En Fuerte Tiuna hay un recluso. Un recluso famoso. Incluso más desde su desaparición pública y de las redes y de las convocatorias partidistas. Sin embargo, todo el mundo sabe de él. O se inventa una historia sobre este recluso al que se señala –aunque no está indiciado, ni investigado, ni en boca del fiscal del mismo nombre– del robo, saqueo, desfalco, ocurrido entre barriles y medianoche en Petróleos de Venezuela.
Pero se han empezado a descartar cosas que la rumorología callejera produce y reproduce como respuesta al secretismo oficial o la información dirigida desde las esferas del poder y sus despachos de inteligencia.
No ametrallaron jet alguno en el aeropuerto Simón Bolívar desde el cual el hasta hace poco todopoderoso Tareck Zaidan el Aissami Maddah pretendía escabullirse. Tampoco Estados Unidos habría interceptado en algún lugar del Atlántico un jet Bombardier fletado para ponerlo fuera del alcance de Maduro ni se encontraba en Siria al amparo de Bashar al Assad. Si estuviera Donald Trump al mando, la historia sería más creíble.
Lo que parece más cierto –un militar lo vio, y soltó el dato– es que el exministro de petróleo –alguna vez vicepresidente de la bolivariana República de Venezuela, el cargo que ostenta Delcy Rodríguez, la hermana de Jorge– se encuentra en “relativa libertad”. Vaya ironía: como el resto de la inmensa mayoría de los venezolanos. La libertad en Venezuela es frágil como un cristal, volátil como el papel que la consagra y selectiva. En este último sentido, todos somos reclusos. Pero de verdad, verdad.
El caso de El Aissami se compara con el de Elías Jaua. Los caídos en desgracia. Una revolución que se precie de tal cosa tiene una ristra de personajes que ya no son. Que no están en la foto, sonrientes, levantando los puños, con los que hoy se adueñaron del poder. “Somos más fuertes”, insiste a cada rato Maduro. Más fuertes y más puros, una vieja conducta de la vieja izquierda en busca del ADN revolucionario.
En Fuerte Tiuna hay, siguiendo el modelo cubano, una urbanización de casas asignadas a los “cuadros” de alto valor. Y el recluso aún lo tiene. Se entiende que sabe mucho, que incluso tiene mucho. Que está bien conectado. Sus andanzas están en cuatro expedientes que le tramitan los “gringos”. ¿Para quién vale más el recluso?
En un país de verdad no suceden tales cosas. Pero éste hace tiempo que dejó de serlo. Maduro, como jefe de las franquicias en el poder, lo convirtió en un país de ficción. De esas series televisivas llenas de malos e intrigas. Y de esta aún quedan capítulos por conocer. ¿Seguirá Maduro al frente de las operaciones? Dicen que no es muy dado a los seguimientos, aunque le metió el miedo en el cuerpo a los gobernadores de estados –a Lacava, el de Carabobo, se le congeló la sonrisa– cuando les dijo que sabía hasta lo que comían.
El recluso es un buen título para la serie: el hombre que lo sabe todo, pero se quedó mudo.