Manuel Malaver: Cuba y Venezuela como fichas de la guerra Rusia-Ucrania

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No se han conocido pronunciamientos importantes de los gobiernos de Cuba y Venezuela sobre la guerra rusoucraniana.

Tampoco gestos o actividades de los países vanguardia del “Socialismo del Siglo XXI” en América Latina que testimonien que una posición “Patria o Muerte” es la consigna de los dos aliados más importantes de Putin en la región.

Al contrario, si la prudencia pudiera interpretarse como una suerte de neutralidad, podría decirse que los países que recibieron el legado de Fidel Castro y Hugo Chávez juegan a que una suerte de “acuerdo” surga de las negociaciones Zelensky-Putin para zafarse del enredo sin más costos.

Pero esas no son las señales de las reuniones de los dos jefes de Estado más notariados del mundo actual, donde los avances -si existen-son lentísimos, mientras el ruido de los combates y el llanto por los muertos y heridos se mantienen, si bien pueden bajar de volumen por momentos.

Las razones para explicar la “neutralidad” o “prudencia” de los socios más arrogantes del zar Putin en la región, podrían venir por el hecho, de que la guerra los sorprendió en momentos en que vientos a favor de “moderar” los modelos se sentían en uno y otro y revirar hacia la “radicalidad” en tal contexto podría significar azuzar desequilibrios que nadie sabe donde podrían conducir.

El caso más comprometido podría ser el de Venezuela, donde la facción que encabeza el presidente de la República, Maduro, trabaja desde mediados del año pasado en un reacercamiento con el presidente, Joe Biden, al cual juzgan en la mejor disposición para que los países hijos de Washington y Bolívar vuelvan a ser los amigos de siempre.

De hecho Maduro, su gobierno y su partido, el PSUV, apoyaron abiertamente la candidatura de Biden en las pasadas elecciones presidenciales norteamericanas y opositores venezolanos exilados en EEUU no tienen empacho en admitir que trabajan para que las relaciones entre las dos administraciones se normalicen.

Son, por lo general, políticos que hacen militancia en el partido Demócrata de EEUU y ocupan posiciones importantes en su organización o economistas funcionarios del Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional, furiosamente partidarios de que los dos gobiernos líderes por casi 70 años en la producción de petróleo de la región vuelvan a unir voluntades.

Precisamente la férrea amistad que desde los comienzos del gobierno de Chávez se transó con el de Putin y la circunstancia de que en los actuales momentos el ruso se haya convertido en el enemigo No 1 de las democracias occidentales, le abrían un espacio a un posible reacercamiento entre Biden y Maduro y hace un mes se presentó en Caracas una comisión presuntamente interesada en discutir con Maduro asuntos bilaterales, pero los resultados no se conocieron más allá de las especulaciones y según declaraciones de la Jefe del Comando Sur, general, Laura Richardson: “Maduro continúa siendo un aliado incondicional del narcotráfico y un promotor del miitarismo y el terrorismo”.

De modo que, sin que pueda decirse que la confrontación entre los dos gobierno llegó a los años de Trump, si puede afirmarse que la administración Demócrata no ha cambiado de política con relación a Maduro y esta situación no alimenta ningún sesgo que explique porque el madurismo se ha mostrado tan “tibio” a la hora de ofrecerle apoyo a un aliado tan firme y cercano como el de Putin.

En cuanto a la situación cubana, es evidente que en tanto no suceda la transición que se espera ocurra después de la salida de Raúl Castro del poder (y de este mundo), el presidente Díaz Canel se mantendrá en la espectativa que un replanteo de los acuerdos que en el 2016 se firmaron con el expresidente, Barack Omaba, pueda significar otro intento de reconciliación con su vecino del Norte, trayendo algún bienestar para la isla que sin las remesas ni los viajes de la emigración miamera, continuará en la agonía económica y política que fue decisiva para las revueltas de julio pasado.

De ahí que, derrumbar el puente que conduce a una reconciliación con Washington por una guerra que se desencadena en un extremo de Europa del Norte, es poco menos que suicida y Díaz Canel, no hasta que Raúl Castro desaparezca tanto política, como física de este mundo, sostendrá sus relaciones con Putin, pero sin que Biden lo ratifique como miembro de la lista que EEUU debe inevitablemente forzar a que suelte por cualquier medio las riendas del país de Martí.

No debe olvidarse, sin embargo, que la dictadura cubana cuenta con robustas simpatías en el ala radical del partido Demócrata y de la administración Biden, que figuras como el expresidente Barack Omaba y la exSecretaria de Estado, Hilary Clinton, siempre abogarán por una reconciliación y ello encienden las esperanzas de Diez Canel y su pandilla y el terror de la oposición cubana que piensa que solo una confrontación fuerte llegada del Norte puede acabar con una dictadura que ya va para los 70 años.

Ello explica que en el Senado, como en los medios y las redes sociales de los EEUU, no dejan de oirse las alarmas de congresantes republicanos como Marco Rubio, Mario Díaz Balart y María Elvira Salazar, condenando cualquier acercamiento de Biden con el gobierno de Díez Canel, y promoviendo endurecer la línea contra unos gobernantes que se burlaron de los Acuerdos firmados con Omaba y más bien arreciaron la represión contra quienes luchaban por el derrocamiento de la dictadura y el regreso de la democracia a la isla.

Es una ventaja con la que no cuenta la democracia venezolana, la cual, sin diputados en el Senado, ni en la Cámara de Representantes, ni en el Gabinete Ejecutivo de la Administración Biden, no tiene medios de presión para evitar que desde Washington se instrumenten políticas que graven la situación ya insostenible de los venezolanos.

Por el contrario, Maduro a través de una plataforma que llaman el “Grupo de Boston” lleva a cabo un poderoso lobby que con una frecuencia más copiosa que la deseada, aparece de repente con la iniciativa de convencer a Biden de enviar una misión de alto nivel a Caracas aparentemente para llevar a cabo una iniciativa de “reconciliación”que no concluyó en nada.

Porque no era nada, sino la herramienta que utilizaron los lobbistas para justificar un contrato que pasa de los 20 millones de dólares.

Lo cual no quiere decir que la causa de la democracia venezolana este desamparada en las estructuras de poder en los EEUU, pues profesionales venezolanos de alto nivel que trabajan, por ejemplo, en la “Open Society”, usan la influencia del presidente y financista de la organización, Georges Soros, para abogar por la causa de los venezolanos en la propia “Oficina Oval”.

Hay que aclarar, sin embargo, que no todos estos “influencers”, trabajen para la causa cubana o venezolana, son partidiarios de un derrocamiento por la fuerza de las dos dictaduras caribeñas, sino más bien de acuerdos de cohabitación o coexistencia donde los gobiernos autoritarios toleren estas mayorías o minorías que pueden sobrevivir en su caldo, pero sin proponerse desplazarlas del poder por la fuerza, ni hacerles una oposición que llame al uso de la violencia.

Este ambiente se percibe sobre todo en Venezuela, donde Maduro le ha cedido espacio a los “capitalistas” que se portan bien y las clases medias que se nutren de dólares que llegan vía las remesas, o de ahorros salvaguardos en tiempos mejores, pueden brindarse la ilusión de que el régimen y una compra de 500 dólares en un bodegón del este de Caracas, bien valen una misa.

En definitiva, que compleja la situación de los dos países más radicales del “Socialismo del Siglo XXI” en América Latina e incierta, pues de prolongarse la guerra Rusia-Ucrania, uno de los dos bloques de poder en que tiende a dividirse el mundo puede llegar el día que les toquen la puerta para participarles que tienen que definirse.