Los españoles en medio de agrias confrontaciones, fueron capaces de acordarse para definir, en la Constitución aprobada en 1978, la monarquía parlamentaria como una forma de gobierno que tiene en el pueblo al verdadero soberano, dejando al monarca solo poderes arbitrales y moderados. Con ese acuerdo fue posible superar todo tipo de tensiones que, por más de dos siglos, mantuvieron monárquicos y republicanos.
Por Antonio Ledezma / El Nacional
Un conflicto lo representaba el choque entre los que defendían el Estado Confesional y otros el Estado Laico. No menos discordia afloró cuando se dispusieron los dialoguistas a remediar las diferencias entre los que defendían el Estado centralizado, el Estado plural y desde otro ángulo los que apuntaban a darle potestades más amplias a las regiones de España. Así lo precisa Alfonso Guerra, en su libro La España en la que creo.
En definitiva, esos líderes fueron capaces de sentarse a conversar, conscientes, de que de esas deliberaciones sacarían algo positivo para sus tendencias, pero que también debían estar prevenidos a la hora de ceder posiciones, como lo hizo Santiago Carrillo, el emblemático líder del Partido Comunista de España, que terminó reconociendo la monarquía, pero en contraprestación se llevó el aval del rey Juan Carlos, de Manuel Fraga y de Adolfo Suárez, dirigentes relacionados con el franquismo, para que su partido terminara siendo legalizado.
En Suráfrica, Nelson Mandela y F. W. De Klerk protagonizaron un histórico diálogo, sin no menos tensiones que las que amenazaban la continuidad de los diálogos españoles que dieron lugar a los Pactos de La Moncloa. Después de intensos debates, ambos líderes acordaron derogar las leyes segregacionistas, liberar a varios políticos negros encarcelados, entre ellos a Nelson Mandela, legalizar el Congreso Nacional Africano (ANC) y dotar al país de una nueva Constitución no racista. Esos protocolos fueron firmados por los líderes de ambos polos opuestos, para seguidamente ser honrados y reconfirmados en elecciones libres y soberanas. Mandela, mientras dialogaba, no dejó de defender su tesis de la no violencia con la que inspiraba una política de transformación cultural que condujera a profundos cambios en la forma de relacionarse los seres humanos. Algo relevante es que después que Mandela asume el poder, su adversario, De Klerk, fue su vicepresidente durante dos años.
En Brasil, gobernó, férreamente, una dictadura militar entre los años 1964 y 1985. Frances Hagopian, profesora de la Universidad de Harvard, en una investigación realizada por Sergio Bitar y Abraham F. Lowenthal y compilada en el ensayo Transiciones democráticas, opina que “durante la mitad de ese período, la oposición siguió pacientemente las normas establecidas por el régimen en una larguísima transición a la democracia”. Para Hagopian esa conducta “fue didáctica en materia de democratización por las estrategias adoptadas, tanto por los autócratas como por los líderes demócratas, decisiones que dieron lugar a una transición pacífica”.
Fue clave para avanzar las fisuras que se produjeron entre las facciones más duras de los militares, eso dio lugar a que el general Ernesto Geisel, en funciones de nuevo presidente, relajara y redujera las censuras a la prensa y permitiera mayor libertad de expresión. Hagopian relata que, “tras siete años de tasas de crecimiento de dos dígitos, estabilidad política y social y una oposición tan desanimada que se había planteado disolverse en 1972, le dio la confianza suficiente para que Geisel creyera que el régimen ganaría elecciones competitivas”.
La oposición era consciente de que la transición no se daría mediante un asalto frontal a la fortificación del régimen, sino sitiándolo hasta que los de adentro estuvieran listos para negociar. Se fueron nucleando una vibrante sociedad civil y una Iglesia Católica condenando la represión. Para intentar dividir a la oposición el régimen facilitó la creación de partidos políticos nuevos a partir de 1979. Esa táctica dio sus frutos ya que se constituyeron cinco partidos nuevos y la oposición se dividió. Sin embargo, la oposición acudió a las elecciones y ganaron diez gobernaciones. Fernando Henrique Cardoso fue protagonista de ese proceso y actuó inspirado en el modelo de la transición española. Lo que intento resaltar es que de esos diálogos de Brasil, siempre la oposición le sacaba una buena tajada al régimen.
