Hay países que no se pueden contar desde adentro, porque quienes se atreven a desviarse del discurso oficial se ven fustigados, perseguidos y hasta expropiados. Basta con disciplinar a una persona o institución suficientemente visible como para que toda la población entienda que es mejor no hablar de ciertas cosas.
Esto lo vivió en carne propia Miguel Henrique Otero, director del diario El Nacional. Estaba de visita en Israel cuando se enteró que Diosdado Cabello, funcionario que desde 2002 persiste en la cúpula del poder del régimen de Nicolás Maduro, había demandado al diario por difamación.
En 2015, El Nacional, junto con otros medios de distintas partes del mundo, publicó un artículo del diario ABC de España que daba cuenta de una investigación por narcotráfico que involucraba a Cabello. El diario, junto con La patilla y Tal cual, fue demandado. El suceso que relataba la noticia en cuestión fue confirmado, pero también la condena que habilitó la expropiación del periódico. En mayo de 2018, la Justicia condenó al diario por daño moral y a pagar mil millones de bolívares, que entonces eran poco más de 12.000 dólares. Una resolución de abril de 2021 indexó la multa a 13 millones de dólares. Otra, en junio de ese año, la elevó a 30 millones. Desde entonces, Otero vive en Madrid, desde donde dirige el equipo del diario, que trabaja desperdigado en varios países.
En 2022 el edificio del diario El Nacional, con todas sus instalaciones, fue entregado en subasta pública al propio Diosdado Cabello. El caso ilustra el riesgo que implica para un país la pérdida de instituciones que definen la calidad democrática, como la separación de poderes y una prensa libre.
–¿Cómo se llega a una resolución como la que afecta al diario y a su persona?
–En Venezuela el sistema judicial funciona como la Alemania Oriental antes de caer el muro: todo el mundo tiene un expediente. Cuando quieren criminalizar a alguien toman el expediente, buscan un juez, un fiscal, presentan una demanda y el juez dicta medidas cautelares como la prohibición de salida, congelamiento de bienes, reportarse a la jefatura periódicamente o la privación de libertad. De los casi trescientos presos políticos que hay en Venezuela, digamos que el 95% no tienen sentencia, sino medidas cautelares. Pueden pasar diez años así. Es parte de la perversidad del sistema. Hacia los ojos del mundo es un proceso judicial, pero en realidad es un arma política.
–¿Cuándo empezó ese mecanismo en Venezuela?
–Eso lo empezó Chávez, controlando a los jueces; Maikel Moreno, que fue el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, fue desmantelando todos los organismos, cambiando a los jueces y, al final, hoy en día nadie quiere ser juez y entonces ponen a un escribiente. Los jueces son hoy una gente ignorante, con unos títulos que les dan en cinco minutos en esas universidades bolivarianas y toman las decisiones que ordena el Ejecutivo. Son los jueces más corruptos del mundo.
–Tras su exilio forzoso, ¿qué piensa cuando algún político español ensalza los regímenes populistas latinoamericanos?
–Eso ha cambiado mucho. Cuando yo salí visité 34 parlamentos de distintos países. Los partidos de derecha coincidían en un ciento por ciento. Los del centro ya no coincidían tanto y los partidos de izquierda tenían una alianza revolucionaria con esa gente. Eso fue variando. Hoy en día, si hablamos con alguien del Vox, del PP, de Ciudadanos, coinciden. Los que quedan aliados son algunos del PSOE, que no sabemos si lo hacen por sus intereses o por otras razones, aunque no defienden el régimen. Y la izquierda de Unidas Podemos y los partidos independentistas, que hacen lo que sea para mantenerse en la alianza. Pero hoy no hay mucha gente que los defienda.
–Los informes de Naciones Unidas confirman graves abusos en Venezuela y, sin embargo, hay partidos que convalidan ese gobierno. ¿Por qué cree que las sociedades latinoamericanas votan partidos de baja calidad democrática?
–Hace unos meses dio una conferencia en España Francis Fukuyama, el gran ideólogo del pensamiento liberal. Todos los que asistimos estábamos convencidos de su discurso, pero en América Latina esa posición no se conecta con nadie. Las elecciones las ganan gente que piensa que Maduro está haciendo algo bueno, lo que es el retroceso más espantoso de los últimos tiempos. Le pregunté qué pasa que en Chile, en la Argentina, en Perú, la gente ha votado eso. No me contestó bien. Me dijo que había dos problemas. Uno, la distribución del ingreso. Pero la distribución del ingreso en México, Colombia y Chile había mejorado mucho, y a la inversa, hay momentos donde hay mala distribución del ingreso y votan por un candidato liberal. Esa no es la causa. Después agregó que los candidatos de la derecha son muy malos. Le dije que entendía que eran malos porque la señora Fujimori no era nada del otro mundo, pero el señor Castillo es un horror. Ese tampoco es argumento. En Iberoamérica hay algo que no funciona que hace que sigan ganando los populistas. Lo complicado es que a Nicaragua, Cuba y Venezuela las ven como autocracias, dictaduras populistas de izquierda terribles, y al resto los ven como demócratas. Pero esta gente es solidaria con Maduro y con Cuba. Hay un apoyo de estos presidentes a grupos que quieren de demoler los pilares de la democracia.
