¿Ha cambiado la cultura política del venezolano? Siete hipótesis

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Hasta donde tengo noticias, no existe una investigación relativamente reciente, especializada y multidisciplinar, que haya respondido a la pregunta sobre el estado actual de la cultura política del venezolano. Hay, por supuesto, datos y tendencias detectadas en estudios de diverso carácter: científicos, demográfico-sociales, de coyuntura política, la fundamental serie de la Encovi y algunos otros, de los que pueden extraerse pistas y hasta conclusiones de mucha utilidad. También ocurren hechos públicos constatables que, por sí mismos, me sugieren que se han producido cambios en la cultura política que merecen ser confirmados o desmentidos. En entrevistas o en afortunados artículos de opinión aparecen, de vez en cuando, consideraciones que nos obligan a detenernos en ellas. Al igual que tantos otros venezolanos, también yo me hago esa pregunta tan amplia, que no tiene respuesta, pero sí algunas afirmaciones preliminares.

Por Miguel Henrique Otero – El Nacional

Una cuestión a considerar antes que nada, como si fuese un requisito metodológico, es el relativo al cansancio político que parece manifestarse de muchas maneras, no solo en la desmovilización ―hasta las recientes protestas de docentes y empleados públicos, estas no se producían de manera significativa desde 2019―; sin embargo, este “cansancio” no tiene un carácter eterno. Podría cambiar en cualquier momento, como se vio en las últimas semanas. Por lo tanto, el que haya estado presente no presupone que las cosas se mantendrán así por tiempo indefinido.

De la conjunción de factores anteriores, a los que debo sumar las conversaciones que mantengo a diario con académicos, políticos, periodistas y más, he concluido que es muy probable que, al menos, siete factores hayan adquirido alguna presencia determinante en la cultura política venezolana ―entendiendo que “determinante” no es una característica exclusiva ni dominante; es influyente, pero coexistiendo con otras tendencias―.

El primer factor que hay que mencionar, quizás el más evidente de todos, es la expansión del miedo. La visión y el hacer político en Venezuela están asediados por el miedo al poder, a sus cuerpos represivos y paramilitares, así como a la acción de todas las instituciones, en particular, de tribunales de todo nivel, que actúan exclusivamente a favor del poder y contra los ciudadanos. La decisión de actuar o no se refiere menos a la agenda pública que a la capacidad o voluntad de ciertos ciudadanos de vencer el propio miedo.

El deterioro acumulado, la sensación permanente de impotencia, las recurrentes humillaciones de los poderosos, la exhibición constante de impunidad, el abuso convertido en política de Estado, han potenciado el que entiendo como un segundo factor: la desaparición de toda posibilidad de debatir o intercambiar ideas contrarias. Me atrevo a sugerir que en nuestro país la intolerancia domina el espacio público, tal como se puede constatar en las redes sociales, en cada minuto del día.

No me atrevería a estimar el tamaño y profundidad del fenómeno: pero me resulta evidente que en muchos sectores de la población se está produciendo y creciendo una aversión, un rechazo, por momentos apasionado, hacia la izquierda, el comunismo en sus nuevas formas, las políticas identitarias y hacia ciertas posturas progresivas. No estoy seguro de que esta tendencia pueda describirse como un giro a la derecha. Lo que sí me parece claro es que las posiciones anticomunistas se han diseminado y galvanizado. Esta es mi tercera anotación.

La cuarta. Entre los sectores que siguen los acontecimientos y opinan a través de distintos medios hay una tendencia muy marcada a mirar y analizar los hechos de los demás países, no solo en el ámbito de América Latina, también los de Europa y Asia, bajo el prisma de la tragedia ocurrida en Venezuela. Se establecen falsas similitudes, se pasan por alto diferencias históricas y culturales, se perciben semejanzas donde no las hay. Venezuela, para muchos, se ha convertido en un modelo de análisis que, a menudo, resulta inadecuado.

De la mezcla de los factores anteriores, y de otros que sería prudente añadir, proviene el quinto factor: estamos otra vez ―ha ocurrido en otros momentos de la historia venezolana― en una fase dominada por el descrédito de las instituciones, las fuerzas políticas, las dirigencias. Estamos en una coyuntura donde una mayoría de los ciudadanos no encuentran en qué o en quién depositar su confianza, como no sean las tres entidades que se salvan de la opinión negativa: la Iglesia, las universidades y las empresas. Que estos tres ámbitos de lo público se hayan salvado del fuego destructivo de la revolución bolivariana es revelador: no lograron imponer una cultura negadora de las dimensiones trascendentes, que hace culto de la ignorancia y que desconoce o niega lo que las empresas aportan a la sociedad.

El sexto factor, quizás el menos documentado, pero el que más evidencias cotidianas ofrece: tengo la impresión de que en Venezuela se está produciendo un fortalecimiento de la fe y de las prácticas religiosas, en las que personas y familias han encontrado un refugio ante las enormes dificultades de los tiempos. Hasta donde alcanzo a percibirlo, la fe se ha consolidado como una fuerza de resistencia política, con o sin la participación institucional de la Iglesia.

Por último, una de las tendencias que me parece más reveladora y, en muchos sentidos, demostración inequívoca de que el intento del régimen de imponer una narrativa anticapitalista, antiproductiva, antiderecho al trabajo, antiempresarial, antiesfuerzo, de modo de construir un vasto modelo de dependencia basado en el ingreso petrolero, ha fracasado del modo más estrepitoso. Cada día hay más emprendimiento en el país, más iniciativas, más voluntad de hacer. En alguna encuesta ―no recuerdo el dato concreto― se decía que más de 80% de los encuestados afirmó que le gustaría ser empresario. Esta es la que he reservado como la séptima tendencia en las apuradas notas de este artículo: que la tendencia predominante en Venezuela, la actitud vital y la mentalidad más frecuente, ratifica el apego al modelo liberal productivo y democrático. Eso es lo que, me parece, nos está diciendo la sociedad venezolana de muchas maneras: queremos democracia y no dictadura, queremos trabajo y no dependencia.