¡NO APLICA A LOS JERARCAS DEL RÉGIMEN! Tratan como animales a quienes esperan resultados de las PCR

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Duerme, come y se pasa horas en un albergue. Ernesto, nombre ficticio de quien decidió contar esta historia, es uno de los casos sospechosos de Covid-19 en Venezuela. No lo dice él. Lo dice el retraso de catorce días que lleva el resultado de su PCR, la prueba de diagnóstico del coronavirus.

Elías Rivas / ND

Hace dos semanas que la encargada de Mundo Sonrisas, el albergue donde está Ernesto, le hizo el examen y hasta ahora no ha tenido respuestas. Tampoco es el único en espera.

Ernesto es testigo en primera fila de la improvisación y la vulnerabilidad de un sistema de salud pública que no cuenta con herramientas para atender a pacientes con algún tipo de patología, menos en un escenario tan incierto y nuevo como la pandemia del coronavirus.

“Me trajo una ambulancia porque di positivo en una prueba rápida. Me metieron en una habitación con otros muchachos, pero no tomaron mis datos ni nada. Me sentía mal. Tenía un poco de fiebre y dolor de cabeza. Al tercer día de estar aquí se me pasó el malestar sin ningún tipo de tratamiento. Hablé con una enfermera y fue que, al día siguiente, habló con el doctor para que me hicieran la historia”, cuenta por teléfono a Noticiero Digital.

El caso de Ernesto está lleno de imprecisiones desde el primer minuto. La planilla de registro ni siquiera tiene el indicador correcto de su temperatura. “El termómetro infrarrojo no sirvió al momento de tomarme la temperatura, así que el médico puso en la historia un número cualquiera».

Al momento de esta conversación, Ernesto afirmó no tener síntomas comunes de Covid-19. El día que llegó con dolor de cabeza y fiebre simplemente lo aislaron en una habitación, la prueba PCR se la hicieron al cuarto día y porque se lo recordó a una de las enfermeras. “No me han dado el resultado pero te puedo asegurar que soy uno de los casos más recientes”.

Venezuela entró en cuarentena el 13 de marzo luego que se reportara el primer caso de Covid-19 en el país. Desde entonces ha ido en ascenso el número de contagiados a más de 8 mil casos confirmados y 75 fallecidos, según fuentes oficialistas.
ImagenEl estado Bolívar ocupa el cuarto lugar entre las entidades con más de 800 casos reportados, según voceros de Nicolás Maduro.

En Mundo Sonrisas Ernesto no es el único en aislamiento. Hay, al menos, unas 40 personas más. El contacto telefónico entre uno de los posibles casos positivos del nuevo coronavirus y Noticiero Digital falló en ocasiones por la bulla de fondo, era el resto del grupo, su compañía en las últimas semanas.

“Hay un señor que lleva 35 días aquí y todavía no le llega su PCR. Pero hay otros que vienen de Santa Elena (Gran Sabana, frontera con Brasil) y entre el tiempo que estuvieron aislados allá y lo que han pasado aquí suman más de 68 días y nada que tienen los resultados”.

Vale recordar que el laboratorio del Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel, en Caracas, es el único centro acreditado para realizar la PCR, siglas en inglés de ‘Reacción en Cadena de la Polimerasa, el test de mayor fiabilidad a nivel mundial.

Las cifras del cuarto reporte de la ONU sobre la situación Covid-19 en el país sostiene que se incrementó la aplicación da la prueba en 600 muestras diarias. Sí, Ernesto y los 40 en Mundo Sonrisas, están dentro de esas estadísticas, pero su caso contradice, o por lo menos pone en duda, los números oficiales de contagio. Nada ha confirmado que él o sus compañeros tengan coronavirus, solo son simples sospechas.

«Yo escuché cuando Maduro dijo en cadena nacional que un joven de tantos años en Caroní había dado positivo y lo tenían aislado.Sé que se refería a mí, pero ¿por qué no dice que di positivo en una prueba rápida, que todavía espero por la PCR y que nos tienen aquí encerrados con el resto sin la debida atención? Ya de una me cuentan como caso confirmado, eso no lo entiendo».

Mundo Sonrisas

Mundo Sonrisas es un centro de rehabilitación integral ubicado en Puerto Ordaz, estado Bolívar. La idea de llevar a cabo este espacio de atención a niños fue de la Fundación Social Bolívar, dirigida en ese entonces (2012) por el gobernador de la entidad, Francisco Rangel Gómez y su esposa Nidia Escobar de Rangel.

Hoy no recibe a niños y en sus pasillos nadie juega. Es la antítesis de un salón lleno de seres humanos comenzando a vivir. Un ala de este centro fue destinado para pacientes sospechosos de Covid-19. Ernesto no solo comparte habitación con tres jóvenes más, sino el papel higiénico, el champú y hasta el jabón de baño que a veces, después de tanto rogar, le entregan en este centro.

“No nos dejan pasar nada. Ningún familiar nos puede traer alimentos o algo de aseo personal, a menos que sea por chanchullos. En estos días se fue el agua por dos días y tuvimos que salir a recoger a un área común del centro y todos se alarmaron. Tanto, que nos pusieron una manguera por la ventana para que recargáramos agua y poder llevar a las habitaciones. Nos tratan como si tuviésemos lepra, ‘allá están los contaminados’, nos dicen”.
ImagenErnesto y sus compañeros se levantan muy temprano, pero no porque tengan una hora obligada para hacerlo, sino por la incomodidad al dormir. Las habitaciones no cuentan con aire acondicionado, mucho menos con ventilador y el calor en Ciudad Guayana apremia.