–Uno de esos pilares es la prensa libre, que ha sido muy atacada por los populismos. ¿Dónde quedó parada la prensa latinoamericana?
–En Cuba, Nicaragua y Venezuela simplemente no hay prensa, está totalmente reprimida. En otros países hay una prensa libre pero, en cierta medida, asustada, que ve lo que ha pasado en esos países y está viendo si se radicalizan Petro o López Obrador, que atacan constantemente a la prensa. Eso es lo que hacía Chávez al principio. Pueden terminar en algo similar.
–En las alocuciones que hacía Hugo Chávez en su programa “Aló, presidente”, solía atacar a El Nacional, ¿cómo afectó al diario?
–Al principio nosotros fuimos cercanos a Chávez, porque él no llegó en paracaídas. Era producto del desastre anterior, no tenía compromisos y decía que iba por la tercera vía de Blair. Cohesionaba sectores populares, no tenía ataduras. Cuando dio el golpe en 1992, el primero que lo condenó como golpista de derecha fue Fidel Castro. O sea, esa relación con Fidel fue posterior a su llegada a la presidencia. Antes él defendía la libertad de expresión como uno de los valores más importantes. Después se volvió populista, con esa identificación de que él era el pueblo y el pueblo era él y si lo atacabas a él, atacabas al pueblo. Una vez, cuando teníamos relación, él dio un mitin en Carúpano y nosotros publicamos que había dicho que si su partido no lo seguía, él renunciaba. En el programa del domingo empezó insultándome a mí y al periódico, diciendo que habíamos inventado esa noticia. Nosotros no teníamos corresponsal en Carúpano, así que habíamos publicado la nota de prensa que mandó el gobierno. Pero quedó furioso por eso. Y como ese caso, varios. Es como si los medios tuvieran que estar totalmente entregados a su voluntad. Ahí empezó una divergencia. Y cuando enfocó el gobierno contra el sector privado, ahí ya pasamos al lado de los opositores.
–¿Cómo es armar un medio para un país desde otro país?
–Nosotros funcionamos, siempre lo digo, como un periódico del Partido Comunista español en los años 50, o sea, somos clandestinos. Nos quitaron el suministro de papel, y pasamos a hacer una plataforma web. Nos quitaron el edificio y las instalaciones con el ejército y decidimos que todo el mundo trabajara desde su casa. La parte técnica está en Miami; los servidores, en Texas. La mitad de los periodistas se fueron del país, como parte de esos siete millones y medio que emigraron. Hay algunos periodistas que están en Venezuela, pero los trabajos fuertes los hacemos con los periodistas que están fuera, la mayoría. Con internet no importa donde estén. Un ejemplo fue la elección de Miss Venezuela en julio. Hicimos una cobertura muy buena con fotos, entrevistas a la gente que estaba ahí. Al día siguiente me encuentro al periodista en una calle en Madrid. Pensé que acababa de llegar, pero me dice que vive en Madrid y que todo lo hizo desde aquí. Entrevistó por WhatsApp, le mandaron fotos, hubo un fotógrafo en Venezuela. O sea, es irrelevante dónde está el periodista.
¿Este recurso está desafiando la censura de los gobiernos?
–Hay cincuenta páginas que están bloqueadas en Venezuela. Y el bloqueo afecta. La manera de evadirlo es el VPN [NE: Virtual Network Protocol], una aplicación que te conecta desde otro país y permite evadir el bloqueo. Pero para alguien que ve las cosas por un teléfono no es tan fácil. Tenemos otro sistema de blockchain a través de las redes sociales, para que el dominio no diga El Nacional, sino bitly. El porcentaje de gente que nos ve por Twitter y Facebook es muy alto. Aun así, el bloqueo nos tumba más de la mitad del tráfico. Pero no es solamente el bloqueo: es la imposibilidad de la gente de tener un servicio de internet.
–Venezuela está entre los países más desconfiados de Latinoamérica. ¿Qué papel juega la información para recuperar la confianza?
