Las puertas cerradas, Por César Pérez Vivas

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América cierra las puertas a la nación venezolana. Desde Estados Unidos pasando por México, Centro y Suramérica hasta la Patagonia, sus gobiernos han cerrado las puertas a la migración venezolana.

La reciente decisión del gobierno de Joe Biden de deportar a los ciudadanos venezolanos que tocan suelo norteamericano por sus fronteras terrestres constituye un duro revés para miles de nuestros compatriotas que huyen del infierno madurista.

Duele en el alma ver en las redes sociales a miles de ciudadanos venezolanos narrar la tragedia que ha significado ser expulsados a territorio mexicano, sin más pertenencias que el vestido de detenidos que les asignan en los centros de reclusión estadounidenses, conminados a abandonar México en un tiempo perentorio. Hombres, mujeres y niños expulsados y hostigados sin contar con dinero, alimentos y vestido para poder retornar a nuestro país.

El volumen de la migración es tan brutal que ya no hay lugar donde puedan llegar nuestros desesperados compatriotas, que en búsqueda de un destino mejor para su familia decidieron abandonar nuestro territorio. América Latina nunca había vivido un hecho social de la magnitud y características que presenta nuestra población migrante. Los venezolanos nunca habíamos sido un pueblo dado a migrar. Por el contrario en toda nuestra historia habíamos sido un país receptor de migrantes de Europa, América y otras latitudes. La migración fue un fenómeno que contribuyó significativamente a nuestro crecimiento poblacional y a nuestro desarrollo socio económico. Hoy nos hemos convertido en un problema para los vecinos de la región.

En todo el continente americano los gobiernos han ido implementando una política cada vez más rigorosa para restringir nuestro ingreso a sus países. Atrás quedaron los tiempos en los que con nuestra cédula de identidad podíamos viajar por casi toda Suramérica, gracias a nuestra condición de país integrante de la Comunidad Andina de Naciones, de la cual nos retiró sin ninguna justificación sería el extinto teniente coronel Chávez en funciones de Presidente de la República. Atrás quedaron los tiempos en los que podíamos viajar por buena parte del mundo sin visa, o cuando podíamos acceder a la visa de países del primer mundo como Alemania o Estados Unidos, sin mayores dificultades.

La razón por la que hoy los venezolanos seamos una nación rechazada en buena parte del mundo occidental es la existencia en nuestro país de un gobierno autoritario, corrompido e ineficiente. Es la revolución bolivariana la única culpable de esta tragedia. Gracias a sus nefastas políticas los venezolanos nos hundimos en la pobreza más abyecta. Luego de haber dado luchas memorables sin lograr el rescate de la democracia y de la racionalidad en la administración del país, millones de venezolanos desesperanzados, optaron por abandona su territorio. La diáspora ha llegado a niveles jamás vistos en nuestro continente, hasta el punto que en la semana anterior, la ONU ha precisado que ya son 7,1 millones el número de migrantes.

Ni el gobierno de Maduro ni el gobierno interino tienen una política para esa masa tan descomunal de ciudadanos venezolanos. No existen iniciativas diplomáticas para atender a esa población, sobre todo a quienes el mismo informe de Naciones Unidas precisa: “No cuentan con recursos para garantizar su alimentación y no pueden acceder a servicios básicos”, estimados en 4,3 millones de seres humanos.

Una primera gestión es la de solicitar al gobierno de Estados Unidos y a los demás de la región respetar los derechos humanos de nuestros compatriotas, y promover un plan de atención para proceder a ofrecerles alternativas de regreso al territorio nacional. Luego, gestionar un cambio de esa política para lograr que una vez que un venezolano toque suelo estadounidense le sea otorgada la conducción de “refugiado” con todas las condiciones establecidas en el Estatuto de los Refugiados, adoptado en Ginebra, Suiza, el 28 de julio de 1951 por la Conferencia de Plenipotenciarios sobre el Estatuto de los Refugiados y de los Apátridas (Naciones Unidas), convocada por la Asamblea General en su resolución 429 (V), del 14 de diciembre de 1950, la cual entró en vigor el 22 de abril de 1954.

Además de las gestiones diplomáticas, nos corresponde a los dirigentes venezolanos llamar a la reflexión a nuestros compatriotas sobre los graves riesgos que comporta migrar en este tiempo. Solo atravesar la selva panameña del Darién representa exponer la vida. Informarlos sobre las graves limitaciones existentes para ingresar y contar con un status legal que les permita vivir y trabajar en los países vecinos. Ciertamente hemos sufrido todos las consecuencias políticas, sociales y económicas del desastre madurista. Pero es menester insistir en la necesidad de contar con la acción y el voto de esos compatriotas, para expulsar del poder ahora que estamos avanzando hacia las elecciones presidenciales de 2024 a Nicolás Maduro y su nefasta camarilla.

Detener la sangría humana que representa la diaria salida de centenares de ciudadanos hacia otros países, constituye una emergencia y una prioridad de nuestra sociedad. Por tal razón todos debemos hacer el esfuerzo de colocar el torniquete que la detenga, hasta que logremos rescatar la salud institucional, moral, espiritual y material de nuestra amada Venezuela.