La alimentación es otro viacrucis. Desayunan normalmente sobre las 10 de la mañana, almuerzan como a las 2 de la tarde y cenan después de las 7 de la noche.

“Nos dan full arepa, casi siempre recalentadas. Arepa en la mañana y en la noche. El almuerzo siempre es 200 gramos de alguna proteína, sobre todo cochino: arroz con cochino, espagueti con cochino, incluso, arepa con cochino. Una vez nos quejamos y nos dieron una especie de chicha. Eso era solo agua y arroz. No tenía leche ni azúcar. Sabía rancia”.

Tanto Ernesto como sus compañeros han tenido que convertir ese espacio en su hogar. Ya se conocen entre ellos. Cuentan anécdotas, le dedican tiempo a la lectura, a veces juegan Ludo y los más privilegiados que cuentan con teléfono celular juegan al Candy Crush. Muchos son repatriados. Regresaron de países del sur a consecuencia del virus y la falta de oportunidades, ellos son quienes tienen más historias para contar.

Eso sí, todos coinciden en que el infierno inicia, una vez llegan a Santa Elena de Uairén, al sur del estado Bolívar, una de las localidades con el mayor número de contagio según datos oficiales.

El más reciente reporte ofrecido por Jorge Rodríguez da cuenta de siete nuevos casos en el municipio Gran Sabana y en los pueblos aledaños, como Tumeremo, encendieron la alerta por un nuevo foco de contagio de más de 40 personas.

La opinión de los repatriados contrasta con lo dicho por Nicolás Maduro, quien en cadena nacional aseguró que a los pacientes de Covid-19 “se les está tratando como reyes”.

“Hoy limpiamos nosotros mismos, porque nadie nos atiende. A veces se acercan algunas de las empleadas a darnos cloroquina o los muchachos del comedor que vienen a traer la comida. Pero nadie nos da instrucciones o nos dice qué hacer. Simplemente no nos dejan salir. Escuché amenazas de la administradora, porque fíjate, qué casualidad que cuando alguien reclama o se porta mal, sale positivo”.

A Ernesto y al resto de sus compañeros le están administrando cloroquina. Él desconoce los efectos que esto pueda tener en su organismo, pero sobre todo, le preocupa cómo pueda afectar esto el embarazo de dos mujeres llegadas de Santa Elena. Ambas reciben por segunda vez este tratamiento.

Al igual que un señor con cáncer de próstata que recibe únicamente paracetamol para el dolor.

“’Se me escapa de las manos’ es lo que siempre nos dicen cada vez que pedimos celeridad en los resultados de la prueba”.

“Nos dicen que siempre damos positivo en las pruebas rápidas porque estamos en el área común. Pero no sé qué pretenden, ¿Qué estemos 21 días encerrados en una habitación sin garantías de cuando nos llegan los resultados?”, se pregunta Ernesto constantemente.

La batalla de salud física no es la única que sortean. Ernesto es joven y agradece tener una estabilidad emocional fortalecida, aunque admite haber pasado momentos de depresión, angustia y miedo. Está encerrado, sin contacto con su familia, nadie les avizora una fecha para salir y la incertidumbre sobre su PCR es el caldo de cultivo para la ansiedad en un paciente sospechoso de coronavirus.

“Los primeros días no salía del cuarto. Siempre estaba leyendo. En mi teléfono tengo un PDF, porque hasta nos cortaron el Wifi. Pero me deprimí mucho, adelgacé. Me he arrepentido mil veces de haber ido a ese módulo a hacerme los exámenes, he pensado hasta en escaparme, pero no quiero que me acusen luego de terrorismo biológico. Entendí que no me queda más remedio que esperar”.

Ernesto se siente resignado y se propuso como meta esperar, con calma, esos veintitantos días en que, supuestamente, puede llegar su resultado del PCR, pero no puede dejar a un lado la indignación de ver cómo tratan a quienes ahora son como su familia.

“Me molesta mucho que ni les pregunten cómo se sienten. N consideran la vida de nadie. A los que vienen de Santa Elena pareciera que los castigaran. Los discriminan todavía más por irse y volver, les dicen: ‘bueno, quién los manda’. Es muy indignante ver a un señor que lleva más de 70 días esperando regresar con su familia y lo tienen aquí pasando coleto; ver cómo hay bolsas, cajas de comida donados por la ONU, Unicef, con sellos y uno comiendo porquería”.

Ernesto nunca pensó vivir esta experiencia, no esperaba ser desatendido ante un problema de salud. Fue solo una fiebre y su determinación de querer evitar contagiar a su familia lo que lo llevó al Módulo de Los Olivos, por voluntad propia a hacerse los exámenes. Más de 10 horas esperando una ambulancia que lo llevaría a ese infierno como él mismo lo describe.

Hoy resignado y con el miedo entre pecho y espalda, lamenta que su país trate esta enfermedad como propaganda política en la que –dice- pareciera que celebran los números de contagios para someter a todo un país a su antojo.

Ernesto anhela abrazar a su mamá, verla como siempre, a diario, y retomar su vida. Ernesto solo cuenta las horas para regresar a casa. Sin saber cuántas serán.
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* Ernesto es el nombre ficticio que se decidió para contar esta historia, pues la fuente real desea mantenerse bajo el anonimato para evitar más retrasos en los resultados de su examen.