–Lo primero es que el 75% de la población venezolana vive con un salario inferior al nivel de pobreza crítica. Venezuela está más o menos como Haití. No hay posibilidad de esa gente de tener un acceso a internet o estar pendiente de noticias, están prácticamente fuera del circuito informativo. Después hay un 13% de población que vive por debajo del nivel de pobreza. Puede estar interesado en la información, pero el 60% del territorio nacional solo tiene acceso al canal del Estado. No hay periódicos, no hay internet, no hay otros canales, la radio está silenciada. Queda un sector de la población, el nuevo rico que llaman los “enchufados”, y lo que queda de la clase media. Pero en Venezuela se han ido en cinco años 7,5 millones de personas, que es un cuarto de la población. Eso no ha ocurrido en la historia de la humanidad a menos que haya habido una guerra o una catástrofe natural. A eso hay que sumarle la crisis económica, porque Maduro destruyó en seis años el 80% del PBI. Es una economía reducida al mínimo. El drama del país es cómo comen, no cómo se informan.
–¿Qué perspectiva tienen las elecciones de este año de resolver algo?
–Hay dos elecciones, las primarias y las elecciones. Las primarias son para escoger un líder de la oposición que compita contra Maduro. Mi posición es que las primarias son importantes porque activan la militancia en un país que no tiene esperanza. También, para una oposición que está atomizada lo es elegir un líder. Después, que haya elecciones con posibilidad de sacar a Maduro, eso sí lo veo muy improbable. Ante la tesis de que dialogando con Maduro se puede lograr que ponga condiciones transparentes para las elecciones surge la pregunta de cómo lo van a convencer de que haga una elección transparente para que lo derroten y tenga que salir a enfrentarse a la justicia internacional. Yo creo que eso es prácticamente imposible. Por eso ha habido doce negociaciones que no han llegado a nada. Él pone condiciones imposibles: pide que levanten todas las sanciones para discutir. Los americanos no van a hacer eso. Entonces esas elecciones se van a hacer y Maduro la va a ganar, aunque el 99% de la población esté contra él, porque eso hacen los dictadores. El único dictador en la historia moderna que ha salido por elecciones se llama Pinochet. Los otros o se mueren o salen por una revolución o se vuelven demócratas. Lo que no existe es que hayan salido por una elección.
–Entonces, ¿cómo sale Venezuela?
–Creo que sale porque estamos en una tormenta perfecta. Primero, tiene a todo el sector político trabajando allá. No es como Cuba o Nicaragua, donde están presos o están fuera. Están todos en la calle, buscando votos para una primaria, activando una militancia. Segundo, en lo que va del año ha habido más de 4000 protestas populares: los maestros, las enfermeras. El tercer piso son los militares, que en los últimos ocho años han hecho seis o siete rebeliones con enfrentamientos. Hay más de 200 oficiales presos, torturados. Y además ahora el régimen no tiene cómo pagarles su salario. Eso ya es un factor insurreccional. Después, el régimen no es una dictadura normal, de estructura piramidal. Es una corporación criminal que tiene como fundamento económico operaciones ilegales. Son como la mafia, grupos estructurados con cuotas de poder en un equilibrio muy inestable. Es una mesa con cuatro pilares: Tareck El Aissami, Diosdado Cabello, Nicolás Maduro y Vladimir Padrino López. A uno de esos pilares, El Aissami, lo están desmantelando en estos momentos. A eso hay que sumar la crisis económica. El Aissami era el presidente de PDVSA y ministro de minas. Hace un año dijo que iba a subir la producción a 700 mil barriles y nunca la subió. Del petróleo que vendió, hay 23.000 millones de dólares desaparecidos y es el único ingreso que tiene el fisco nacional. Este año no tienen capacidad de aumentar la producción petrolera y no han podido cobrar el petróleo del año pasado. Entonces no pueden aumentar el salario básico, no pueden pagar a los militares, que no protestan como los maestros. Lo que mantiene medio alimentada a la población son las cajas CLAP. Cada una tiene un subsidio de 10 dólares y tienen que producir quincenalmente ocho millones de cajas. Entonces, tienen una crisis económica nunca vista y además una inflación del 500%. El salario básico en estos momentos es 8 dólares. Pero es en bolívares, o sea que dentro de un mes serán 6 dólares y al otro mes, 4. Por eso digo que están en una tormenta perfecta; cualquier chispa es la Revolución árabe.
–¿Cómo es vivir en el exilio?
–El exilio siempre es un horror porque es una cosa obligada y uno quiere vivir en su país. Lo que pasa es que, para mí, Madrid es la mejor ciudad del mundo, después de la mía. Yo he vivido en Nueva York, en París, en Londres, en Bogotá, en Miami y me quedo con Madrid. España tiene una característica adicional para los venezolanos, y me imagino que para los argentinos también, y es que uno se integra. Eso no existe en los otros países. Aquí uno participa en organizaciones, es parte de la vida social, política. El hecho de que un latinoamericano se sienta integrado en España es algo que deberían aprovechar un poco más.
–¿Qué extraña de Venezuela?
–Todo. Es mi país, mi ciudad. Si me quitan las medidas y me dan garantías de que no me van a poner preso, regreso inmediatamente, así esté Maduro.