La única posición sensata con respecto al nuevo CNE en este momento es la escéptica. Es justa y necesaria, como dicen en misa
@AAAD25 / RunRunes
Poco duró el reinado de la exmagistrada Indira Alfonzo al frente del Consejo Nacional Electoral. Como era de esperarse, aunque en su momento la oposición prêt-à-porter vociferó con furia lo contrario, reemplazar a Tibisay Lucena con otra agente de la voluntad de la elite gobernante no convenció a nadie de que estuviéramos viendo una película distinta. Para muestra, la exigua participación en el proceso electoral (o como quieran llamarlo) de diciembre pasado y el rechazo renovado de las democracias del mundo.
Así que ahora, con la misma inquietud de dar credibilidad a la simulación de democracia para ver si así le quitan las sanciones internacionales, el régimen nos presenta otra modificación de la directiva del CNE, aunque por alguna razón no quiso cambiar el roster completo, dejando entre los cinco rectores a Tania D’Amelio. Contándola a ella, tres de los rectores son personas evidentemente vinculadas con la elite gobernante. Entonces, lo que se supone que debe entusiasmarnos a todos los ciudadanos y convencernos de la “voluntad democrática” del chavismo es que los otros dos rectores no tienen esos vínculos.
Estos dos caballeros son Enrique Márquez, otrora diputado a la Asamblea Nacional y dirigente de Un Nuevo Tiempo, y Roberto Picón, quien fuera asesor de la extinta Mesa de la Unidad Democrática en temas comiciales y por ello estuvo preso seis meses, otro en la larga lista de figuras de oposición encarceladas bajo alegatos absurdos (“rebelión militar, traición a la patria y sustracción de equipo militar”, en este caso) y después liberadas como si nada. En la nominación y designación de ambos, según reportes periodísticos, tuvieron un papel preponderante varias organizaciones de la sociedad civil interesadas en dar un nuevo aliento de vida a las instituciones republicanas y en que las elecciones ofrezcan una salida a la crisis nacional que nos ha agobiado por demasiado tiempo.
Para bien o para mal, los cambios en el CNE fueron recibidos con optimismo cauteloso por algunos ciudadanos que comprensiblemente se sienten frustrados por el estancamiento de la dirigencia opositora que gira en torno a Juan Guaidó, Leopoldo López y sus aliados. Y naturalmente, quienes más se mostraron emocionados fueron los cabecillas de la oposición prêt-à-porter, así como personajes como Henrique Capriles y Stalin González. En cambio, otros integrantes de esta malograda sociedad hemos reaccionado con escepticismo. Por ello, los devotos del nuevo templo de Pajaritos a La Palma nos han señalado de ser “intransigentes”, “extremistas”, “maximalistas”, “antipolíticos” y todo el repertorio de descalificativos huecos que suelen proferir desde aquellos grupos de opinión.
La verdad, me tiene muy sin cuidado lo que piensen unos sujetos que, con tal de prestarse para la simulación de democracia, han avalado u omitido todas las arbitrariedades relacionadas.
Pero sí quiero argumentar las razones de mi poca esperanza en los acontecimientos de la semana pasada ante todas aquellas personas sin militancia en la oposición prêt-à-porter pero que creen ver una luz al final de túnel en los nuevos rectores. Dichas razones son dos.
Comienzo con el principal alegato de los optimistas: los credenciales opositores de Enrique Márquez y Roberto Picón. Sobre todo en el caso de este último, considerando su martirio tras las rejas, cuesta imaginarlo como agente consciente de ardides truculentos a favor del régimen. Pero el problema acá es que la virtud no es poder. No importa que alguien intachable ocupe un puesto en teoría influyente, si en términos prácticos no puede cambiar nada dentro de un sistema en el que la voluntad de otros es la que siempre se impone.
No estoy especulando. Solo recuerdo a los predecesores. Vicente Díaz y Luis Emilio Rondón, como rectores del CNE, en varias ocasiones alzaron la voz contra los vicios que acabaron por sepultar la confianza en el voto. Pero no fueron capaces de otra cosa. Denunciaron, mas no corrigieron. Útil en su momento, sin duda. Pero ya es una etapa superada, que no tiene ningún sentido repetir.
Ah, y por favor no empiecen con lo del “CNE numéricamente menos desequilibrado en muchos años”. Dos individuos contra el sistema no tienen mejores posibilidades que uno solo.
La segunda razón es el contexto. Hemos llegado a un punto en el que, por desgracia, el deterioro político es tal que el nombramiento de dos rectores no alineados con el régimen no basta de ninguna manera para creer que estamos siquiera a las puertas de una transición. Y no, no es que “uno espera que de la noche a la mañana seamos Finlandia para estar conforme”. Hay algo de maniqueísmo tosco en semejante increpación. Porque si bien es obviamente inconcebible desaparecer en un santiamén todos los rasgos antidemocráticos hoy presentes, sí cabe esperar una liberalización que, aunque gradual, sea más generalizada. Más gestos de buena voluntad. Verbigracia, desmontaje de estructuras paralelas de control, fin de la persecución política y cese del acoso a la sociedad civil.
Pero no estamos viendo nada de eso. Al contrario, los defectos que habría que enmendar siguen iguales o peores. Desde que volvió al Capitolio, el chavismo reanudó el desarrollo de entes del llamado “poder popular” (todo lo que tiene que ver con consejos comunales y comunas), los cuales por diseño están atados a los intereses de la elite gobernante y pudieran debilitar aun más la ordenación administrativa y territorial basada en gobernaciones y alcaldías, esas mismas que algunos siguen describiendo como espacios funcionales de resistencia.
Mientras tanto, Roland Carreño y otros presos políticos siguen en sus calabozos. No han sido revocadas las proscripciones de partidos políticos ni las inhabilitaciones de dirigentes opositores (el nuevo presidente del CNE asomó esta semana que las revisarían, pero sin garantía de nada). Por último, como se ha alertado recientemente en esta columna, el asedio a la sociedad civil, con foco en ONG y medios de comunicación, ha ido en aumento, mediante el hostigamiento de trabajadores humanitarios y periodistas, la emisión de regulaciones asfixiantes y el bloqueo de portales informativos digitales.
So riesgo de sonar pedante, no diré que espero estar equivocado porque me parece que la única posición sensata en este momento es la escéptica. Es justa y necesaria, como dicen en misa. Pero mi opinión no es inamovible y sí espero que pronto veamos, todos, señales que confirmen un reacomodo real en el tablero. Eso me encantaría, porque quiero una salida lo menos traumática posible a nuestra espiral de decadencia. Hasta entonces, habrá que ver cómo seguir presionando para que se abra una verdadera negociación, que es lo que Guaidó y compañía intentan, aunque carecen de estrategia concreta.
Soy, y creo que muchos otros me acompañan, alguien que juzga a partir de hechos observables. No de peticiones de fe y otras entelequias. Lamento si eso molesta a algunos.