Si se le comenta a cualquier economista serio, de cualquier país del mundo, que la única medida que ha mantenido el gobierno chavista para estabilizar el tipo de cambio ha sido inyectar dólares directamente a la banca pensará que es un chiste. Los expertos saben que este tipo de problemas de hiperinflación, déficit fiscal, aumento excesivo del precio de las divisas, requieren de una política articulada que brinde a determinado plazo una solución definitiva a la crisis financiera y no seguir corriendo la arruga.
Pero el 1° de noviembre el Banco Central de Venezuela, a primera hora, entregó a la banca 95 millones de dólares y por eso el precio de la divisa está en 8,59 bolívares. Aunque hay una pequeña diferencia decimal con respecto a la cifra anterior, sigue siendo “estable”. Esta fue la misma cantidad de su intervención la última semana de octubre, que pasó a ser del grupo de meses con más intervenciones, 11 en total, y todas alrededor de este monto, con el cual han obtenido el efecto deseado de amarrar el dólar.
El apuro y la necesidad de mantener la estabilidad es porque esta semana tienen previsto “soltar los millones” de la segunda porción de los aguinaldos a los empleados públicos, que para nada es un monto significativo, porque además de que lo dividieron en cuatro partes, es mucho menos de lo que los trabajadores venezolanos en realidad se merecen. El pago a proveedores del Estado sí debe ser una cuenta elevada que va a exigir liquidez en el mercado o de lo contrario no habrá quien detenga el precio del dólar. Así que esas son las razones por las cuales el BCV sin miramientos sacó la bolsa de billetes.
Están dispuestos a seguir por lo menos lo que resta del año con esta política de intervenciones semanales, que ha posibilitado la factura petrolera a pesar de la baja producción y la dificultad de colocación del crudo venezolano. Quizás Nicolás Maduro desee pasar una Navidad tranquila sin que la gente se queje de la subida del dólar o de la inflación en los meses en los que precisamente se gasta más. Pero a quién queremos engañar, a Superbigote no le importa el padecimiento del pueblo. Él tiene la vida resuelta, la casa adornada; los estrenos para la familia (incluidos los sobrinos) y sus más allegados; el plato navideño: los perniles (en plural), las hallacas, el pan de jamón, la ensalada de gallina. No le va a faltar regalo a nadie de los suyos, lo que le pidan al Niño Jesús, sea muy grande o muy caro. En Miraflores las fiestas están garantizadas.
Pero es obvio que fuera de la casa presidencial no ocurrirá lo mismo porque los aguinaldos que él pretende repartir y el aumento de los bonos de la patria no alcanzarán ni para comida, ni para ropa y mucho menos para medicinas. Lo que desean muchos venezolanos, dentro y fuera del país, es comerse el tan esperado dulcito de lechosa… igual que como otrora lo «disfrutó» Chávez. Ese día, con diálogo o sin diálogo, con primarias o sin primarias, con sanciones o sin sanciones, con más o menos emisoras de radio, ese día llegará.