Hace un año, Daniel* tomó la decisión de dejar Venezuela. Trágicamente, su esposa Ana contrajo Zika en su tercer mes de embarazo. Su bebé nació con Microcefalia, una condición médica irreversible que necesita medicamentos imposibles de encontrar en su país.
IQ LATINO
Contagiarse con Zika durante el embarazo suena lo suficientemente aterrador. Pero contagiarse de la enfermedad en un lugar donde no se puede encontrar el tratamiento adecuado es devastador. Daniel sabía que tenía que emigrar para salvar la vida de su hijo, Juan.
No solo la enfermedad del bebé, sino también las precarias condiciones económicas de Venezuela lo empujaron a irse para Colombia en busca de mejores condiciones de vida. Después de un día de viaje, cruzó la frontera solo, con la esperanza de conseguir un empleo, lograr estabilidad económica y traer pronto a su familia.
“Nos vinimos de Venezuela porque no había antibióticos para el bebé ni los medicamentos que necesita para su enfermedad. No encontrábamos pañales y la comida está muy escasa”, afirma Daniel con un dejo de tristeza en su voz. “Yo ya de aquí no me voy más, ¿para qué? Allá no hay nada. Eso ya se puso peor”, dice.
Su desesperación por enviar dinero a casa lo obligó a recurrir al contrabando. Él compra bebidas de malta en Venezuela para venderlas informalmente en las calles de Cúcuta, una ciudad de la frontera colombiana. Las ingresa a través de cruces ilegales, controlados por grupos que lo obligan a pagar. El trayecto de Daniel incluye atravesar el Río Táchira, el cual separa ambos países. Él expone su vida diariamente al realizar este recorrido.
La venta de bebidas le permite ganar 50 dólares al mes, muy poco para cubrir las necesidades básicas de su familia, pero mucho más comparado con el dólar mensual que recibía en su país. “Al menos aquí nos alcanza para el arroz y la harina” -dice Daniel- “y tenemos a la Iglesia que también nos ayuda con la comida del medio día”.
Cuando llegó a Cúcuta, Daniel durmió en la calle durante quince días, porque no tenía dinero ni conocía a nadie. Pidió limosna y con lo que recogía, pronto empezó a vender bebidas en la calle. El dinero que juntaba lo tenía que enviar a Venezuela para sostener a su esposa y a sus tres hijos.
Después de dos meses de cruzar diariamente la frontera para vender malta, Daniel vendió la casa que tenía en su país para traer a su familia. Con el dinero obtenido logró arrendar una habitación para todos y encontró el apoyo de la Iglesia Católica que, a través de la casa de paso “Divina Providencia”, les brinda atención médica y alimentación: “Tenemos aquí nuestra comidita; yo muchas veces no entro, pero comen mi esposa y mis hijos”, afirma.
Hace un año, la Iglesia Católica abrió la casa de paso “Divina Providencia” con el propósito de responder a la crisis humanitaria de los venezolanos que llegan a Cúcuta. Con el apoyo de grupos católicos de las parroquias de la ciudad, 800 voluntarios realizan turnos durante la semana para distribuir 2.000 desayunos y almuerzos cada día. Durante su primer año de servicio, esta casa ha entregado más de 450 mil raciones de alimentos, gracias a la ayuda de los donantes de la ciudad y de Caritas Colombiana. La Iglesia también brinda albergue temporal en el Centro de Migraciones Diocesano que, durante el año 2017, recibió a más de 600 venezolanos.
El Padre José David Cañas Pérez, director de la casa de paso “Divina Providencia”, explica el creciente flujo migratorio como un fenómeno que ha sucedido por olas. Según el sacerdote, al comienzo migraron los venezolanos con mayores recursos económicos. Ellos llegaron a otros países legalmente y lograron reconstruir sus vidas con mayor facilidad. Ahora lo están haciendo los más pobres y lo hacen en condiciones muy precarias: sin dinero y sin documentos de identificación.
“En este momento son los más vulnerables y los más pobres de Venezuela los que están viniendo y no tienen cómo pagar por un pasaporte, ni tienen cómo comprar un tiquete aéreo para poderse ir. También están las personas que llegan aquí y se devuelven, porque no tienen cómo comer. Ellos vienen en la mañana, buscan comida, medicinas y víveres, y regresan porque allá todavía sigue siendo barato hospedarse”, indica.
Daniel y su familia continúan viviendo en Cúcuta. Han logrado sobrellevar la enfermedad de su hijo, gracias al apoyo de esta casa. Diariamente, reciben dos comidas y atención médica para su bebé. Para esta familia, la vida transcurre entre la pequeña habitación del populoso barrio donde viven, las calles de Cúcuta y la casa “Divina Providencia”. No pierden la esperanza de que algún día su país encontrará la estabilidad económica y política que les permita regresar.
Según Inmigración Colombia, diariamente más de 40 mil inmigrantes venezolanos cruzan la frontera hacia Colombia. Actualmente, en el país permanecen más de un millón y más de 200.000 son migrantes de tránsito, que tienen como objetivo llegar a Ecuador, Perú y Chile. Los más pobres realizan la travesía caminando más de 2.000 millas para llegar a Lima, Perú. Lo hacen sin agua ni alimentos. A la deriva, caminan y confían que en su camino personas de buena voluntad les brindarán algún alimento. Cuando llega la noche, buscan cualquier lugar para dormir y a la mañana siguiente continúan su ardua caminata. Perú es uno de los destinos más deseados porque sus leyes migratorias les permiten trabajar legalmente en el país.
Catholic Relief Services está apoyando la labor de Cáritas en Venezuela, Colombia, Brasil, Perú y Ecuador para atender la emergencia humanitaria venezolana con programas que salvan vidas, como monitoreo de la desnutrición, salud, protección legal y sicosocial, albergues, cocinas comunitarias, agua, saneamiento e higiene.
*Los nombres fueron cambiados para proteger su privacidad.