El aliento fétido
Enmudezco, ya es imborrable el daño y probablemente incurable. Estamos extraviados en una noche larga sin estrellas ni luna. A lo lejos se nota el país ardiendo, se siente el calor, se escuchan los gritos de agonía. Un hombre es linchado, lo queman vivo, se carboniza ante el repaso impávido de los transeúntes. Nada pasa. La noche venezolana es aguda. No vemos, estamos ciegos.
Ardemos unos y otros, la boca nos sabe a hiel, el aliento es fétido. También estamos mudos, ciegos y mudos. Las palabras se quiebran. Vivimos rotos, despedazados.
Es el infierno.
La mujer sodomizada
4 de febrero de 1992, Hugo Chávez dispara acertadamente a la cabeza del pueblo venezolano, que se tiende, que muerde el polvo, que riega su sangre en la madre tierra. Su mirada –la del pueblo– se apaga, el último alarido duró un instante, el pavor petrificó su cuerpo y lo heló. Está yerto, el pueblo venezolano yace yerto en el aire de nuestra memoria desde ese día. Los hijos del pueblo, ya huérfanos ya desnutridos ya desahuciados, serán despreciados en cajas de cartón. La vida no vale nada.
Se escuchan lamentos, entendemos que se trata de la juventud encarcelada y torturada. Las mujeres son sodomizadas. Los chavistas desde el púlpito sonríen, incluso bailan, están satisfechos.
Es el infierno.
El suplicio de Susana
No fue la Beatriz de Dante, fue Susana de México quien pronunció el suplicio: “¡Venezuela ha sido ultrajada! Han matado a sus hijos. Le han robado su nombre. En la basura ya no queda con qué llenar el hambre…, hambre de justicia”. Y ella no ha visto a los niños raquíticos, tampoco a los que arden por dentro y fallecen sin medicina. Ella no vio al niño asesinado con un disparo en la frente, tampoco al soñador lanzado desde un décimo piso.
Susana no ha visto la crueldad, no ha escuchado los alaridos, no ha participado en la masacre unánime, sólo la intuye. Su sensibilidad es universal, por eso entiende.
Es el infierno.
Sólo cuencas sangrientas y huecas
A la bella niña venezolana, el chavismo le disparó en la cabeza una bala cegadora, murió; al niño por su coraje verbal le estallaron el corazón con una bomba, murió; a la joven activista social por urgir justicia el chavismo le salpicó el rostro de perdigones, murió; al irreverente estudiante por retar la crueldad le condecoraron el pecho con 14 puñaladas, murió; al idealista de la libertad por su rebeldía lo fusilaron de realidad y con una bazuca lo crujieron en pedazos, murió.
Al hijo de la pobreza por salvaguardar a su madre y pedir agua, le rociaron con proyectiles la mirada hasta la ceguera. Sólo cuencas sangrientas y huecas dejó el chavismo en la cara de Venezuela.
Es el infierno.
El ansiado mendrugo: la libertad
Veo al venezolano alimentarse de la última miseria, lo veo enfermo en la ciudad del desconcierto y huir de sí mismo hacia cualquier parte, lo veo errar por las agrestes cordilleras andinas y dejarse morder por un frío desconocido buscando un mendrugo de libertad. Lo veo llorar mientras –limosnero– en las plazas de América Latina estira la mano urgiendo al menos una mirada compasiva o alguna sobra de misericordia y comprensión. No la obtiene.
Recibe burlas, afrentas, humillaciones, hasta le escupen, lo empujan fuera de la puerta de su tiempo histórico. El venezolano obtiene asco, repugnancia, desprecio en el destierro
Es el infierno, nuestro infierno.
El aliento fétido
Enmudezco, ya es imborrable el daño y probablemente incurable. Estamos extraviados en una noche larga sin estrellas ni luna. A lo lejos se nota el país ardiendo, se siente el calor, se escuchan los gritos de agonía…