Las primarias y sus innegociables condiciones, Por Miguel Henrique Otero

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Ya el título de este artículo sugiere la intención de lo que me propongo: en primer lugar, comentar el significado de las primarias y, a continuación, la cuestión de los requisitos para que tengan el valor que los demócratas aspiramos.

El Nacional

Casi desde el inicio del régimen de Chávez, enfrentados a una fuerza que entonces lucía arrolladora e imbatible, los partidos políticos de la oposición democrática comenzaron a ensayar modelos de gestión política basados en la unidad. Esos modelos, que se han expresado en diversas fórmulas organizativas, han significado, en buena medida, un sacrificio en varios sentidos: los partidos y sus líderes han perdido parte o mucha de su personalidad o identidad, para sumarse a una especie de masa indiferenciada para muchos, que hemos llamado “la mesa de la unidad”, “la alternativa democrática”, “la unidad democrática” o simplemente “la oposición”.

Además de lo anterior, que tiene por sí mismo un costo altísimo para cualquier político, las “unidades” han pagado el precio que es inevitable, característico de cualquier asamblea: ausencia de jerarquías, dificultad para acordar hasta las más obvias y evidentes cuestiones, lentitud en las decisiones, ineficiencia en la acción y más.

Y es que con el asambleísmo ocurren cuatro fenómenos asociados que conviene mencionar. Uno: el compromiso de los participantes en las asambleas con las decisiones que se toman resulta, por lo general, menor que si fuese una decisión exclusiva de un partido. Dos: la responsabilidad de las asambleas se diluye. Especialmente cuando se trata de casos complejos, incluso quienes votaron a favor, se distancian en lo anímico y en lo político de lo votado. Tres: la asamblea, tarde o temprano resulta frustrante para quienes la integran. No la sienten como algo propio. En consecuencia, hablan mal de ella, la critican, la erosionan desde adentro, la aceptan como un mal inevitable, del que conviene salir apenas sea posible. Cuatro: los miembros de las asambleas, por razones políticas y de otra índole, muchas veces se ven obligados a hacer silencio ante hechos indiscutiblemente deleznables.

Estas cuatro cuestiones están claramente retratadas en la debacle del gobierno interino encabezado por Juan Guaidó Márquez, que sobrevivió cuatro años a duras penas, atrapado en el asambleísmo y en el silencio que se impuso ante hechos como los de Monómeros. Así, amarrado de pies y manos, el esperanzador liderazgo que irrumpió ante los venezolanos y ante el mundo, se fue debilitando hasta el punto de que, un mal día, tres de los partidos de la alianza, sin ningún argumento, destruyeron el único recurso institucional con que contaba la oposición democrática, la figura del gobierno interino. Se cumplió así la premisa de la autodestructiva oposición venezolana: si el líder no puedo ser yo, entonces mejor que no haya ninguno.

Y es así que hemos llegado al punto donde nos encontramos hoy: con una sociedad que de forma abrumadora quiere un cambio, pero cuya dirigencia está dispersa, enfrentada consigo misma, debilitada, sin recursos y escasa credibilidad.

Este es el escenario que explica por qué son necesarias, muy necesarias, unas elecciones primarias: para dotar al exhausto cuerpo de los demócratas venezolanos de un liderazgo político que asuma la responsabilidad de conducir la lucha por el cambio. Un liderazgo que sea el producto de una medición real y que aporte una energía al camino que todavía debemos transitar. Con esto quiero decir que las primarias son beneficiosas en lo político y de consecuencias que superan lo estrictamente electoral.

Una vez que se ha fijado el cronograma de las primarias debe definirse la agenda de los asuntos que se deben resolver antes del 22 de octubre, todos relevantes. El primer punto: el proceso debe realizarse sin la intervención del Consejo Nacional Electoral. Esta no es una simple aspiración. Es una condición no negociable. De no ser así, la participación será mínima por el temor fundado en una nueva lista Tascón* (la única contribución del CNE debería ser la actualización del padrón electoral). Segundo: no son aceptables las inhabilitaciones políticas, premisa que debe incluir a los que están en el exilio. Tercero: asociado a lo anterior, todos los presos políticos, militares y civiles deben ser liberados de inmediato. El cuarto punto: el derecho al voto de los que vivimos fuera del país debe ser respetado. Tampoco es negociable. Se trata de un derecho constitucional que debe ser restituido y las primarias son una oportunidad para ello.

Cabe preguntarse si estas cuatro premisas o exigencias o condiciones —lo que prefiera el lector— son inalcanzables o si hay una posibilidad cierta de que los demócratas venezolanos reconquistemos nuestros derechos. Es una pregunta compleja, cuya respuesta dependerá de muchos factores, entre ellos, dos que anotaré al cierre de este artículo: la presión internacional, por una parte, y la movilización de la sociedad, por la otra. Estamos ya en los primeros días de marzo, a menos de 8 meses de la fecha señalada. Que nadie se entregue a la falsa impresión de que hay mucho tiempo por delante. En absoluto. Todas las tareas por delante son exigentes y reclaman de una enorme organización. Por lo tanto, es urgente comenzar a resolver de inmediato.

*“La lista de Tascón” es la base de datos de los ciudadanos venezolanos que durante los años 2003 y 2004 firmaron en apoyo a la destitución de Chávez. Se convirtió en una herramienta de persecución. Miles y miles de las personas que firmaron fueron destituidas de sus trabajos, les negaron sus derechos, se les impidió el libre acceso a hospitales y centros de salud, perdieron beneficios contractuales y se les amenazó y hostigó en reiteradas oportunidades.