Constelaciones familiares, biodecodificación, y meditación: ¿qué hacemos cuando el pasado duele?

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Bajo la propuesta de bienestar, el mundo editorial ya no se ciñe a la autoayuda sino que se vuelca a disciplinas que conquistan público a través de ejercicios prácticos. “Entrá en crisis” y “Sanar la herida” son ejemplos. Sus autoras aseguran que no reemplazan tratamientos médicos o psicológicos; los complementan.
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Graciela Gioberchio – Infobae

El catálogo de novedades de las casas editoriales se nutre de nuevas aristas con temáticas que no solo se ciñen a la autoayuda sino también a sanar vínculos, liberar trabas emocionales, encontrarse con uno mismo, en definitiva, a la salud mental, ese bien tan preciado en un mundo cada vez más incierto y hostil.

Las dos últimas novedades editoriales que invitan a desarmar la pesada mochila del ayer son los libros Entrá en crisis, de la escritora, puericultora y tanatóloga rosarina Violeta Vazquez, editado por Planeta; y Sanar la herida, de la coach espiritual y especialista en codificación Claudia Luchetti, publicado por Grijalbo.

Estas propuestas de lectura aparecen en un contexto particularmente difícil para los seres humanos: crisis pospandemia, conflictos bélicos, inestabilidad económica, malestar social, estrés, angustia. “Estamos atravesando crisis personales, sociales, climáticas, económicas y universales. Se nos superpusieron todas las escenas temidas: muerte, pobreza, guerra, aislamiento, desamparo, enfermedad”, resume Vazquez a Infobae Leamos.

“No tenemos las suficientes herramientas ni rituales para afrontar la obscenidad de la vida actual. Sin embargo, la vida, por sus dinamismos y sus duelos, nos pone de cara a las crisis personales varias veces en la vida, en cualquier momento de la historia”, continúa la directora de la Escuela de formación profesional integral en Puericultura y Crianza (PyC) y creadora del método BioRizoma, que teje la biodecodificación con otras disciplinas como la psicogenealogía, la programación neurolingüística, las constelaciones familiares, la Gestalt, el chamanismo, la bioenergética y la psicomagia.

En diálogo con Infobae Leamos, Luchetti reflexiona: “Si planteamos a la crisis como un proceso desencadenante de crecimiento y evolución, todas las circunstancias que atravesamos confluyen en un replanteo de nuestro ser humano y de nuestra participación en ellas. El modo en el que enfrentamos lo que está, lo que está sucediendo, habla de nosotros y de nuestro estado”.

“Todo aquello que nos interpela, que nos arrebata la tranquilidad, que nos duele, es en sí misma una semilla de transformación, es una necesidad de dar el paso creador de nuevas realidades que comienzan en el interior de cada ser humano”, agrega la decodificadora e investigadora sobre neurociencia, kabbalah y el poder de la palabra escrita de los nombres.

Para que entre algo nuevo hay que sentir que todo se mueve
-¿Por qué es relevante entrar en crisis? ¿Qué beneficios nos da?

Vázquez: –Los dinamismos y los duelos de la vida nos ponen de cara a las crisis personales varias veces en la vida, en cualquier momento de la historia. Me pregunto: ¿Es posible incluir en tu vida un amor, un hijo, una profesión, una pérdida, un viaje, una enfermedad… sin entrar en crisis? ¿Es posible hacerlo sin que primero no sepas ni dónde estás ni qué querés ni cómo vas a lograrlo? Todo desafío es el desafío de incluir, de hacer de lo de afuera una tierra conocida. Imposible sin entrar en crisis. Estar en crisis o en transición (al borde de una cornisa, casi afuera de un vínculo o por tomar una gran decisión y sin poder saltar al vacío) es una posición válida. Sí, estar en el límite, en ese no lugar, también es un lugar. Sin crisis no hay posibilidad de mover nada, todo se repite sin descanso. Creo que entramos en crisis para incluir. Para incluir una nueva versión nuestra y del mundo. Para incluir el error. Para incluir el síntoma como un logro. Para incluir el árbol genealógico con todas sus sombras. Para incluir otras narrativas sobre nuestra historia y sobre la realidad. Para incluir una posición de humildad y de aceptación que nos permita dejar de huir del dolor, porque evitar el dolor siempre lo multiplica.

