Biden, el poder y Venezuela, Por El Nacional

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En el segundo mensaje del Estado de la Unión del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, América Latina no fue un tema y a Venezuela, nuestro país, apenas lo mencionó en una ocasión a la mitad de su discurso al referirse al espinoso asunto de la inmigración, que desde hace unos cuantos años es también nuestro desgarrador asunto. El centro de la intervención de Biden lo ocupó la situación doméstica de su país y en el plano internacional dos referencias: la guerra que Vladimir Putin libra en Ucrania y las advertencias, indirectas y muy directas, a China.

El Nacional

Llama la atención, aunque quizás no estemos para esas sutilezas, el acto en sí mismo en el que el presidente del país más poderoso del mundo presenta a los ciudadanos el balance de su gestión anual. Biden, como antes otros que él, entró al salón del Capitolio ─el que hace apenas dos años en el momento en que se certificaba su victoria electoral fue invadido por huestes alimentadas por el fuego trumpista─ estrechando manos y saludando a representantes y senadores de uno y otro partido mientras se encaminaba a la tribuna para pronunciar su discurso de poco más de una hora de duración. Vestía impecable pero como en un día más de trabajo.

Brevedad y sencillez en una ceremonia nada ceremoniosa que, según registros del año pasado, es muy seguida por los estadounidenses: 38 millones de personas vieron el primer mensaje del Estado de la Unión de Biden. Acostumbrados como estamos a la oropéndola y parafernalia, nuestros mandatarios al sur del río Bravo, con alguna digna excepción, revisten estos actos de una falsa majestuosidad: el pecho cruzado con una banda con los colores de la bandera, una medalla o varias colgando de la solapa, quizás hasta la espada aquella en una urna de cristal. Cuanto más se violan la formalidad y el fondo de las leyes ─y ahí sí está esta Venezuela presente─, mejor se sienten nuestros «próceres» encorsetados y palabreros.

También llama la atención, aunque parezca de ciencia ficción en nuestra Venezuela herida, que las primeras palabras de Biden fueran para saludar ─y darle un apretón de manos─ al recién electo jefe de la mayoría en la Cámara de Representantes, el líder republicano Kevin McCarthy. Aunque el presidente de Estados Unidos suscitó controversia con sus adversarios y no rehuyó y supo torear la polémica, resalta que pudo igualmente arrancar aplausos de unos y otros en varios de los temas que abordó. Hay zonas de conflicto y territorios para el acuerdo, para eso es la política. Una nación no la gobierna ni la ira, ni la prepotencia del poder.

A los 80 años, cumplidos en noviembre, mayor que cualquier otro presidente en la historia de su país, Biden tuvo humor, suscitó momentos de emoción, fue enérgico y probó que aún le queda gasolina en el tanque, y quizás pronto anuncie su aspiración a la reelección ─que en ese país nunca ha sido un trauma─ aun cuando su popularidad está apenas sobre el 40% a pesar del notorio éxito en la creación de empleos y en la reducción de la inflación en los últimos seis meses. No le será fácil, como tampoco lo fue al aspirar a la candidatura demócrata y después derrotar ─por méritos propios y la acción de la sociedad y de las instituciones─ a quien pretendió vulnerar la decisión de los votos: ¿nos suena, verdad?

Sí, América Latina no apareció y Venezuela poco menos, salvo que nos sintamos representados en un par de frases de Biden: “con democracia todo es posible” y “la democracia no es un asunto partidista”. Y una más que repitió hasta una docena de veces: “vamos a terminar el trabajo”. Venezuela merece volver a ser una nación con democracia.