Definitivamente, salvo que ocurra un hecho absolutamente imponderable, las elecciones parlamentarias nacionales en Venezuela el 6 de diciembre van. A pesar de la situación geopolítica y diplomática en la comunidad internacional y los últimos esfuerzos realizados por la Unión Europea para lograr su posposición, esto no fue posible por la posición asumida, particularmente, por el primer mandatario nacional Nicolás Maduro y los factores de poder más cercanos con los que cuenta. En ese sentido y en virtud de ello, surgen algunas posibles consecuencias con repercusiones nacionales e internacionales para los próximos meses.
Piero Trepiccione / Efecto Cocuyo
La primera de ellas tiene que ver con el panorama político del 2021, cuando corresponde realizar elecciones de gobernadores, diputados, alcaldes y concejales. Este tipo de convocatoria generalmente abre el apetito de la participación política entre los factores partidistas. Lo que impulsa posiciones radicalmente distintas a la abstención. Este es un elemento clave en lo que corresponde a un año donde la agudización de la crisis económica post-pandémica se sentirá con más fuerza en una economía que ya tiene varios años en recesión. Es un factor muy bien calculado por Maduro en el sentido de seguir fragmentando y dispersando al variopinto mundo opositor.
La segunda tiene que ver con las posiciones encontradas tanto en lo interno como en lo externo en el marco del conflicto político venezolano. Normalmente, los procesos comiciales sirven para aliviar las tensiones políticas e inclusive, económicas y sociales. No obstante, el evento del 6-D por las características de su convocatoria y la exclusión de importantes sectores opositores, no servirá mucho en esta dirección. Todo lo contrario, lo más probable es que siga promoviendo la profundización de las diferencias y en consecuencia, impulsando escenarios de radicalización que afectarán fundamentalmente a los sectores más vulnerables de la población venezolana.
En tercer lugar, se pueden dar intentos de reapertura en los intentos de negociación entre las partes involucradas. En esta dirección, la UE está alineada en favor de seguir buscando a toda costa la posibilidad de una salida electoral donde se reconozcan las partes enfrentadas y los apoyos internacionales que gozan, los actores internos. Esta posibilidad podría tener nuevos bemoles dependiendo el resultado de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos y los movimientos políticos que surjan en la región latinoamericana en los próximos meses.
Y una cuarta consecuencia pudiera darse sobre la base de una desconexión absoluta del liderazgo político nacional (ambos factores polarizados) con una población a la que cada día se le complica poder subsanar mínimamente su cotidianidad. Esta sería una consecuencia terrible y aunque muchos analistas indiquen que es muy remota o casi inexistente por el control militar y policial, las condiciones objetivas y subjetivas se están alineando en el camino.
Como vemos, el 6 de diciembre no concluye la historia. Es apenas el comienzo de una nueva ventana de oportunidades para estructurar un vector de fuerza nacional que pueda definitivamente servir de puente hacia el arranque de la recuperación económica e institucional. Lo grave es no hacerlo cuanto antes. Más retrasos van a implicar una cadena de sacrificios que, en las condiciones actuales, significaría un verdadero suicidio colectivo como nación parafraseando al laureado escritor, y ampliamente conocedor de la situación venezolana, Mario Vargas Llosa.
¿No sería esa la consecuencia más dura que pudiéramos enfrentar? La disolución del Estado para favorecer a los diversos intereses geopolíticos y geoestratégicos que han confluido en torno al caso venezolano. Es una variable poco creíble actualmente, pero está latente.