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La propuesta troncal de Entrá en crisis es “hacer actos simbólicos”. ¿Qué son? Son las herramientas del método BioRizoma “para elaborar nuestros síntomas y conflictos”. Explica Vazquez: “Ese jugar puede hacerse de diferentes maneras, podemos meditar, constelar, dibujar, cocinar y hacer actos simbólicos”. Luego, apunta que los actos simbólicos son rituales, que todas las culturas los tienen, todas, y tienen efectos terapéuticos.

La autora resume, entonces, que los actos simbólicos son “las tareas que realizan los consultantes según el síntoma que están trabajando. Lo primero que buscan estas tareas es hacer en el plano simbólico lo que no podemos hacer concretamente. Por ejemplo, podríamos cortar un lazo de tela cuando no nos animamos a cortar una relación que nos daña. Podemos darle un nombre a un hijo que murió antes de nacer”.

Vazquez brinda propuestas para meditar y prefiere usar el verbo resignificar en lugar de sanar “porque sanar es una expectativa idealista que remite a volver: volver a estar bien, a ser bien, a ser sano, íntegro, completo, planchadito y sin arrugas”; y el libro propone ejercitar el músculo de la autohonestidad (“que nada tiene que ver con deberle honestidad o transparencia a otrxs, solo se trata de vos mismx”, aclara) y no autoconocimiento “porque es mentiroso: ¿De qué sirve preguntarnos quién soy? ¿Hay un yo soy posible como respuesta? ¿Uno solo? Inmediatamente después de poder decir Yo soy… ya estamos paradxs en otro lugar, siendo otra cosa”.

Vázquez afirma que el dolor no se supera sino que “se transita” con la ayuda del andamiaje de los ejercicios que propone, entre ellos meditar (despeja: “no necesitas cerrar los ojos, ponerte derecho, prender sahumerios o escuchar mantras. Meditar es bailar cumbia mientras limpiás la casa o cantar cuando manejás”). Así, invita al lector a realizar “un buceo acompañado” y avisa: “Duele, pero despresuriza”.

“Entrá en crisis” (fragmento)
Tengo una militancia declarada sobre la culpa. En principio, la culpa de las madres y de las mujeres en general, pero esa culpa que tanto estudié en relación con la maternidad es una culpa estructural en todos los ámbitos de la vida, tal vez porque crecemos en el mensaje de que no somos suficientes o que hay algo mal en nosotrxs. Es verdad, no somos suficientemente buenos para hacer todo lo que nos gustaría. Hacemos daño, a nosotrxs y también a quienes más queremos. Es cierto, desbordamos, comemos, retamos, gritamos, dormimos, vacacionamos, y todo eso nos hace sentir fatal y en falta.

La culpa nace de un criterio de hacer bien y de ser el bien, en contraposición con hacer mal; la culpa es una garantía de repetición, sirve como un refuerzo a la creencia básica. “Soy mala”, “soy pecadora”, “no sirvo”. Lo que impide la culpa es saber qué te pasa, qué necesitas, por qué estás como estás y, sobre todo, tomar responsabilidad. Responsabilidad significa capacidad de respuesta o responder por, es tomar una situación y amasarla y teniendo en cuenta nuevas variables. Responsabilizarse es hacer. Culpar/se es latigar/se. Culpar nos impide decir, nos obliga al secreto, porque si no, “que van a pensar”; si no, “soy un monstruo”.

La culpa es una de las herramientas más poderosas del sistema hegemónico y dominante para achicarnos, sublevarnos y dejarnos chiquitos sin posibilidad de respuesta a ninguna situación. Muchas veces la culpa es una máscara para no ver ni mostrar que estamos cubriendo una falta de otro. Nos culpamos para que no se note que nos están dañando, que somos las víctimas. La culpa nos enrolla con la anécdota (“dije”, “me dijiste”, “te hice”, “me hiciste”, “vos tendrías”, “yo tendría”, “los dos tendríamos que…”), y la anécdota tapa el origen de los sucesos, que suele ser ese hilo conductor de la propia vida que se manifiesta cada vez que nos sentimos atacadxs o en peligro. Conocerse y amigarse con esta trama, nuestra trama (todos tenemos una o dos tramas o temáticas que nos desafían, botones rojos con los que saltamos, es el principio de lo que llamo autohonestidad).

La autohonestidad es la capacidad de decirnos la verdad ante nuestras acciones y elecciones grandes y chiquitas. Y si estás por adentrarte en lo que viene de este libro, seguramente tenés ganas de entrenar el músculo de la autohonestidad, que nada tiene que ver con deberle honestidad o transparencia a otrxs, solo se trata de vos mismx.

