¡NO HAY VUELTA ATRÁS!: EE.UU. es un país más diverso, a pesar de Trump

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GRAND ISLAND, Nebraska — Para comprender el impacto de la nueva ola de inmigración a Estados Unidos, consideremos la ciudad de Grand Island, Nebraska: más del 60 por ciento de los estudiantes de escuelas públicas no son blancos y, en conjunto, sus familias hablan 55 idiomas. En una mañana reciente, mientras los padres dejaban a sus hijos en la Escuela Primaria Starr, se despidieron en español, somalí y vietnamita.
Por Miriam Jordan / The New York Times

“Uno no espera escuchar tantos idiomas en un distrito escolar de 10.000 personas”, opinó Tawana Grover, la superintendente de la escuela, quien llegó desde Dallas hace cuatro años. “Cuando escuchas Nebraska, no piensas en diversidad. Pero el mundo se encuentra aquí, en las zonas rurales de Estados Unidos”.

Los estudiantes son los hijos de trabajadores nacidos en el extranjero que huyeron a este pueblo de 51.000 habitantes en las décadas de 1990 y 2000 para trabajar en las plantas empacadoras de carne, donde hablar inglés no era tan importante como tener la disposición para trabajar hasta la extenuación.

Llegaron a Nebraska de todos los rincones del globo: mexicanos, guatemaltecos y hondureños que cruzaron el Río Bravo flotando en cámaras de neumáticos, en busca de una mejor vida; refugiados que escaparon de la hambruna en Sudán del Sur y de la guerra en Irak para encontrar un lugar seguro; salvadoreños y camboyanos que pasaron años picando piedra para encontrar trabajo en California y se enteraron de que había empleos en Nebraska y que el costo de la vida era bajo.

La historia de cómo millones de migrantes han echado raíces duraderas por todo el país desde la década de 1970 ahora es bien conocida. Un hecho poco comprendido sobre los cuatro años de presión que ejerció el presidente Donald Trump para cerrar las fronteras y poner a “Estados Unidos primero” es que, a final de cuentas, su misión podría haber sido en vano. A pesar de que el país está teniendo uno de los declives más considerables de inmigración desde la década de 1920, va en un curso irreversible hacia una diversidad más amplia, y a volverse más dependiente de los inmigrantes y sus hijos.

Desde el momento en que el presidente asumió el cargo, emitió un torrente de órdenes que redujeron la admisión de refugiados, limitaron la elegibilidad para obtener asilo, dificultaron más la aprobación de la residencia permanente o la ciudadanía, intensificaron el escrutinio a los solicitantes de visas para trabajadores altamente calificados y buscaron limitar la duración de la estadía de los estudiantes internacionales. Sus políticas redujeron de manera drástica la cifra de migrantes detenidos y luego liberados en el país, de casi 500.000 en el año fiscal 2019 a 15.000 en el año fiscal 2020.

Las medidas funcionaron. “Vamos a terminar la década con una inmigración más baja que en cualquier otra década desde la de 1970”, comentó William Frey, investigador de la Institución Brookings, quien analizó los datos más recientes del censo.

El presidente electo Joe Biden ha prometido revertir muchas de las medidas. Biden se ha comprometido a reincorporar la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, conocida como DACA, un programa de la era de Obama que les permitía permanecer en Estados Unidos a los adultos jóvenes que llegaron de niños principalmente de manera ilegal, y continuaba la aceptación de un mayor número de refugiados y gente en busca de asilo.

Biden también ha señalado que presentará una legislación con el fin de ofrecer un camino a la ciudadanía para las personas que están en el país de manera ilegal.

No obstante, la inmigración sigue siendo un foco de tensión para los estadounidenses, pues hay millones que han apoyado las medidas drásticas de Trump, y lograr la aprobación de cualquier reforma migratoria significativa en el Congreso será difícil mientras los republicanos mantengan el control del Senado.

Y, en todo caso, el legado de Trump en materia de inmigración no se puede deshacer de la noche a la mañana. Aunque se puedan anular algunas órdenes ejecutivas y memorandos que ayudaron a cerrar la frontera con rapidez, cientos de cambios técnicos pero significativos para el sistema migratorio tardarán mucho más tiempo en revocarse.

