La industria venezolana difiere de la opinión generalizada que se ha extendido sobre una economía que ha mejorado en los últimos años, puesto que más allá de los restaurantes y bodegones en Caracas, fuera de las importaciones y el comercio, la producción industrial sigue por los suelos y la esperanza de recuperación requiere de políticas asertivas que el oficialismo no parece estar dispuesto a tomar
Brian Contreras| TalCual
Recorrer el este de Caracas es encontrarse cara a cara con el realismo mágico abordado por autores como Gabriel García Márquez, uno más moderno y menos fantástico, pero igual de disonante al compararlo con la realidad.
En esta zona pueden apreciarse construcciones en cada cuadra, la apertura de nuevos locales cada semana, autos de lujo que resuenan sus estridentes motores en la vía, celebración de conciertos de artistas con reputación internacional, salas de casino repletas, ferias de foodtrucks y en general, una economía que se mueve como cualquier distrito con una doctrina agresivamente capitalista.
Estos elementos no deberían ser atípicos en las zonas comerciales de cualquier otro país, pero en el caso de Venezuela es diferente. Después de todo, en una nación sometida a una contracción económica de casi una década y con un Gobierno que criminalizó el enriquecimiento y el capitalismo, esta actividad económica compone un retrato de compleja asimilación.
Gracias a estos pequeños resquicios de crecimiento y progreso económico, la narrativa en torno a la recuperación del país ha empezado a cobrar forma. La frase «Venezuela se arregló» es tomada a chiste por algunos y por otros como una conveniente realidad.
El oficialismo no perdió tiempo. Se plegó a esta narrativa con un discurso que parecería impulsado, otrora, por la oposición al gobierno de Hugo Chávez, quien condenaba estas prácticas «capitalistas».
El chavismo mutó de un Chávez que ordenó el cierre de casinos y la prohibición de transmisiones hípicas, que expropió industrias y antagonizó a empresarios, a un Maduro que recibe con los brazos abiertos los juegos de envite y azar, devuelve empresas expropiadas y se reúne con gremios empresariales.
Frotándose las manos, Maduro y demás voceros del nuevo chavismo —ese que celebra el capitalismo— entonan con vehemencia el eslogan: «Venezuela se está arreglando». Argumentan que los emigrantes empiezan a regresar e incluso se atribuyen la responsabilidad de este resurgir económico, omitiendo diminutos detalles como su participación en la contracción económica o la realidad fuera de esta burbuja de crecimiento en el este de Caracas.
Es así como representantes del oficialismo como el contralor general designado por la ilegítima asamblea constituyente, Elvis Amoroso, hablan de un proceso de «ingeniería financiera» aplicado por el chavismo que habría logrado «reponer la estabilidad» del país.
Pero fuera del discurso político del chavismo, el eslogan se torna polarizador y desata acaloradas discusiones sobre la realidad de Venezuela y la naturaleza de este aparente resurgir económico.
Al trasladar el debate a redes sociales, las opiniones son diversas. Para algunos, la calidad de vida mejoró frente a las condiciones de 2015 hasta 2018, los años de la escasez generalizada, el «bachaqueo» y las interminables colas para adquirir productos básicos.
Otros señalan la realidad que se vive en el interior del país, con servicios como la electricidad más deteriorados que nunca o la red hospitalaria totalmente deprimida e incapaz de atender enfermedades.