Digo autohonestidad y no autoconocimiento porque el autoconocimiento es mentiroso. ¿De qué sirve preguntarnos “quién soy”? ¿Hay un yo soy posible como respuesta? ¿Uno solo? Inmediatamente después de poder decir “Yo soy…” ya estamos paradxs en otro lugar, siendo otra cosa. Si digo “soy luz” tengo que asumir la oscuridad. Si digo: “Soy líder” tengo que asumir mi rol de conducido. Te propongo preguntas más interesantes como “¿Qué necesito hoy?”, “¿con qué ya no me identifico?”, “¿Qué cosas hago con mucho esfuerzo?”, “¿a qué no estaría dispuesto a renunciar?”, ¿qué cosas me parecen reemplazables?”, “¿qué me da miedo?”, “¿qué cosas carateo para que me quieran?”, “¿cuáles son mis innegociables?”, “¿qué me encantaría poder y no puedo?”.

“Sanar la herida”

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-¿Es posible sanar nuestro pasado?

Luchetti: – La humildad es la que nos permite resignificar el pasado. El entender que la vida es evolutiva nos permite comprender que nosotros tenemos más datos e información que nuestros anteriores por lo cual la aceptación trae compasión y allí radica la confianza para ubicarnos sabiendo que somos nosotros los que podemos con aquello que reclamamos. Elegí utilizar el término sanar porque solamente una herida te detiene en la marcha y genera que te hagas cargo de tu sangre (familia, origen) y sanarla es brindarte el tiempo, la atención, el afecto y la contemplación necesaria para que se una el tejido en una nueva trama. Me gustó unir el concepto a las propiedades del cuerpo físico, mental y emocional.

En Sanar la herida, Luchetti propone “vivir en encuentro con quienes somos, no con lo que pretendemos ser”. ¿Cómo? “Encontrando en nuestras propias grietas, la gran grieta exterior, esa que llega una y otra vez a golpearnos la puerta para que aprendamos a dejar de poner la vida en manos de otros recuperando nuestra potestad”.

La gurú espiritual -que cuenta con más de 100 mil seguidores en sus redes sociales, entre ellos Juliana Awada, la ex Primera Dama-, afirma que “hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestro orden y emancipación personal es el inicio de una alta transformación personal y social”, que “el pasado no se condena, se transforma” y que “para expandirse un árbol requiere de la solidez de sus raíces, por lo cual saber acerca de las raíces sin condenarlas es el principio de la expansión”.

En su libro explica que decodificar “es leer en nuestros datos personales (nombres, apellidos paterno y materno, fecha de nacimiento) el patrón que nos rige emocionalmente, para dejar de ser eso que nos dijeron que fuéramos y ser quienes somos. Es una herramienta de autoconocimiento, una experiencia de revelación a través de las palabras y los números”.

Y con esas técnicas invita al lector a desarmar los códigos alfabéticos y numéricos de los nombres propios y la fecha de nacimiento “para repensar, casi como en un juego, las rígidas estructuras con las que convivimos y transitar el conocimiento de los traumas que marcaron nuestra infancia”, escribe Luchetti.

-¿Qué responden a las posturas que califican a la biodecodificación y a las constelaciones familiares como pseudociencias o terapias sin evidencia científica?

V.V. -Lo que sucede es que tenemos identificada a la ciencia como un dogma, como un saber comprobado y se cierra la cuestión, como una verdad poderosa que rige el mundo, en términos de ley. Esa es la estructura patriarcal, la ley del padre, donde hay una autoridad con jerarquía que pone a los demás a competir por un puesto y mientras tanto someterse a sus violencias y abusos como si fuesen objetos. Lo que quiero es cuestionar la polarización, abrirnos a la tercera posición, al observador. A la posibilidad de que no hay una única manera de resolver las cosas. Tal vez la necesidad de definirnos a favor o en contra de un sistema de pensamiento sea simplemente encontrar un marco de pertenencia para sentirnos seguros. Creo que hay que ser cuestionador de formatos, métodos y formaciones y poner el ojo en quién es la persona que ofrece determinada mirada o herramienta, cómo está formada, cómo trabaja. Luego, cualquier marco teórico puede ser efectivo como acompañamiento terapéutico, si está correctamente enfocado.