Sin embargo, como lo demuestra Grand Island, nada de lo que ha hecho Trump pudo detener los cambios inexorables que desató la ola más grande de inmigración desde la década de 1890, cuando una gran cantidad de gente del sur y el este de Europa llegó a través de la isla Ellis.

Aunque la inmigración se paralizara, sus frutos seguirán moldeando al país.

Gloria Castañeda, a la izquierda, y Vida Ahyong nacieron en Estados Unidos y trabajan en San Francisco. Ambas son hijas de inmigrantes.

En 1992, tan solo 50 hispanos se inscribieron en las escuelas de Grand Island. Para 2001, eran 1600 de 7600 estudiantes, aproximadamente. Ahora, los latinos representan más de la mitad de los 10.000 estudiantes en el distrito y no hay ningún pronóstico que muestre que esa proporción dejará de crecer.

En los años setenta, comenzó una ola de llegadas a Estados Unidos que se fortaleció en la década de 1980 y alcanzó lo más alto a inicios de los 2000. Han llegado millones de latinoamericanos. También ha habido un crecimiento espectacular en la cantidad de asiáticos, quienes superaron a los hispanos nacidos en el extranjero entre 2010 y 2019. Es más probable que los nuevos inmigrantes obtengan un título universitario y se integren a cualquier nivel de la economía que los estadounidenses de nacimiento. Este fenómeno es aún más real para los niños.

En San Francisco, Vida Ahyong, de 37 años, hija de inmigrantes filipinos nacida en Estados Unidos, dirige el laboratorio de diagnóstico COVID-19 en el Chan Zuckerberg Biohub, supervisando a un personal que incluye investigadores latinos, africanos y asiáticos más jóvenes que también son hijos de inmigrantes. Una de ellas es Gloria Castañeda, de 24 años, graduada de Yale y nacida en California que es hija de una conserje y un camionero, ambos son inmigrantes mexicanos.

Hace cinco años, la familia de Aslan Kat, de 17 años, obtuvo asilo en Estados Unidos después de escapar de la guerra civil en Siria. Es el capitán del equipo de fútbol universitario de Wayne Hills High School en Wayne, Nueva Jersey, y espera jugar en la universidad y estudiar ingeniería. Entre sus compañeros se encuentran inmigrantes de Armenia, Cuba y Egipto.

En 1920, los nacidos en el extranjero representaban el 13,2 por ciento de la población. Una reacción negativa en contra de los japoneses, los europeos del sur y los judíos, entre otros, dio como resultado la adopción en 1924 de límites de gente nacida en el país, los cuales pusieron fin a una gran afluencia que había comenzado a finales del siglo XIX.

La inmigración no volvió a aumentar de manera constante sino hasta la década de 1970, después de que la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965 eliminó los límites y creó un sistema basado en relaciones familiares y categorías laborales.

 

 La familia Kat recibió asilo en los Estados Unidos después de escapar de la guerra civil siria hace cinco años.

En la década de 1980 la población de personas nacidas en el extranjero era de 5,6 millones, en los noventa creció a 8,8 millones y, en la década de 2000, a 11,3 millones.

Para cuando Trump asumió el cargo, la ola contemporánea de inmigración había alcanzado una población nacida en el extranjero de 44,5 millones, un 13,7 por ciento de la población total, la cantidad más alta desde 1910. Dentro de esa cifra, unos 11 millones de inmigrantes estaban en el país de manera ilegal.

Durante su primera semana en el cargo, el presidente implementó una prohibición de viaje para detener la entrada de personas de muchos países musulmanes y detuvo el reasentamiento de refugiados, citando amenazas terroristas.

A medida que los migrantes centroamericanos que huían de la violencia y la pobreza se presentaban en la frontera en autobuses llenos, su administración introdujo políticas para disuadirlos, incluida la separación de los niños migrantes de sus padres.

El mandatario pudo sortear al Congreso, que durante mucho tiempo ha estado estancado en la reforma migratoria, emitiendo una serie de órdenes ejecutivas y proclamas que rápidamente cerraron la puerta a la inmigración a pesar de una serie de procesos legales.

“Trump ha demostrado que no se necesita un gran acuerdo para abordar la inmigración y la seguridad fronteriza”, dijo James Carafano de Heritage Foundation, un grupo de expertos de tendencia conservadora.

De 2017 a 2019, la migración neta promedio se redujo un 45 por ciento de un promedio de 953.000 durante los siete años anteriores, pues llegaron menos inmigrantes y se fueron más, según un análisis del Centro para Estudios de Inmigración basado en los datos del censo.

