El estado físico de gran parte de las escuelas y liceos oficiales da lástima, tal es su nivel de deterioro, de abandono. Sus profesores, muchos de ellos improvisados, tratan de sobrevivir y trabajar con un salario de hambre, nada cónsono con su noble rol de formadores de los venezolanos de mañana. Los estudiantes padecen del mismo mal, indefensos y esforzados en busca de un destino, seguramente malnutridos y sin los instrumentos e incentivos educativos mínimos para su formación. Todo lo cual hace un cuadro dantesco, ejemplo privilegiado de nuestra decadencia nacional, de nuestro sometimiento a una dictadura prolongada, feroz y desalmada.
Ahora bien, al Ministerio de Educación, a su cuestionada y poco iluminada ministra, no se le ocurrió otra cosa para anular las justas protestas de educadores y educandos o sus inevitables ausencias por causa de la miseria generalizada, que utilizar procedimientos del siglo XXI, electrónicos, un QR que le permitirá espiar en la interioridad de las instituciones y tomar medidas represivas para buscar un orden que nunca nacerá del látigo y la brutalidad por tecnificada que sea.
Es más, suena algo curioso el novedoso mecanismo. Nos atreveríamos a apostar que ese ojo misterioso que ve a los pecadores, orwelliano, es producto del reciente viaje presidencial a China, donde se ha llegado a los más sofisticados procedimientos técnicos para fisgonear la conducta de sus ciudadanos y garantizar su adecuación a las severas pautas del partido y su líder. Viajar, se ha dicho de mil maneras, es una señalada manera de ilustrarse, así sea a costa del famélico presupuesto nacional.
Llama la atención que días después de hacer el anuncio del código QR y su finalidad, que generó molestia en los docentes de todo el país, la ministra aseguró que «tergiversaron su declaración», que no dijo lo que dijo…
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Pero de lo que sí estamos seguros es de que de poco valdrá el humillante procedimiento ante las inmensas necesidades de nuestra educación, la incapacidad manifiesta de enfrentarlas por nuestros poco educados gobernantes y, de paso, por las habilidades de nuestros muchachos y maestros, llevados a sus límites, agredidos y humillados, para burlar el siniestro mecanismo represor.