C.L.-Creo que las posturas no invalidan a los hechos y que las disciplinas no se abren ni se proponen para competir por lugares, sino para sumarnos a una experiencia de integración y validación de todos los aspectos que confluyen en el ser humano. Jamás evitaría la toma del medicamento que sea necesario ni la intervención que lo fuera. Lo importante es darnos cuenta que todos tenemos que actualizar nuestros datos y en esa tarea se incluye el desprendernos de las comparaciones, las competencias y las lealtades puestas al servicio de la razón, siendo más conscientes de las necesidades primarias de aceptar y revalidar nuestro origen para poder forjar un buen destino. En cuanto a la entrega de recursos para el conocimiento, es importante que cada quien ocupe su lugar. Siempre necesitaremos de científicos e investigadores que aportan los datos que requieren de años de entrega y estudio profundo, como también necesitaremos de cuestiones prácticas que nos hagan reflexionar en lo simple.

“Sanar la herida” (fragmento)
La relación con nosotros mismos sólo puede cambiar si detectamos lo que sucedió en nuestra infancia, quitando los velos de la idealización o la negación, para ver los asuntos que influyen en nuestro valor, en el sistema de defensa, en nuestra fragmentación, en nuestro modo vincular o afectivo. Observar en los acontecimientos de nuestros primeros años de vida, teniendo en cuenta no sólo cómo se desarrollaron los hechos, sino también cuál era el contexto que los enmarcaba. Es decir, ver sin establecer juicio de valor cómo se desarrollaba el sistema familiar, qué estaba sucediendo no solo internamente sino también dentro del sistema social. Qué les sucedía a nuestros padres en lo cotidiano con su profesión, con la economía, con los acontecimientos políticos de la época en la que se desarrollaron los hechos.

El modo desde el cual vamos a contemplar los hechos es fundamental a la hora de establecer o bien un vínculo positivo con la información, para comprender y destrabar juicios e interpretaciones, o un vínculo negativo de resentimiento y de acumulación de negatividad que entorpece el desarrollo personal y nos puede hacer creer que todas las determinaciones tomadas en el pasado fueron en contra del desarrollo de nuestro potencial.

Necesitamos asumir la responsabilidad de interpretar lo vivido desde una óptica adulta, con la capacidad de entender la realidad de nuestros padres, silenciando esas interpretaciones que nos ligan una y otra vez a la negatividad, a la creencia de que todo fue personal, en nuestra contra, restándonos claridad. Esa comprensión nos permite comprometernos con nosotros mismos, generar un estado de disponibilidad para brindarnos ya sin reclamarles a nuestros padres, sin disminuirlos, asumiendo nuestra responsabilidad y crecimiento. Para dejar de ser niños demandantes y convertirnos en la autoridad de nuestra vida.

Cada vez que buscamos el juicio condenatorio sobre las acciones de nuestros padres —sin entender su contexto o sus propias razones—, cada vez que las interpretamos como algo personal, lo que hacemos es, por un lado, instalar una y otra vez un autoconcepto muy bajo de nosotros mismos —como si no fuéramos merecedores de un mejor trato— y, por otro lado, reiterar los mismos supuestos errores que ellos: lo que se resiste persiste en el tiempo. Debemos darnos cuenta de que somos seres humanos atravesados por las circunstancias y que tenemos la oportunidad de reparar lo que consideremos necesario; en autonomía, permitiendo que cada quien dirija su propia evolución. Solo podemos sanar nuestras heridas si cambiamos la forma condenatoria con la que aprendimos a enjuiciar a los otros, y por ende a nosotros mismos.

No se trata de implementar el ejercicio de falsas disculpas. No se trata de expresar de la boca para afuera, sino de modificar en nuestro interior esos modos aprendidos que nos hacen daño.

Quién es Claudia Luchetti
♦ Nació en Buenos Aires en el año 1964.

♦ Se especializó en la decodificación y la lectura de nombres y en el desbloqueo de traumas de infancia como medio para habilitar a las personas a su expansión personal.

♦ Escribió El Camino de la Abundancia y Números: Ciencia del Conocimiento Interior.

Quién es Violeta Vazquez
♦ Nació en Rosario en el año 1985.

♦ Es escritora, puericultora, directora de la Escuela de formación profesional integral en Puericultura y Crianza (PyC), tanatóloga y creadora del método BioRizoma.

♦ Escribió Dar la teta, Basta de repetir la historia familiar, Ser un Salto en el vacío, Leona, Todo lo que soy capaz de (no) decir, Ensambladas, Leche de Madre y Con estos restos.