«Si gana Chávez, se avizora una dictadura y nosotros sabemos lo que es una dictadura. Aquí no habrá ley, derechos de expresión, las cárceles se abrirán para quienes no estén de acuerdo con ese gobierno, no se le permitirá a nadie disentir y todos los problemas se harán más graves aún»… «La ceguera es de tal naturaleza que no se dan cuenta de que esto de Chávez es un daño a todo el proceso institucional de Venezuela. Todo lo que tenemos bien, lo va a liquidar”.
¿Cómo lo supo? Cualquiera podría afirmar que fue una premonición. Sin embargo, en esa oportunidad en que Carlos Andrés Pérez le dijo eso durante una entrevista a Marcel Granier habló desde la experiencia, desde el profundo conocimiento que tenía de la sociedad venezolana y de sus frutos, pero sobre todo de aquel personaje que se empeñó desde los años ochenta en romper con el orden establecido y violar la Constitución solo por sus ansias personales.
Hoy Carlos Andrés Pérez cumpliría 100 años. Su vida está profundamente ligada a la historia del país, tanto, que ya ni siquiera sus adversarios se atreven a rememorar los posibles defectos que como político y como hombre pudiera haber tenido. Muy diferente a cuando estaba en vida. Desde que decidió dedicarse a la política, trabajando codo con codo con Rómulo Betancourt, como ministro o como funcionario, siempre tuvo presente al pueblo venezolano. Y desde entonces recibió toda clase de críticas y ataques. A pesar de ello, nadie puede decir que haya sido un hombre vengativo y rencoroso, pues nunca perdió de vista que lo que animaba su carrera era el servicio a los venezolanos.
Su inmenso carisma personal fue siempre su primera carta de presentación. Grandes obras llevan su firma, como la nacionalización de las industrias del hierro y de los hidrocarburos, que se recuerdan desde su primer mandato. En el segundo recibió un país completamente distinto y se rodeó de un equipo más que calificado que, si bien cometió algunos errores, tenía diseñadas las políticas necesarias para sacar a Venezuela de lo que se vislumbraba como una terrible crisis. Pero Venezuela no le hizo caso, no dejó guiarse, escuchó cantos de sirena que salían incluso de su misma casa política. Fue entonces cuando Carlos Andrés Pérez realmente demostró quién era y es precisamente el hecho por el que más será recordado, ni siquiera por las obras de su gobierno.
Fue despojado de su inmunidad, fue juzgado, acusado y sentenciado y cumplió su condena. Nunca se asomó la posibilidad de irse del país, asumió el proceso, que le dolió profundamente, pero demostró ser precisamente un demócrata convencido hasta lo más profundo de que no hay signo más elocuente de la salud de una democracia que precisamente lo que le estaban haciendo. Poder Legislativo y Judicial actuaron independientemente. Ese sometimiento pasó a la historia, jamás pensó actuar en contra de las instituciones, imponerse, romper el hilo constitucional.
No le creímos entonces ni tampoco cuando ya advirtió los riesgos que corría el país con la locura chavista. Se puede decir que estos últimos 20 años son consecuencia de que el pueblo no escuchó a uno de sus más grandes defensores.
“Ninguna conspiración, ninguna confabulación por variada y poderosa que sea, ninguna conjura, me arrancarán del alma del pueblo venezolano. Para él he vivido, por él he luchado de manera denodada. Por él continuaré luchando. Más temprano que tarde comprenderán que he actuado con la conciencia más cabal y más plena de que opté por el camino más conveniente. El futuro dirá, y lo dirá muy pronto, si he actuado con razón, si hemos interpretado correctamente el momento y las circunstancias del país”, dijo en su último discurso antes de recibir sentencia.
Será recordado por muchos años. Algunos con arrepentimiento, otros con el gozo de haberlo conocido. Ojalá su enseñanza sirva para algo aunque sea cuando el pueblo despierte.