Lejos quedaron las largas listas de recién graduados concursando por los mejores posgrados. Atrás quedó el turismo que venía a consultarse con destacados especialistas. Aunque la reputación los sigue adonde vayan, nuestros médicos se han visto obligados a emigrar para sobrevivir, dejando un hondo hueco en una sociedad orgullosa de ellos y que los necesita.
La organización no gubernamental Médicos Unidos por Venezuela registra que hasta principios de 2020 se habían ido del país 32.000 médicos, sobre todo jóvenes. La razón va más allá de una simple cuestión salarial.
Desde que Chávez llegó al poder, hace más de 20 años, los profesionales de la salud comenzaron a sentir las consecuencias de una mala política sanitaria. El arañero de Sabaneta, siempre con ganas de acabar con todo lo que oliera a excelencia, menospreció la preparación de nuestros jóvenes -seis años de estudios, rural, posgrados, especializaciones- para darle prioridad a los miles de cubanos que Fidel Castro utilizaba como moneda de cambio.
Desde entonces, el maltrato hacia al gremio ha sido consistente y duradero. Fueron desacreditados, vejados en sus puestos de trabajo. Las facultades de Medicina sufrieron con cada ataque a la universidad autónoma. Los posgrados fueron cubiertos con supuestos “comunitarios” que no sabían ni poner una inyección pero que eran especialistas en comunismo. Así, sumado al rasero de los sueldos igualados hacia abajo, nadie más desanimado que un médico venezolano.
La misma ONG asegura que un especialista con 25 años de experiencia gana 18 dólares mensuales. Pero los recién graduados, los médicos que salen de la UCV o de la ULA o de la Universidad de Carabobo ganan 3 dólares mensuales y tienen que hacer guardias, improvisar tratamientos y comprar los guantes de su propio bolsillo. Más de uno ha declarado públicamente que lo que aprende en los hospitales venezolanos, en las condiciones en las que trabajan, no lo van a aprender en ninguna otra parte. Antes hablaban maravillas del pensum de las escuelas de Medicina venezolana porque “tocaban” pacientes desde muy temprano en los estudios. Ahora tienen que hacer magia para poderlos librar de la muerte. Y esto no es nuevo, lleva años sucediendo.
Entre estas condiciones y lo que han tenido que enfrentar con el covid-19, los médicos del país han tocado fondo. Una gran porción de los fallecidos por la enfermedad son profesionales venezolanos que se enfrentaron a la pandemia con la vocación de sanar, pero sin ayuda ni implementos de bioseguridad. Todo eso es responsabilidad del régimen.
A esto sumamos el sufrimiento de los ciudadanos de a pie, que a la larga no tendrán a quién acudir. Y es que, en estas lides, el socialismo del siglo XXI es todo menos ejemplar: han llegado muy contadas vacunas al país, pero Maduro fue el primero en inyectarse-¡Un alma caritativa que les explique el concepto de población vulnerable!-. Y cuando tienen una dolencia no acuden a la Sanidad pública que debería ser un logro del comunismo, sino que cierran pisos completos de clínicas privadas y las toman con cuerpos de seguridad para que nadie los vea o pueda haber “indiscreciones”. ¿La cosa es más seria? Entonces, vuelo directo a Cuba, aunque no siempre regresen sanos y salvos…
Nuestros héroes de batas blancas, en cambio, solo cuentan con su pericia y, posiblemente, con la protección de José Gregorio Hernández para sacar adelante a cada enfermo que les llega.
Esta pesadilla tiene que acabar. Ojalá llegue el momento en el que sean muchos los médicos que quieran regresar a poner su grano de arena en la reconstrucción de un país que cuente con un gobierno que valore su importancia