En otro ámbito, contra todo pronóstico, en Uruguay celebraron el 30 de noviembre de 1980 un plebiscito, en el que salió victorioso el «No». Y aunque el régimen no cesó en su plan de hostigamiento a la población a través del exilio, el encarcelamiento y la tortura, el resultado había dejado desbalanceado tanto a los militares como a la oposición, la ciudadanía y la comunidad internacional.
En Chile, líderes políticos como el expresidente Eduardo Frei Montalva vieron con interés la experiencia de Uruguay, dice David Altman, académico del Instituto de Ciencia Política de la Universidad Católica, citado en una interesante crónica escrita por la periodista Paula Molina en el año 2018 para la BBC, quien recuerda que “el plebiscito chileno tuvo lugar el 5 de octubre de 1988, pero su mecanismo se había echado a andar en 1980, cuando, en otro referéndum, se había aprobado la Constitución diseñada bajo el dominio pinochetista. En el marco de esa nueva carta magna, el régimen militar se obligaba a sí mismo a someter a un plebiscito la propuesta de Pinochet de mantenerse en el poder hasta 1997”.
La analista tiene presente que participar en ese plebiscito, constituía un desafío a una regla política bien comprobada: que los líderes no democráticos no pierden las elecciones. O como planteaba Anastasio Somoza, en Nicaragua, que “no importa quién gane la elección, sino quién gana los conteos”. Además, las estadísticas no eran para entusiasmar: de más de 250 plebiscitos o votaciones de ese mismo tenor cumplidas en países sin democracia plena, sólo tres fueron ganados por la oposición, Uruguay, Chile y Zimbabue.
La virtud de los líderes opositores en Chile fue que en los años 1988, 1989 y 1990, tanto políticos de centro y de izquierda resolvieron procurar un mecanismo de hacer política que distara de aquel modo de confrontaciones fratricidas que privó en los años sesenta y setenta. Las discrepancias radicales entre el Partido Demócrata Cristiano y la izquierda desencadenó en el decrecimiento de la convivencia en democracia en Chile en 1973. Había que asimilar esa amarga experiencia como una lección. Paula Molina hilvana lo afirmado por el profesor de Harvard, Steven Levitsky para quien “esos políticos aprendieron de sus errores, aprendieron durante Pinochet cuál era el costo de la polarización y pudieron establecer nuevas reglas del juego que permitieran hacer funcionar la democracia. Y eso me parece que fue uno de los logros y una de las lecciones más importantes de la transición chilena».
La Constitución que se dio a sí mismo Pinochet sirvió en bandeja de plata la figura del plebiscito que una oposición articulada activó para involucrar a una ciudadanía dispuesta a defender la democracia. Lograron cantar victoria. Ahora veamos cuál es la diferencia con el panorama actual de Venezuela.
Hugo Chávez se dio también una nueva Constitución en la que incorporó el dispositivo del referéndum revocatorio en Venezuela. Ese artículo fue esgrimido por la oposición venezolana en el año 2004. La diferencia actual del caso Venezuela con la de Chile de aquellos años ochenta es que el Alto Mando Militar chileno no estaba comprometido con carteles de drogas ni amarrado a los intereses del régimen encabezado por Pinochet, mediante artimañas de corrupción, por eso fueron capaces de advertirle a Pinochet que “habiendo perdido el plebiscito tenía que prepararse para entregar el poder, si en las elecciones en las que estaba llamado a competir no lo favorecía la mayoría de los ciudadanos chilenos”.
En Chile, de los diálogos surgieron acuerdos importantes como la figura de que Pinochet continuará al frente de la institución militar una vez que entregará la presidencia al sucesor designado en elecciones libres. Eso representaba, sin dudas, “tragarse un sapo con plumas”. Pero en lo que va de diálogos en Venezuela los sapos nos los hemos tragado los venezolanos demócratas, mientras que el régimen se lleva todos los dulces. Los resultados de la docena de diálogos emprendidos desde Venezuela, evidencian que en nada se aplica la ecuación de ganar-ganar que instrumentaron los surafricanos, los brasileños, los españoles y los chilenos. En esas operaciones negociadoras tanto Chávez como ahora Maduro se llevaban todos los réditos, desde ganar tiempo, confundir a la comunidad internacional y dividir a la dirigencia opositora, dejando desánimo y frustraciones en el campo opositor.
Esa experiencia debería servir para tomar previsiones a la hora de retomar cualquier proceso dialoguista, ya que si no se modifica la manera de actuar en esas mesas, seguiremos padeciendo de los mismos resultados.