La vejez trae consigo complicaciones inexorables, pero en Venezuela a esa lista se le agregan unas cuantas más debido a la irresponsabilidad del Estado en lo que respecta el garantizar salud y bienestar social a las personas de la tercera edad.
Luna Perdomo | María de los Ángeles Graterol / Tal Cual
La organización no gubernamental Convite, defensora de derechos humanos, lleva más de cinco años alertando sobre la difícil situación que atraviesan las personas mayores en el país. Recientemente, en medio de la pandemia por el coronavirus, la ONG realizó una investigación para conocer las necesidades humanitarias de esta población.
Luis Francisco Cabezas, director de la organización no gubernamental Convite, detalló que este estudio arrojó que en Venezuela “tres de cada cinco adultos mayores se acuesta regularmente con hambre, uno de cada diez se acuesta todos los días con hambre y 23% de las personas mayores viven solas”, resume.
Con la llegada de la covid-19 a Venezuela en marzo de este año y las medidas obligatorias de cuarentena para prevenir el contagio de la enfermedad, la situación de las personas mayores empeoró: en su mayoría estos se recogieron en sus casas y el hambre tomó más terreno.
Hernán Salinas, un buhonero de 70 años de edad que trabaja en Catia, cumplió la cuarentena estricta por la pandemia desde marzo hasta mayo. En tres meses, este hombre se las ingenió para sobrevivir con una pensión de 400.000 bolívares (menos de un dólar mensual) y los bonos que otorga la administración de Nicolás Maduro a través del carnet de la patria. Sumando todo esto no llegaba a $3 mensuales.
A pesar de que en el mes de junio comenzaron a repuntar los casos de coronavirus en el país, el hambre y la falta de dinero atemorizaron más a Hernán y lo empujaron a salir a la calle a continuar con la venta de libros en una acera.
Este buhonero de 70 años vive alquilado en un cuarto de pensión en la carretera vieja Caracas-La Guaira, mensualmente debe cancelar cinco dólares, pero pocas veces alcanza a pagarlo porque no tiene forma de reunir el monto. Agradece la consideración que le tienen y que no lo hayan botado del lugar.
A Hernán Salinas le parece que la renta que está pagando es muy cara porque la plata no le alcanza. Para este señor, hacer 800.000 bolívares semanales es un milagro y cuando lo logra, aprovecha para comprar “salado” (proteínas) para acompañar los carbohidratos que trae la bolsa CLAP.
“Pasé unos meses rudos. Me daba miedo salir, pero después me dio más miedo morirme de hambre y volví para acá”, resume Hernán mientras recoge los libros y las bolsas que tenía expuestos en la calle, porque funcionarios de la Guardia Nacional lo corrían del lugar por incumplir las medidas de confinamiento. Para el momento en que fue consultado, el país estaba en semana de cuarentena radical.
Entre pasajes para ir a vender libros usados y devolverse a su habitación a Hernán se le va la pensión, pues en ida y vuelta invierte Bs 60.000 diarios; razón por la que siempre se debate entre “comprar un pedazo de mortadela, que es el salado que yo puedo comprar, porque ya ni pollo, o venir a trabajar. Es como estar entre la espada y la pared porque si no trabajo no como, pero ¿Cómo vengo a trabajar si ya no tengo pasaje?”, se interroga.
Rehenes del CLAP
Luis Francisco Cabezas reitera que los adultos mayores mayores en Venezuela “son el eslabón más frágil de la emergencia humanitaria compleja que estamos viviendo”. Añade que “son quienes tienen todas las de perder, sobre todo, en una sociedad que además discrimina por razones de edad. Son los invisibles de esta emergencia”, puntualiza.
Hernán Salinas dedicó su juventud a la enfermería, pero cuando las secuelas de los años empezaron a hacerse notorias, lo despidieron. Ahora es parte de los 4,9 millones de pensionados que reciben un monto que no les garantiza la comida ni para un par de días, pues sigue sin alcanzar el dólar mensual.
Hernán es uno de esos tres de cada cinco adultos mayores que Convite asegura que no pueden costear su alimentación y que regularmente se acuestan con hambre. Confiesa que antes de la pandemia no comía correctamente, pero asegura que después de las medidas de confinamiento le “costó más llenar la tripa”.
“A veces no puedo comer nada, cuando no llega la bolsa, por ejemplo. Ahorita estoy comiendo dos veces al día. Cuando puedo desayuno algo bien fuerte que me aguante todo el día, una arepa rellena con espinaca; ese es mi salado. Y en la cena, otra arepa más”, describe.
Ya en el mes de agosto, Convite advertía que habían logrado determinar que “seis de cada tres encuestados manifestaron que solo perciben comida del Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP), situación preocupante porque son rehenes de la caja y están en un contundente riesgo alimentario”, explicaba en ese entonces Francelina Ruiz, directora de proyectos de la ONG.
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