La renuncia de Julio Borges es una demostración más de la descomposición que muestra lamentablemente la oposición venezolana.
Borges, el político que se desempeñó como ministro de Relaciones Exteriores del gobierno interino de Venezuela, pone distancia con duras críticas al gobierno interino de Juan Guaidó. Ahora, con su salida, comienza otro capítulo de la novela de la oposición venezolana, a la que le sobra el drama, porque sus dirigentes perdieron los objetivos en el camino, pero han incrementado sus intereses partidistas y ambiciones económicas.
En medio de una creciente división en la oposición venezolana lo que se discute actualmente es el fin del “interinato”, como si el origen de esta figura fuera la creatividad de algún escritor de ficción. Pareciera que se olvidaron de que la justificación de la presidencia de Juan Guaidó la tomaron de la propia Constitución, y si ahora lo niegan, es que niegan la carta magna. Ese sería el razonamiento lógico.
¿Se ha desviado del objetivo? Eso sí no se lo puede discutir nadie, pues todavía está fresco en la memoria el discurso del presidente de la Asamblea Nacional de 2015: “Cese de la usurpación”. En eso Borges tiene razón, pues al perderse en el caos que ha creado el gobierno chavista (con mucho éxito), se perdió la brújula sobre el papel de esta instancia legítima, que era convertirse en el instrumento para alcanzar esta meta tan ansiada.
El asunto es que ahora el interinato es una especie de entelequia gestada por Leopoldo López a la que no se le ve el rumbo. Está inmóvil, engordando cada día en escándalos y al final queda solo de adorno, como un simple depósito de todas las desilusiones de los venezolanos.
Pero lo que no se puede entender es por qué el comisionado de exteriores del interinato de buenas a primeras sale con este tipo de declaraciones, después de tanto tiempo representando fuera a un régimen en el cual no creía y además participando en el reparto de cuotas de poder. En general, la oposición pareciera no tener sentido del ridículo. Se deja llevar por las ansias de figuración, ese es su gran problema. Robar cámara, llamar la atención, pareciera ser el norte de todos. Los partidos que la componen no parecen entender eso de que los trapos sucios se lavan en casa. Para eso es que deben conversar y reunirse.
Si hay que hacer ajustes, si hay que redefinir el rumbo, y lo que es más importante, si todos tienen el mismo objetivo (acabar con la usurpación) ¿por qué prefieren tirarse piedras en público si saben que todos tienen techos de vidrio? ¿No saben que los partidos serios, las coaliciones, discuten las normales diferencias en privado y luego dan un frente coherente hacia el país?
Todo este espectáculo de Borges contra Guaidó, Guaidó contra Henrique Capriles, Capriles contra Leopoldo López, López contra María Corina Machado, lo que evidencia es que no comparten el objetivo de sacar a Venezuela de la tragedia, sino el de procurar su propio protagonismo. Y eso no es un invento que aquí se escribe, ¡es lo que percibe la gente!
Y así, ¿qué credibilidad, qué capacidad de convocatoria, qué respaldo pueden tener?
La ciudadanía lo que espera es que se pongan de acuerdo para vencer la dictadura de Maduro, no que se presten a esquemas de cohabitación, mientras la diáspora se ensancha y dentro de Venezuela se agudizan las dificultades.
La ciudadanía está incómoda cuando se percata de que en vez de combatir la corrupción del régimen madurista, un grupo de directivos de partidos se enredan en las corruptelas de Monómeros y mantienen como un secreto bien guardado la rendición de cuentas respecto de los millones de dólares asignados a Venezuela con la idea de paliar la catástrofe humanitaria.