30 dólares y deben ser diez. Nuevamente, un gasto que costeará Antonio.

–Si su sobrino Antonio no la ayudara, ¿qué haría?

–Mi niña, a nadie le falta Dios, –insiste– siempre hay alguien que ayude o que tenga la forma de resolver.

Cuando dice eso, Ramona se quiebra y cuenta que es difícil pensar en que muchas veces no tiene que comer. “Nosotras comemos proteína animal una sola vez al mes”, explica. Pero la reconforta saber que cuenta con personas que la cuidan. Cuando hace el cálculo, se da cuenta de que todos los medicamentos le alcanzarán hasta el mes de diciembre. Para 2021, Ramona confía en que de alguna forma podrá resolver.

Sin trabajo ni dinero

Durante muchos años, Ramona trabajó como costurera. Tuvo en su casa ocho máquinas y hasta cuatro trabajadoras. Producía para fábricas y cuenta que su casa siempre estaba llena de telas e hilos.

Luego de la muerte de su esposo, vendió algunas máquinas y ahora solo quedan tres en su cuarto. Desde el año pasado ha bajado su capacidad de producción porque no cuenta con los recursos para invertir en materiales como agujas, botones, cierres y telas. Por ejemplo, un paquete de 10 agujas especiales cuesta cerca de 5.000.000 de bolívares.

Coser fue lo que siempre hizo y lo que le daba de comer. Ahora cose algunas cosas porque le gusta y quiere distraerse. Durante la cuarentena fabricó algunas carteras con la técnica de macramé, en las que puede tardar dos semanas o dos días, dependiendo del tamaño.

Hay muchas cosas que se suman y hacen el día a día más difícil: el dolor en la espalda, la falta de materiales para trabajar, la alimentación deficiente y, sobre todo, en confinamiento, el desánimo. Pero ella intenta que nada de eso la detenga, o no por lo menos todos los días. Como Raiza padece de retinitis pigmentaria –una enfermedad crónica degenerativa que afecta la vista–, la señora Ramona ayuda con el trabajo doméstico. Entre las dos cocinan, limpian, lavan y mantienen en orden su hogar.

Los días se pasan en mañanas de oficios, como dicen, en tardes de cafés y noche de recuerdos de aquel tiempo que fue mejor. Ramona piensa mucho en Silverio, quien fue su compañero de vida por más de 50 años. Extraña su presencia y el amor que le daba. La vejez en soledad parece más difícil, sobre todo en un país como Venezuela, pero ella no se acongoja y se refugia en su fe y en su gente. “Yo estaré aquí hasta que El Padre así lo quiera”, dice.