Visita a megacárcel de Bukele: una prisión gris y austera con 12.000 presuntos pandilleros

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Descubre cómo es la vida en la prisión construida por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, para los miembros de las pandillas criminales. En esta prisión, los reclusos viven en celdas comunales para 60 o 70 hombres, donde comparten dos bidones de agua potable para satisfacer su sed.

Una vez dentro de la cárcel, los pandilleros adoptan una estética uniformada: tatuados, afeitados y vistiendo camisetas y pantalones cortos blancos, junto con sandalias tipo Crocs. Se les exige mantener la limpieza y el orden en el lugar. Pasan sus días entre los barrotes de la megacárcel, condenados o esperando juicio, sin poder salir de su celda, salvo para exámenes médicos o sesiones de terapia.

En cuanto al ejercicio, los reclusos deben encontrar un espacio en su celda para correr o hacer abdominales, ya que solo tienen acceso a dos piletas para bañarse, dos inodoros y los bidones de agua potable. Duermen en literas metálicas en filas de cinco, sin sábanas, mantas ni almohadas.

El Centro de Confinamiento del Terrorismo, como se le conoce, es una fortaleza ubicada a 74 kilómetros de San Salvador. Está rodeado por un muro de concreto de más de 11 metros de altura y 2,1 kilómetros de extensión, protegido por alambradas electrificadas. No hay señal telefónica en un radio de dos kilómetros.

El acceso a la prisión está restringido y se requiere pasar por varios controles de seguridad. Los familiares de los reos no tienen permitido el acceso. Los periodistas independientes y afines al gobierno tuvieron la primera visita permitida a las instalaciones, donde fueron recibidos por el director del penal.

Dentro de la prisión, los reclusos tienen prohibido cruzar una línea amarilla que marca un límite a uno o dos metros de cada celda. Tampoco se les permite hablar con los visitantes. A pesar de las condiciones de vida en la cárcel, los reclusos afirman que se les trata bien y tienen comida, aunque no es lo que desearían.

La megaprisión fue construida para albergar a 12.000 miembros de las pandillas Mara Salvatrucha (MS-13), Barrio 18, Sureños y Revolucionarios. Desde su construcción, se ha suspendido una serie de derechos fundamentales para perseguir a estos grupos criminales, incluyendo el derecho de asociación, el acceso a un abogado y el conocimiento de los cargos que motivaron la detención.

El penal ha sido objeto de críticas por parte de organizaciones de derechos humanos debido a posibles violaciones de los derechos humanos y contradicciones con normas internacionales. Las Reglas Nelson Mandela sugieren que las prisiones de régimen cerrado no deben albergar una cantidad tan elevada de reclusos, ya que esto dificulta el tratamiento individualizado de los detenidos.

A pesar de ser una prisión de alta seguridad, la megacárcel carece de programas de reinserción o planes de ocio para los presos. Solo el personal de vigilancia puede hacer uso de los comedores, salas de descanso, gimnasio y juegos de mesa.

En cuanto a la alimentación, los reclusos reciben huevos, tortillas y frijoles en cada comida, con platos y cubiertos desechables. Además, existen celdas de castigo o «de confinamiento» para aquellos que violan las normas de la prisión.

A pesar de las condiciones estrictas de la prisión, algunos reclusos expresan arrepentimiento y esperanza de tener una segunda oportunidad al salir de la cárcel. Sin embargo, reconocen que la vida en la pandilla los llevó a perder todo, incluyendo a sus familias.

La construcción de esta prisión exclusiva para miembros de pandillas fue una promesa del presidente Bukele, quien ha implementado un régimen de excepción para combatir a los grupos criminales en El Salvador. Aunque el gobierno defiende estas medidas como necesarias para garantizar la seguridad, la prisión ha generado controversia a nivel nacional e internacional.