Tomo prestado el título del cuento de Juan Rulfo para recordar que hace cuatro años se cometió en Venezuela el abominable asesinato del inspector policial Oscar Pérez y de seis de sus acompañantes en una suerte de ejecución extrajudicial, cometida con saña criminal por órdenes del gobierno de Nicolás Maduro, sin concederle el perdón a quien horas antes había anunciado su rendición, en un llamado que dio la vuelta al mundo porque circuló por las redes sociales y que los usuarios de Twitter recogimos con angustia e impotencia ya que la masacre se llevaba a cabo en tiempo real.
Enrique Granko Arteaga (Ejecutor de Oscar Pérez)
Para nadie es un secreto que desde tiempos de Hugo Chávez las ejecuciones sumarias, militares y policiales, han sido una fórmula al uso para acallar protestas o dirimir conflictos políticos pero también personales. Son herramientas de las que se valen las dictaduras y los gobiernos autoritarios, y el régimen de Nicolás Maduro no podía ser la excepción.
Lo más desesperante de este acontecimiento fue que estas muertes se llevaron a cabo ante la advertencia de los usuarios de las redes sociales. Horas antes de su asesinato, Oscar Pérez había denunciado el cerco policial y su intención de deponer las armas. Para los que vieron –aún quienes incrédulos apostaron a un show– la transmisión que Oscar Pérez a través de su cuenta de Twitter de los últimos instantes de su vida, nos queda la imagen de alguien sangrando, acorralado y temeroso de su final.
“Dijimos que nos íbamos a entregar y no quieren dejar que nos entreguemos, nos quieren asesinar”. Tal vez fueron las últimas palabras de desesperación que transmitió Oscar Pérez el 15 de enero de 2018 en un corto video desde su teléfono y que saturó a Twitter, dentro y fuera de Venezuela.
Minutos después el hombre que desconcertó tanto al oficialismo como a la oposición, al sobrevolar en un acto solitario en helicóptero sobre el Palacio de Miraflores era abatido como un animal, al igual que las seis personas que le acompañaban, en un hecho que la prensa acertó en denominar “La masacre de El Junquito”. Para quienes residimos en Europa, ese lunes y a esa hora de Caracas, en horas cercanas a las siete de la mañana, nos resultó angustiante seguir en directo el ajusticiamiento, tal y como lo denunciarían luego los familiares de las víctimas y las organizaciones de defensa de los derechos humanos, ya que los siete cadáveres mostraron impactos de bala en la cabeza.
Fotografías que fueron tomadas en la misma Morgue de Bello Montes y que circularon en la prensa internacional demostraban que los cadáveres presentaban ráfagas de disparos, con varios orificios en los brazos y las manos, “señal de que intentaban protegerse de armas de fuego que estaban a poca distancia”, según denunció Provea.
Para mayor ofensa, el cuerpo del inspector Oscar Pérez y los de sus acompañantes fueron sepultados bajo un odioso manto de misterio, y fue, días más tarde, cuando sus familiares lograron dar con el lugar donde fueron sepultados en el Cementerio del Este. De este odioso crimen del régimen madurista se cumplen ahora cuatro años y quienes de alguna manera asistimos en directo como testigos impotentes de actuar frente a este crimen, nos bastará con ver una y otra vez los segundos del video del asalto policial y las fotos de Pérez ajusticiado para advertir que, cualquiera que sea la duración de su permanencia en el poder, a Nicolás Maduro y a su pandilla de delincuentes no les aguarda otro final que no sea la comparecencia ante la Corte Internacional de Justicia. Tarde o temprano, en La Haya le estarán esperando.
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España
Fuente: Tal Cual