“De los precandidatos opositores, son ella y Capriles los que más agresiones físicas han recibido durante sus recorridos de campaña por el país. Entre más incomode un opositor al Gobierno, más hostil será el trato que el Gobierno le dará. Recuerdo que en las primarias de 2011, una frase que figuró bastante en los afiches de campaña de María Corina Machado fue ‘Es hora’. Parece que, ahora sí, más de una década después, le llegó su momento estelar”.
Con Informacion de La Gran Aldea
Pensar que la primaria opositora sirve solamente para escoger un candidato es incurrir en la triste práctica del fetichismo electoral. Es ignorar, o fingir que se ignora, dónde estamos parados. La causa democrática venezolana no necesita realmente un candidato, porque, a falta de democracia y de Estado de Derecho, no se puede contar con las elecciones como forma segura para que la voluntad ciudadana mayoritaria se traduzca en poder político. Lo que la causa democrática venezolana necesita es un líder. O, si se quiere y para no que no digan que por esta vía se está promoviendo el caudillismo, necesita un liderazgo colectivo de varios dirigentes, estratégicamente unificado. Pero incluso así, lo más probable es que surja un primus inter pares.
Si las encuestas de intención de voto para la Primaria están en lo correcto, María Corina Machado pudiera desempeñar ese papel. No puedo asegurar cuál es la razón de esta aparente avalancha de apoyo a la líder de Vente Venezuela. Pero, aventurando por acá una hipótesis, una posibilidad es que una parte sustancial de la población es consciente de lo descrito en el párrafo anterior. De ser así, la consigna de Machado de llegar “hasta el final”, muy a pesar de unos obstáculos claramente arbitrarios, pudiera resonar entre los ciudadanos ávidos de cambio político. Por supuesto, está por verse si ese eslogan es pura retórica o sí realmente Machado cuenta con un plan de acciones en caso de un atropello a la voluntad de los votantes, bien sea en la Primaria o en la elección definitiva. De hecho, el escenario de su victoria en los comicios internos la obligaría a hacer valer aquellas palabras, pues tendría que reclamar por el fin de su proscripción. Recuerdo que en las primarias de 2011, una frase que figuró bastante en los afiches de campaña de Machado fue “Es hora”. Parece que, ahora sí, más de una década después, le llegó su momento estelar.
“La consigna de Machado de llegar ‘hasta el final’, muy a pesar de unos obstáculos claramente arbitrarios, pudiera resonar entre los ciudadanos ávidos de cambio político”
Más le vale estar preparada. A ella, y a todos los que integran su equipo. Porque, de ascender Machado a la posición de líder de facto de la oposición, cabe recordar cuál fue la suerte de todos sus predecesores. Me refiero a que el chavismo siempre se afinca en hostigar a aquel dirigente opositor que cuenta con más respaldo, real o aparente, y a su entorno. Es algo que hemos visto a lo largo de los años, caso tras caso.
Ahora bien, ¿quiénes han sido estos individuos? Para ilustrar el argumento, debemos hacer una lista en orden cronológico. En una primera etapa de hegemonía chavista, la oposición no contó con ninguna conducción individual. Los viejos partidos de la etapa democrática seguían muy debilitados por el colapso de la misma, mientras que muchos de los jóvenes hoy presentes no se habían desarrollado lo suficiente o ni siquiera existían. Figuras sin trayectoria política (e.g. dirigentes gremiales y sindicales) llenaron el vacío. No fue sino hasta 2006 cuando un político de oficio se erigió como líder informal, en virtud de su posición como candidato unitario de las fuerzas disidentes. Hablo, por supuesto, de Manuel Rosales. Durante esta cumbre de su carrera, no fue sometido al tipo de hostilidad de la que estoy hablando, porque el giro hacia la autocracia por parte del chavismo no estaba tan marcado aún. Además, no era necesario. Chávez pensaba que su altísima popularidad le permitiría ganar elecciones sin suprimir a sus contendientes. Y sin embargo, tres años más tarde, con Rosales confinado a la Alcaldía de Maracaibo, lo acusaron de corrupto y le abrieron procesos judiciales que lo llevaron al destierro en Perú.
Las cosas se agravaron considerablemente tras la muerte de Chávez y la sucesión a un mucho menos popular Nicolás Maduro. Justo en ese momento, por la misma razón que Rosales un sexenio antes, Henrique Capriles era el máximo líder de la oposición. Las invectivas que el chavismo lanzó en su contra fueron no solo feroces, sino además bastante viles, por no tener fundamento alguno y de paso por apelar a algunas de las pasiones más bajas y retrógradas. Le atribuyeron, por ejemplo, una homosexualidad oculta. Las burlas homofóbicas colmaron el discurso oficialista de inmediato (e.g. “el majunche lechero”). Señalamientos que en un país con Estado de Derecho podrían calificar para denuncias de difamación e injuria. Pero, tal vez porque las acciones de Capriles no se salieron de la “vía electoral”, la reacción del chavismo fue principalmente verbal. Es decir, relativamente moderada. Por otro lado, esa misma adhesión de Capriles a las reglas del juego político chavista (sobre todo la convocatoria de protestas que luego canceló) le costaron su liderazgo. Un daño del que nunca se recuperó del todo.