Para el cierre de 2020, habrá un declive todavía más precipitado después de las restricciones al visado que impuso el presidente en medio de la pandemia del coronavirus.

“Este año no tiene precedentes en cuanto al drástico y veloz descenso relacionado con la inmigración”, comentó David Bier, un analista de inmigración del Instituto Cato, una organización libertaria. “Si omitimos las guerras y la Gran Depresión, nunca habíamos visto un nivel de inmigración como el que estamos presenciando en este momento”.

Trump se concentró mucho en hablar mal de los refugiados e inmigrantes al compararlos con sangrías para las arcas públicas, y en defender un muro en la frontera suroeste.

No obstante, con toda la atención en la frontera se ignoró el crecimiento mucho más significativo de la inmigración que ocurría en otras partes del país.

En los nueve años que terminaron en 2019, el número de inmigrantes de origen asiático creció 2,8 millones, más que de cualquier otra región del mundo. Los crecimientos más importantes fueron de los indios y los chinos, la cantidad de mexicanos cayó 779.000.

Muchos de los inmigrantes recientes se han asentado en algunas zonas del país donde hay una baja concentración de personas nacidas en el extranjero, incluso en estados que votaron por Trump tanto en 2016 como en 2020.

 

Nihit Gupta, psiquiatra, y su esposa, Shikha Jaiswal, nefróloga, emigraron de la India y ahora viven en Virginia Occidental con su hijo, Tasmay.

Entre ellos se encuentran Shikha Jaiswal, una nefróloga, y su esposo, Nihit Gupta, un psiquiatra de niños y adolescentes, quienes llegaron a los Estados Unidos desde la India para completar sus residencias y están desarrollando sus carreras en un área médicamente desatendida de West Virginia.

Los pueblos pequeños de Estados Unidos han llegado a depender de una serie de médicos extranjeros. “La gente ha sido muy amable y agradecida al mismo tiempo, lo que hace que sea una experiencia muy gratificante”, dijo Jaiswal.

Los hijos de inmigrantes que ya están aquí seguirán aumentando la diversidad de los Estados Unidos: se espera que el censo de 2020 muestre que más de la mitad de la gente menor de 18 años son personas de color.

“En la actualidad, cada vez hay más gente no blanca en la población general, en particular con ascendencia inmigrante”, comentó Richard Alba, profesor de Sociología del Centro de Posgrado de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

La salida de la fuerza laboral de la generación nacida en la posguerra en medio del desplome de la tasa de natalidad está acelerando la tendencia e intensificando la necesidad de nueva mano de obra inmigrante para pagar las cuentas del Seguro Social y Medicare de los estadounidenses que se están jubilando.

“No se trata de que los nacidos en Estados Unidos no puedan tomar los empleos de la generación nacida en la posguerra, sino que no hay suficientes jóvenes para ocuparlos”, señaló Dowell Myers, demógrafo de la Universidad del Sur de California que investiga el tema.

Esa diversidad ya se ve reflejada en las posiciones más altas de la fuerza laboral.

Durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, los trabajadores blancos prácticamente tuvieron el monopolio de los cargos mejor pagados. Sin embargo, para 2015, entre los trabajadores menores de 50 años con los mejores salarios, casi una tercera parte no era blanca, principalmente latinos o asiáticos de origen inmigrante, según una investigación de Alba, que predice que esa cifra seguirá creciendo.

Un estudio divulgado el mes pasado reveló que en 2018 casi un 30 por ciento de todos los estudiantes inscritos en universidades y colegios de educación superior provenían de familias inmigrantes, una cifra superior al 20 por ciento de 2000.

“Cuando empiezan a verse compañeros más diversos entre los titulados, cambia la fuerza laboral, es decir que más gente de ascendencias diversas llega a puestos de autoridad y alta remuneración”, afirmó Alba. “No hay vuelta atrás”.

Miriam Jordan es una corresponsal nacional cuyas narrativas abren el telón sobre las complejidades y paradojas de las políticas de inmigración y su impacto en los inmigrantes, las comunidades y la economía. Antes de unirse al Times, cubrió inmigración por más de una década en el Wall Street Journal y fue corresponsal en Brasil, Israel, Hong Kong e India. @mirjordan