La invasión de Ucrania por tropas rusas cumple un año este 24 de febrero. Un acontecimiento que ha estremecido al mundo, en particular a Europa en cuyo territorio no se libraba un conflicto de este tipo desde 1945, al finalizar la II Guerra Mundial, y al que tampoco, aunque sea de rebote, Venezuela ha sido ajena.
La extraordinaria y heroica resistencia y respuesta ucraniana, con su presidente Volodimir Zelenski a la cabeza, convertido en un personaje de la escena mundial, junto con el apoyo de Estados Unidos, Reino Unido y, aunque con más lentitud, de otras naciones europeas, ha colocado la guerra en esta etapa de equilibrio que desalienta un final cercano, con su costo terrible de vidas y destrucción.
El desarrollo de la guerra plantea el desafío estratégico de reconstruir el orden internacional, consolidar una Europa unida, en democracia y con una OTAN revitalizada, ha señalado Héctor Schamis, profesor adjunto en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown. Pero para eso, dice, hay una condición necesaria: «La victoria de Ucrania».
El mundo está en vilo ante la amenaza de Vladimir Putin del uso de armas nucleares, si estima que hay un escalamiento del conflicto y una cercanía mayor de la OTAN a su territorio que ya es, de alguna forma, un hecho. Y no parece dar marcha atrás en los propósitos de la «operación especial» para la «desnazificación» de Ucrania, que ordenó desplegar hace un año.
El jefe del Kremlin, que prometió una victoria rápida que no ha sido alcanzada, convirtió la víspera del aniversario de la invasión en una celebración, al reunir más de 200.000 personas -según el Ministerio del Interior ruso- en el estadio Luzhniki de Moscú.
Putin apeló a la fibra íntima de la gente convocada para un concierto de música y fuegos artificiales: los de verdad ocurren a miles de kilómetros de distancia y con alto saldo de víctimas también para el invasor. «Hay gente que decide por sí misma defender lo más sagrado y querido que tenemos: la familia y la patria», dijo Putin.
La guerra es el fracaso del entendimiento y del diálogo. La expresión de la fragilidad de ese orden internacional por el cual, sobre el papel, se rigen las naciones del mundo. «Pulseadas de grandes ligas -como dijo muy pronto en las páginas de El Nacional el profesor de Derecho y Política Internacional Adolfo Salgueiro- en la que los pollinos solamente miran».
Un “pollino” muy distante es el régimen venezolano que prometió, desde la seguridad del Palacio de Miraflores, todo su apoyo a la causa rusa, cuyo acercamiento se inició en 2005 con la firma de acuerdos militares de los que, como tantas otras cosas, poco o nada se sabe. El régimen celebra el petróleo revalorizado, aunque se las ve y se las desea para aumentar la producción y atisba también un ablandamiento de las sanciones internacionales.
El que sale magullado es el librito azul de la Constitución tantas veces blandido en cuyo artículo uno -como para que no se olvide- se señala como uno de los valores de la república la paz internacional, junto con la libertad, la igualdad y la justicia. Ni uno, ni otros