La antorcha pasó luego a Leopoldo López por su papel protagónico en las protestas de “La Salida” en 2014. Sí, Machado y Antonio Ledezma también estuvieron al frente de eso. Pero fue López quien más ascendió en la psiquis colectiva como líder opositor. No en balde fue a él a quien pusieron preso, mientras que sus dos socios quedaron en libertad y no fue sino hasta 2015 cuando vieron sanciones contra ellos (cárcel para Ledezma e inhabilitación para Machado), por razones diferentes. He aquí un contraste con el caso de Capriles. Precisamente porque López se decantó por la vía antisistema, la respuesta desde el poder naturalmente tenía que ser mucho más contundente y punitiva.
Pasemos ahora a Henry Ramos Allup. Durante más o menos un año, supo aprovechar su posición como presidente de la Asamblea Nacional en la que los venezolanos depositaron sus esperanzas de cambio por la senda institucional. Media Venezuela alucinaba con sus discursos contra Miraflores (“¡Les dio hasta con el tobo!”). Pero Ramos Allup, como Capriles, siempre prefirió mantenerse dentro del sistema, lujo que pudo darse porque la victoria electoral de 2015 insufló por un tiempo la sensación de que se podía llegar al cambio político por ese camino. No es casual que ese liderazgo se desinflara en la medida en que el chavismo demostró que no lo permitiría. Pero mientras tanto, probablemente como resultado de una reacción de furia por la derrota comicial, el chavismo se ensañó con un Ramos Allup que literalmente hizo suya la consigna pro sistema de “doblarse para no partirse”. Maduro no paraba de hablar de una “asamblea adeco-burguesa”. Se acusó a Ramos Allup de ordenar un golpe de Estado (cuando en realidad solo dijo que la dirigencia opositora se daría hasta seis meses para pensar en una forma de cambiar el gobierno por vía pacífica y constitucional). Su jefe de seguridad, Coromoto Rodríguez, fue puesto brevemente tras las rejas.
Por último tenemos a Juan Guaidó. Omitamos que su liderazgo real muy probablemente fue bastante limitado y que las decisiones del “gobierno interino” realmente las tomaban los partidos del G4 y, sobre todo, Voluntad Popular. Es un hecho que, como titular del “interinato”, Guaidó fue percibido por un tiempo como el líder de la oposición. Aunque durante los cuatro años de esa experiencia las agresiones del chavismo fueron una constante, las más graves se concentraron en aquellos primeros meses de apogeo de Guaidó. Detenciones momentáneas, incursiones en su residencia, violencia física a manos de seguidores del Gobierno. Ah, y el arresto de Roberto Marrero, entonces parte de su equipo.
Ecce signum. He ahí el patrón. Si María Corina Machado sigue creciendo en apoyos, pudiera ser la próxima integrante de la lista. Ya hay señales de ello. De los precandidatos opositores, son ella y Capriles los que más agresiones físicas han recibido durante sus recorridos de campaña por el país. Si alguien a estas alturas duda que tales actos cuenten con el beneplácito de la elite gobernante, que vea el video del gobernador de Trujillo, Gerardo Márquez, llamando a las bases del chavismo a propinarle una golpiza a Machado si va a ciertos lugares del estado andino.
Mientras, el comandante general de la Guardia Nacional, mayor general Elio Paredes, advierte que pudiera considerarse un exhorto a la subversión la selección de políticos inhabilitados para la candidatura presidencial. Aunque ese dardo pudiera ir dirigido también a Capriles o a Freddy Superlano (el abanderado de Voluntad Popular), lo más probable es que Machado sea su blanco. Lo mismo puede decirse de la pretensión del partido Patria Para Todos, socio menor de la coalición oficialista Gran Polo Patriótico, de introducir en la Asamblea Nacional afín a Maduro un proyecto de ley para privar de ciudadanía venezolana a aquellos políticos que “pidieron una invasión extranjera”.
Cada acción tiene una reacción de igual fuerza pero en dirección opuesta, reza la Tercera Ley de Newton. Aunque en ciencias sociales no puede hablarse de leyes en el mismo sentido de las ciencias naturales (el escepticismo filosófico de pensadores como David Hume dirá que ni en física se puede, pero eso es harina de otro costal), digamos que en la política venezolana ocurre algo parecido. Entre más incomode un opositor al Gobierno, más hostil será el trato que el Gobierno le dará. No veo por qué asumir que con Machado la “ley” dejará de cumplirse.