María Figueroa se sube a menudo al techo de su edificio llevando con ella un teléfono celular y una laptop para ver si consigue una señal de internet y le pagó a un vecino para que extienda un cable desde su casa, todo con tal de que sus hijos puedan tomar clases virtuales en medio de la cuarentena por el coronavirus. IMP
Pero estos esfuerzos a menudo solo generan más frustración, según ella, y reflejan las dificultades para recibir instrucción por la internet en un país como Venezuela, donde encender una luz puede ser un lujo y una buena conexión de internet un sueño. El gobierno del presidente Nicolás Maduro cerró las escuelas y dispuso que se complete el año escolar mediante clases virtuales.
“Todo se maneja en base al internet. Es la herramienta más necesaria en este momento”, dijo Figueroa. “Y es la que menos funciona”.
Figueroa, de 34 años, se considera afortunada porque tiene un teléfono móvil y puede usar una laptop de su trabajo como asistente administrativa. Pero a menudo no sirven de nada porque no hay conexión con la internet en Catia, el barrio pobre de Caracas donde vive, y su teléfono rara vez recibe una señal adentro de su departamento.
Es así que, al igual que muchos venezolanos, trata de ingeniárselas para salir adelante. Dice que toma fotos de las tareas de sus hijos y está lista para hacer click en “enviar” cuando encuentra señal. Además le pagó cinco dólares –más que el sueldo de un mes– a un vecino para que saque una extensión de 50 metros (165 pies) del servicio de internet desde su casa a ver si logra conectarse.
Venezuela es una de las primeras naciones que dispuso un confinamiento tras surgir los primeros casos del nuevo coronavirus a mediados de marzo. Las autoridades dicen que se han detectado solo 500 casos hasta ahora y 10 muertes. Detractores del gobierno socialista de Maduro afirman que esas cifras no reflejan la realidad y advierten que puede haber muchos contagios en un país con limitado equipo médico y medicinas. Maduro prolongó la cuarentena hasta mediados de junio.
Se calcula que unos 5 millones de venezolanos se fueron del país escapándole a la crisis económica y muchos de los 25 millones que quedan carecen de un servicio eléctrico confiable y de agua corriente. Venezuela dijo tener más de 10 millones de menores inscritos en las escuelas en el 2016, cuando comenzó el éxodo. Los padres dicen que quieren que sus hijos completen el año escolar aunque sea desde sus casas, pero la realidad es que muchas familias no tienen acceso a la internet ni a teléfonos celulares.
Administradores de la Escuela Fe y Alegría del barrio capitalino de Las Mayas dicen que se han podido conectar con hasta el 90% de sus alumnos, a los que envían tareas a través de aplicaciones como Facebook y WhatsApp. Pero muchos padres tienen que pedir prestados teléfonos a sus vecinos para recibir los deberes.
Casi 17 millones de venezolanos tienen acceso a la internet, según Conatel, la agencia reguladora de las telecomunicaciones en Venezuela. Sin embargo, más de la mitad de las residencias dice que la conexión con la internet se cae todos los días, de acuerdo con un informe del Observatorio Venezolano de Servicios Púbicos de diciembre.
Para los estudiantes que no pueden conectarse, la escuela instaló cajas de cartón en la cafetería donde los padres pueden dejar las tareas de sus hijos. Los maestros las corrigen y las colocan en cuadernos con tareas para otras dos semanas.
En otra escuela cercana, la Dr. Guillermo Delgado Palacios, algunos padres copian a mano las tareas para sus hijos, que están pegadas en una cartelera y se cambian semanalmente.
La maestra Elizabeth Franco, con guantes elásticos y un tapabocas en su aula vacía, dijo que no dispone de la tecnología para recibir las tareas de sus alumnos y que apela a ese recurso para poder completar el año escolar.
Los padres dicen que es todo muy complicado, el precio a pagar en estos tiempos duros.
Figueroa tiene un niño de dos años, mellizos de 11 y un varón de 13. Los cría sola ya que su marido emigró en busca de trabajo.
“Imagínate, yo sola con cuatro hijos”, comentó. “No puedo con tanto”.