El pasado miércoles se realizó en Madrid el Foro Atlántico que anualmente organiza la Fundación Internacional para la Libertad, que lidera el escritor Mario Vargas Llosa. En uno de los paneles previstos para los debates participó el Dr. Mauricio Rojas, un prestigioso investigador de origen chileno que actualmente se desempeña como integrante del Parlamento de Suecia. Los miembros de la mesa de la que formaba parte Mauricio Rojas, estaban comprometidos a aportar reflexiones respecto a los retos y oportunidades de la política en el mundo actual. Fue allí cuando Mauricio Rojas introdujo la tesis de la brutalización de la política, postulado que ganó mucha notoriedad a raíz de los conceptos expresados por George L. Mosse, especialmente desde el momento en que publicó su libro Soldados caídos (1990), texto en el que argumenta su teoría, según la cual “la experiencia de guerra de los soldados del frente en la Primera Guerra Mundial habría sido la causa de los altos niveles de violencia política de la República de Weimar y, por ende, el origen del nacionalsocialismo y el genocidio”.
Por Antonio Ledezma
Bajo el paraguas de ese concepto se han venido dando diferentes hechos políticos relacionados con ese modelo de la brutalización de la política. El más reciente ha sido la caricatura de “golpe de Estado” escenificado en Bolivia, país suramericano en el que un general apellidado Zúñiga, con su uniforme tachonado de medallas, no se sabe ganadas dónde y cómo, encabeza una penosa puesta en escena de un montaje militarista con un desenlace con mucha pena y sin nada de gloria.
En Bolivia, inicialmente bajo la hojarasca populista levantada por Evo Morales, al igual que en Ecuador, siguiendo las líneas trazadas por Rafael Correa, se efectuaron acciones que dan lugar al modelo que resume en tres “P” el analista venezolano Moisés Naím, al desgranar las amenazas del populismo, la polarización y la posverdad. Así tenemos a esas montoneras politiqueras que se encumbran en el poder, después de haberse aprovechado de las virtudes de la democracia, tal cual como lo hicieron Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, para seguidamente ejecutar el plan letal de vaciar de contenidos democráticos los pilares fundamentales que garantizan la separación de poderes, la indispensable libertad y la garantía de la justicia y salvaguarda de los derechos humanos de las personas.
Se enfocan en el Poder Judicial, pues desde esa trinchera se aseguran de ir controlándolo todo para de esa manera lograr eternizarse en el poder absoluto, dejando atrás el juramento de respetar el orden constitucional legalmente establecido, y que les permitió asumir el mando por la vía democrática. Fue muy preciso y elocuente el expresidente de Colombia, Iván Duque, al enumerar el orden del patrón envenenado que, como conjuro populista, ponen en marcha, a saber: valerse de las astucias para camuflarse y poder ganar las elecciones, luego encarnan el rol de mandatarios enternecidos que utilizan el lenguaje “buenista” para seducir a los opositores, mientras van artillando la batería comunicacional polarizante, con sus dogmas irrenunciables, seguidamente introducen el relato de la “nueva historia”, ya que “todo lo del pasado es malo” y, en medio de ese debate ideologizado, van sembrando el caos valiéndose de las cartillas y protocolos que informan las guerras de cuarta y quinta generación, para llegar por esa ruta al planteamiento salvacionista, con el falso mesías a la cabeza, proponiendo la fórmula mágica de la Constituyente.
George L. Mosse indica en su obra que “la indiferencia ante la muerte en masa y el deseo de destruir totalmente al enemigo” termina siendo la esencia de ese modelo de la brutalización de la política, es por eso que en su exposición el expresidente de Ecuador Guillermo Lasso razona que “la degeneración de la política es consecuencia del fin de obtener y mantener el poder, aunque sea necesario aliarse con grupos identificados con el crimen organizado”, tal como ha ocurrido en su país en donde el narcotráfico ha extendido una red hamponil que incluye a pandillas delincuenciales de todo orden, a los capos que controlan las cárceles y mafias de cuello blanco que operan en las periferias de instituciones públicas y privadas que facilitan la legitimación de capitales apuntalando la llamada economía oscura.
Se debe interpretar que ese tipo de esquemas, antes descrito, dan origen a la degeneración de la práctica de la política institucional, la política verdaderamente inspirada en valores y principios democráticos, para descender al pantano de “la brutalización” en el que se revuelcan esas mafias que justifican tal desenfreno, con tal de lograr la liquidación del enemigo, así sea con el uso de métodos reñidos con la ética política. Es lo que se ve en esos países en donde ronda y hace de las suyas el diabólico y maléfico populismo. Parlamentos que pierden su verdadero fin; un poder judicial criminalizando la actividad política; medios de comunicación cerrados o limitados para poder cumplir su fin de desarrollar la libertad de expresión; el derecho de propiedad cercenado; empresarios estigmatizados como “enemigos del pueblo”; mandatarios disponiendo de los dineros públicos para apuntalar “elecciones de Estado”, tal como lo explicó detalladamente el expresidente Felipe Calderón, sucedió en la ultima medición electoral en México; y la perpetración de los más abominables crímenes de lesa humanidad, que los socios de cada bando no disimulan en justificar, enarbolando banderas ideológicas. ¡Qué despreciable todo eso!
En conclusión, es momento de tomar conciencia de la obligación y responsabilidad que tenemos todos los que nos sentimos comprometidos con la verdadera democracia. La responsabilidad de defenderla, de protegerla, de cuidarla de esas malignas asechanzas y no hay mejor manera de hacerlo que cumpliendo con más eficiencia esa tarea tan noble, tal como lo puntualizó en ese foro Fernando Savater: “Es la hora de la unidad de los demócratas”.