Viaje a la ultratumba histórica venezolana
El 4 de febrero de 1992, cuando Hugo Chávez asesinó a centenares de venezolanos, Venezuela inició su viaje a su ultratumba política. Por la espalda y en el sigilo de la madrugada, el traidor militar disparó certeramente a la cabeza de sus compañeros, regándolos sin vida por doquier. Una Venezuela, la civilizada, que había forcejeado brutalmente durante siglos con la otra, la barbárica, caía tendida y asfixiada sobre el pavimento de nuestra historia.
La democracia –ese intento fallido– la hija predilecta de la civilización también fue alcanzada por la bala cegadora del comandante. No vimos o no quisimos ver su herida mortal.
Caldera perdonó al asesino.
La Venezuela limosnera de sí misma
Un país no son sus territorios ni sus paisajes naturales, tampoco sus estructuras ni sus edificaciones. Un país es la gente que contempla, admira y añora sus parajes y horizontes, la gente que crea su cultura, su arte, sus edificaciones y sus ciudades. Un país es su gente, así Venezuela es el venezolano, los millones de ellos que han vivido y viven. Los millones de ellos que han huido y huyen del chavismo.
Venezuela, en el infierno chavista, ha huido de sí misma y anda regada, harapienta, nostálgica, limosnera de sí misma por los rincones del mundo.
Somos nosotros, eres tú, soy yo.
La divina tragedia no es estética
El poema de Dante, su comedia, por más divina que haya sido, por más que nos haya seducido e inspirado, fue una invención estética, un regodeo –fantástico, ilustrativo, delicioso– intelectual y estético, no una fatalidad, no una tragedia. Nuestro infierno es fatal y trágico, lo padecemos todos y cada uno de los venezolanos, exceptuando a esos monstruos inhumanos y crueles que son los chavistas. Ellos oficiaron el infierno, nosotros lo sufrimos.
Todo chavista es un criminal, no hay ni uno que se salve. Por comisión o por omisión, los chavistas son los satanes de nuestro tiempo.
Veles la cola, veles los cachos.
Ahogados en la costa que nos nombra
No los vi, pero sí escucho en mi mente los gritos desalentados de los venezolanos que naufragaron y murieron ahogados en su huida del infierno chavista en las costas de Güiria. La embarcación náufraga se llamaba “Mis recuerdos”, metáfora maldita de las memorias que nos incendian por dentro a cada uno de nosotros y que se ahogaron desastrosamente en las costas que le dieron origen a nuestro bello nombre como país: Venezuela, la pequeña Venecia.
El chavismo, el infierno chavista, logró la impensable hazaña de hacer naufragar al país en la mar original que le dio nombre y vida. No perdimos el rumbo, naufragamos.
¿Qué más les queda por arruinar?
Ni cómico ni divino el infierno
Arrasaron con el buen nombre de Bolívar; aniquilaron el mito romántico de la revolución; ahorcaron hasta la asfixia los ideales venezolanos de independencia, justicia y libertad; fusilaron con un certero disparo a la cabeza nuestra democracia; apuñalaron hasta la muerte la economía más próspera de América Latina; robaron –piratas del Caribe– cada tesoro hasta la devastación; hicieron naufragar y morir a Venezuela en su costa inaugural mientras huía de sí misma. Eso fue el chavismo.
No es ni comedia ni divino el infierno chavista, nos ha incendiado y calcinado el alma. Es una tragedia sin igual, indecible, aterradora, patética. Somos ceniza.
No puedo escribir más…